20 de marzo

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Lunes, 20 de marzo - 8.14 am

Había logrado que Yurio dejase de pellizcarle el abdomen cuando pudo verlo.

¿No había sentido algo parecido antes?

Claro. Era la misma sensación, esa en la que se te seca la garganta y se te encoge el estómago, en la que quieres apartar la mirada, bien por vergüenza o para evitar algo similar. Lo había visto varias veces antes, en diferentes situaciones. Todas las veces era un tanto desagradable para él, como espectador. Es diferente cuando el que lo sufre es uno mismo.

Entonces, ¿por qué ahora sentía que algo verdaderamente no iba bien?

Entre convulsiones angustiosas, el chico sentado frente a él se acababa de llevar la mano a la boca para no vomitar.

Y dentro del vagón se volvió un completo caos.

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Lunes, 20 de marzo - 7.58 am

Clic. Clic. Clic. Clic.

Un sonido estúpido que engatusa el cerebro. Aquellas bolitas metálicas del péndulo de Newton rebotaban en horizontal sobre el escritorio, marcando el ritmo de los movimiento de los dedos de Victor sobre el teclado, cual metrónomo. Una y otra vez. Lo ayudaba a concentrarse. Eso, y el cigarrillo que tenía entre los labios.

El empleado de la cabina contigua bostezó sonoramente.

— Buenos días, Marooka — saludó sin dejar de aporrear el teclado, con la vista fija en la pantalla del monitor. Era un poco raro que su compañero llegase tan temprano a la oficina. El rostro cuadriculado de Marooka asomó sobre el panel (uno de esos paneles de separación que no llegan al techo) frente a él.

— Nikiforov. Buenos días— la cabeza desapareció. El sonido de papeles siendo manipulados llegó hasta sus oídos. Marooka entró a su cubículo dándole una palmada amistosa en el hombro—¿Desde cuándo estás aquí?— el hombre japonés de corte de cabello clásico observó alrededor. Una cobija descansaba sobre la cajonera de esquina del cubículo. Ah, y ceniceros con restos de colillas aún humeantes rodeando el espacio del monitor de Victor, cual ritual de invocación vudú — Pasaste la noche aquí,¿eh?— masculló orgulloso de poder deducirlo.

— Premio— Victor cesó el movimiento de su manos sobre el teclado para apoyar la espalda en en la silla, dando una honda calada a su cigarrillo antes de apagarlo en el cenicero más cercano— Llévate esto, ¿quieres?— le tendió los ceniceros llenos; Marooka no se negó y con una mirada que Victor interpretó como "dichoso adicto al trabajo, ¿quién trabaja el domingo por la noche?" se fue.

Sus piernas crujieron cuando las estiró, al igual que los brazos. Los ojos le escocían por la privación de sueño. Cruzó los brazos y echó la cabeza hacia atrás. Suspiró. Más bien exhaló todo el aire limpio que le quedaba en sus pulmones. Su cubículo estaba impregnado de olor a tabaco, y una difusa neblina blanca flotaba sobre este. Alargó un brazo y lo agitó para expandir la neblina de tabaco, ayudándose de los ruedines de su silla para desplazarse por el cubículo. Dejándose caer de nuevo sobre el respaldo cuando vio que se dispersaba. Se llevó las manos a la cara.

Hacía mucho que no fumaba como un descosido.

Suerte que la empresa dejase las oficinas abiertas en domingo para los empleados que deseasen acumular horas extras. Necesitaba desconectar de alguna forma y Victor no conocía mejor manera que trabajar horas y horas como un enfermo. Así su mente acababa en mínimos y dejaba de pensar en aquello que lo atormentaba. Solía funcionar, casi siempre.

Marooka volvió con dos latas de café caliente de la máquina expendedora del recibidor.

— Toma— puso una de las latas junto a su teclado— Tienes una cara horrible, Nikiforov— se rió. Victor tomó la lata y la abrió con un chasquido de la hebilla metálica. Dio un largo sorbo de aquel líquido caliente sin preocuparse por el ardor en su boca y garganta. Maroka dejó de reír al verle así— ¿Estás bien, amigo?— preguntó dando un sorbo pequeño a su café.

El brillo de tus ojos ✧ (AU) MpregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora