—¿Estas segura que quieres hacer esto? —Kaled se encontraba a centímetros de ella, sin tocarla, intentando entender por qué su compañera era tan cabeza dura. Él la había llevado aun estando desmayada hacia el parlamento, pero jamás había esperado que ella aceptara entrar al despertar. Él no quería que viera a nadie que pudiera lastimarla, y ese hombre parecía tener el poder de hacerlo. Su lado posesivo y protector estaba siendo duro de combatir en aquellos momentos.
—Estoy segura, Kaled —Sira todavía estaba confundida por lo sucedido, su mente no razonaba correctamente, pero una parte de ella gritaba que debía enfrentarlo. De nada serviría correr, menos si la mismísima perra de Melia lo había llevado hasta allí. Era más fácil verlo a los ojos, preguntar que quería y luego escupirlo, gritarle que se fuera. Sabía que contaba con Kaled, de alguna forma era algo que tenía casi asegurado.
Joder, sentía como si de pronto tuviera agallas o algo por el estilo. Esto era algo nuevo para ella.
—Estoy lista —murmuró Sira, con la vista fija en la puerta de roble que tenía en frente. Sabía que ahí la esperaban el padre de Kaled, Melia y su padre. Eric. Joder, ese hijo de puta. Una oleada de valentía la cubrió, y antes de saberlo se encontraba caminando hacia la puerta, abriéndola sin siquiera pensarlo.
Dio unos pasos hacia adelante, sus ojos rápidamente se encontraron con el familiar verde que tanto conocía. El aire escapó de sus pulmones, como si recibiera un golpe en su pecho. Joder, estaba allí, aquel hombre estaba allí. Aquellos rasgados ojos, el maldito cabello rubio, la cálida sonrisa que ella recordaba. Era como si de pronto el tiempo no hubiera pasado.
《No me toques ¡No quiero verte si dejas a mamá!》
《Estás muerto para mí》
《Te odio》
Esas eran las últimas palabras que le había dirigido. Se había prometido a sí misma no volver a verlo, no volver a sentir cómo su corazón se llenaba de aquel extraño calor, de aquel amor incondicional. Aquel no era el héroe en el cual Sira siempre creyó de niña, ese hombre era el hijo de puta cobarde que había abandonado a su madre, todo porque tenía miedo de verla morir. Porque nunca le dieron las bolas para ver a su mujer marchitarse, por eso las dejó solas, por eso dejó a Sira con el peso del mundo sobre sus hombros. De su mundo.
—¡Hija! —Su cuerpo se volvió de piedra cuando sintió los fuertes brazos rodearla con calidez, en un fuerte abrazo. El aroma a menta que tanto lo caracterizaba la rodeó, y sintió asco. Repudió su tacto. Gritó de dolor, había olvidado la cosa del celo.
Un gruñido se escuchó a sus espaldas.
—¡Déjala! —Kaled gritó, su voz sonando ronca por la ira, y Sira se sintió agradecida. Eric se alejó de ella temblando, sus ojos la observaron indecisos, probablemente sin entender lo que sucedía. Sira retrocedió dos pasos, sintiendo sus rodillas temblorosas por las diversas sensaciones que la recorrían. Al parecer, Kaled lo notó porque a los instantes sintió sus fuertes brazos rodear su cintura desde atrás, el calor de su cuerpo la sofocó, pero no se alejó, lo necesitaba— No la toques.
El gruñido envió escalofríos por su espina dorsal, pero no dijo nada. Ella solo podía mirar, mirar a aquel hombre el cual le dio la vida. Lo observaba, en silencio, recordando su infancia, recordando cuando él la llevaba en sus hombros, o cuando le leía cuentos junto a su madre. O cuando iban juntos a buscar un pino para navidad. Las veces que ambos habían quemado lo que sea que cocinaran, cuando su madre los perseguía por la casa con la chancla por averiar el microondas.
—Es mi hija —Gruñó su padre, viendo con desaprobación hacia los brazos que la rodeaban. Sira hundió su cabeza en el pecho del licántropo, sus mirada volviéndose duros ante la expresión de su padre. Que se atreviera a decir algo sobre Kaled, y entonces ella lo mataría. Lo haría en nombre de su madre—¿Quién diablos eres tú?
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Sweet Decadence
WerewolfPara un licántropo, el imprimarse de un humano es todo problema, pero ¿De una Ninfa? Diablos, Kaled Cox jamás imaginó que su compañera sería Sira, la bella morena asustadiza que se deslizó tan rápido en su pueblo y vida que jamás la vio venir. Él ja...