Sira observó con curiosidad el perfil de Kaled, quien se mantenía tenso, con sus manos aferrándose al volante del auto. Aún se encontraban frente al parlamento, Kaled había salido hecho una furia de allí, con Sira persiguiéndolo en silencio. Ninguno de los dos habían hablado, ella seguía asustada por el hecho de verlo romper una de las vigas de cemento del porche.
Jamás lo había visto tan enojado, ni siquiera cuando el lobo loco en celo intentó acosarla. Su rostro estaba contraído en una mueca tan tensa que temía que comenzara a resquebrajarse, se encontraba rojo, las venas de su cuello y frente sobresalían de una forma tenebrosa. Podía ver cómo sus músculos se contraían mientras él apretaba su mandíbula. Era como si estuviera conectado a una de esas máquinas que daban descargas a los músculos para adelgazar, o algo así.
Ella había estado tan absorta viendo cómo su compañero perdía los estribos y preguntándose el porqué, que se llevó el susto del año cuando la mujer encapuchada que acompañaba al padre de Kal apareció justo frente a su auto.
Apareció de repente. Literalmente.
El grito de Sira sacó a Kaled de su propio mundo, la cabeza del lobo alzándose rápidamente para ver hacia adelante. Una mueca de fastidio apareció en sus labios. Sira no supo lo que pasaba, pero Kal rápidamente se encontraba bajando del auto y pegando un portazo. Luego, se encontraba frente a la tenebrosa mujer, hablándole con su ceño fruncido y sacudiendo sus manos en el aire.
Sira comenzaba a pensar que Kaled estaba en su periodo o algo así.
A pesar de la histeria de Kaled, la mujer seguía parada frente al auto, con la capucha tapando sus rasgos, una túnica negra enorme cubría enteramente su metro ochenta de altura. Parecía estar viendo hacia adentro, aun cuando Kaled estaba a su lado. Sira comenzó a impacientarse, su corazón todavía acelerado por el susto que se llevó al verla allí.
No ayudó mucho que la mujer levantara su mano derecha y señalara a Sira, uno de los mechones de cabello grises colgando de él. La vieja era tenebrosa, no podía negarlo, pero algo en aquel movimiento llamó a Sira a salir del auto. Quizás, su instinto suicida.
—Tú —habló, señalándola aun cuando ya se encontraba frente a ella. La mujer había volteado a ella de forma robótica. La piel de Sira se erizó— Debo hablar contigo.
—Nox, déjala —El tono persuasivo de Kaled no hizo nada más que aumentar el miedo de Sira. La furia había desaparecido del rostro de su compañero, siendo reemplazada por el miedo— No tienes permitido acercarte a mi compañera, Nox, en serio.
—Cállate, niño. —la voz de la mujer era tan rasposa y grave que Sira comenzaba a preguntarse si fumaba o algo, porque se oía como si hubiera pasado toda su vida afónica— Esto no te compete.
—Es mi chica, claro que me compete —Kaled dio un paso hacia la mujer, pero ésta levantó su brazo hacia él, y de pronto, se encontraba congelado, con un pie al aire. Una expresión de pura frustración barrió en él— ¡No uses tus trucos en mí!
La comprensión golpeó rápidamente a Sira. Joder, se trataba de una bruja. Una muy vieja, al parecer, porque sabía muy bien lo difícil que era controlar a un alfa con ésa facilidad.
—Te dije que no te metieras —El tono mordaz en su voz no pasó desapercibido en Sira, quien se encontraba observando boquiabierta la escena, sin saber qué mierda hacer. Cuando nadie habló, la mujer alzó su cabeza, la capucha deslizándose fuera de su rostro y cayendo inerte en sus hombros. Un jadeo escapó de los labios de Sira.
La mujer de cabellos plateados tenía un rostro jovial, sin una puta arruga. Parecía tener su edad, lo cual contrastó demasiado con el cabello plateado. Sus profundos y magnéticos ojos color rojo la observaban fijamente, sorprendiéndola. Era hermosa, sus labios gruesos, la perfilada y fina nariz, los vibrantes ojos de aquel color tan extraño... el cabello tan peculiar.
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Sweet Decadence
WerewolfPara un licántropo, el imprimarse de un humano es todo problema, pero ¿De una Ninfa? Diablos, Kaled Cox jamás imaginó que su compañera sería Sira, la bella morena asustadiza que se deslizó tan rápido en su pueblo y vida que jamás la vio venir. Él ja...