Melia, la primera Ninfa, conocida como Amelia Warren, reina de ninfas. Soberana eterna, literalmente. Una de las mujeres más frías, estructuradas y estiradas que Sira alguna vez conoció en su vida.
Su abuela.
La madre de su madre, para ser más exactas.
Sí. La vida como la conocía se había acabado, su mentira estaba a cinco segundos de caer de forma espantosa. Sira era ninfa muerta. Para siempre.
Y ni siquiera era capaz de mostrar respeto a su superior, joder.
—¿Sira? —El acento inglés, adquirido obviamente a la fuerza, de su abuela la dejó boquiabierta. Ella al menos recordaba su nombre, y parecía reconocerla. Sira la había dejado de ver desde los doce años, cuando ella le gritó a su madre que Sira era una abominación, un peligro para todo lo sano. Le había aconsejado sacrificarla, por el bien de la familia, un híbrido de su tipo jamás sería admitido por la sociedad.
Sira recordaba la expresión salvaje en los mismos ojos, el frío azul en ellos no había demostrado una pizca de lástima al pronunciar aquellas palabras, las perfectas facciones impolutas ante sus palabras. Recordaba la forma en la cual sus delicadas manos mantenían justo frente a sus carnosos labios una taza de té, la cual bebía a sorbos entre palabra y palabra. Recordaba, también, lo ofendida y sorprendida que se había mostrado cuando su madre la echó fuera. Se había retirado con la cabeza en alto, dedicándole una mirada de asco a Sira justo antes de cruzar el umbral.
Ella recordaba lo mal que se sintió el rechazo, el ser observada de esa forma por alguien que compartía su ADN. Su abuela era muchísimo más alta que ella en aquellos momentos, y el que la observara desde arriba, con asco y toda ese orgullo asqueroso, la había shoqueado.
Fue gracias a Melia que Sira supo cual era su naturaleza, o al menos en teoría, ya que ni ella ni su madre sabían hasta dónde llegaban sus facultades. Esa noche Sira se enfadó tanto que incendió su cuarto con sus poderes, para sorpresa de todos. Fue la primera y última vez que tuvo acceso a un elemento como el fuego, jamás supo de dónde salió esa capacidad para controlarlo y tampoco quiso investigarlo. El fuego no era algo que le agradara.
Luego de todo aquello, de sentirse rechazada, ignorada y odiada por ella, la vida la había llevado allí. Melia estaba frente a ella, en un imponente vestido negro, casi sin saber bien qué era lo que hacía allí ahora ambas compartían la misma altura y la belleza de Sira ya no era eclipsada por la imponente rubia. El parecido entre ambas era increíble, compartían los mismos tipos de ojos, la misma boca, pero el resto era diferente. Sira era exótica y extrañamente llamativa, desde los bonitos ojos lilas, hasta la forma perfecta y afilada en la cual su mandíbula jugaba con las suaves ondas castaño/doradas de su cabello. Mientras que Melia había terminado siendo otra típica ninfa, llevaba en sí misma el mismo tipo de suaves facciones que el resto, solo que en ella eran más bellas. Era extraño de explicar, pero tan obvio al ojo.
Sira dio un paso hacia adelante, apretando sus puños con ira contenida, su mente había procesado todo. Era consciente de los problemas que tendría con Kaled, pero en aquellos momentos no le importaba. El ver a alguien como su abuela allí la había devuelto a la realidad. Ella no podía bajar la guardia, ella no podía relajarse nunca.
Tenía que protejer a Alix, cueste lo que cueste.
—Melia —Sira no sintió miedo alguno de pronunciar el nombre verdadero de aquella mujer. No se sintió amenazada al ver cómo sus guardias avanzaban.
Pero se sorprendió muchísimo cuando aquella milenaria mujer de apariencia joven la imitó, adelantándose a sus guardias, enfrentándola.
Se observaron en silencio, analizándose la una a la otra. Sira se sorprendió muchísimo al observar gruesas lágrimas comenzar a descender por la suave y tersa piel de los pómulos de Melia.
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Sweet Decadence
WerewolfPara un licántropo, el imprimarse de un humano es todo problema, pero ¿De una Ninfa? Diablos, Kaled Cox jamás imaginó que su compañera sería Sira, la bella morena asustadiza que se deslizó tan rápido en su pueblo y vida que jamás la vio venir. Él ja...