Antifaz

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—Katsuki-san, ya vuelve a usar ese antifaz— escuchó la voz de la enfermera recriminándole airadamente.

Yuri se encogió de hombros, sorbiendo agua de un vaso. No pensaba quitarse aquel antifaz, sus migrañas cesaban cuando lo llevaba puesto. Desde que Victor se lo regaló, apenas se lo había quitado; tan solo para dormir, pero las enfermeras insistían en que era mejor no cubrir sus ojos para que estos se fuesen acostumbrando progresivamente de nuevo a la luz.

—¿Tendremos que esconderlo para que obedezca, Katsuki-san?

—Me ha vuelto a subir la fiebre— Yuri desvió el tema de conversación, sacando a colación otro tema que le preocupaba ahora. Llevaba dos días con cuarenta grados de fiebre, y el calor era asfixiante. A veces bajaba un grado o dos y a las pocas horas volvía a subir.

Escuchó los pasos de la enfermera al acercarse y extraer el termómetro bajo su brazo. La oyó suspirar.

El mercurio no bajaba. Le habían explicado que la fiebre alta era un síntoma común en los heridos del atentado, que al final remitía a los pocos días. Le permitieron beber agua fresca para calmar un poco la sensación de acaloramiento en su cuerpo.

Se sentía incómodo, con todo su cuerpo y cabello pegajoso por la sudoración. Aunque podía ir al baño acompañado de un enfermero auxiliar, no podía ducharse por sí mismo debido a su ceguera parcial y requería que le aseasen con una esponja.

—¿Qué hora es?— preguntó Yuri descansando la cabeza sobre la almohada; la parte superior de su cama estaba en posición vertical. Algo negativo de auto privarse de la luz es que acababa desorientado en cuanto a horarios.

—Las nueve de la mañana, aproximadamente. Recuerde que a las diez tiene una prueba con ultrasonido— los pasos de la enfermera se alejaron.

Yuri frotó suavemente su vientre con la mano libre. Recordaba el día que el médico le había dicho que estaba esperando un bebé. En aquel momento el mundo pareció que se le venía encima. ¿Cómo había podido ser tan irresponsable? ¿Qué pasaría con su sueño de ser bailarín? ¿Cómo reaccionaría Victor?

Pero...

Recordó los instantes en que creyó morir asfixiado, sin poder ver nada. Había logrado salir a duras penas del subterráneo, tosiendo atrozmente. Era como si el aliento se le escapase. Su pecho dolía y no distinguía ninguna cara. No encontraba a Yurio y tropezó varias veces con cuerpos tendidos en el suelo. Una ambulancia lo trasladó al hospital y durante el trayecto no dejó de temblar, aferrándose el abdomen. En medio de la agonía, sólo tenía pensamientos para su bebé. Se lamentaba de haberlo llevado tan poco tiempo dentro de él y le pedía disculpas mentalmente por no verlo nacer.

Creía que iba a morir.

—Pero estoy vivo— susurró el pelinegro, cerrando los ojos tras el antifaz. Lo único que deseaba es que su bebé estuviese bien.

Quería conocerlo.

Las cuestiones sobre su futuro como bailarín o sobre su relación con Victor resultaban banales ahora. Estaban en su mente, sí, pero ocupaban un lugar distinto en su orden de prioridades.

—¡Yuri!

El aludido movió la cabeza en dirección a aquella voz. Sonrió sin poderlo evitar. La respiración de Victor se hizo audible junto a él. Sintió que el ruso le tomaba la mano encima de su vientre.

—¿Volviste a trabajar por la noche?— preguntó Yuri. Victor estaba adquiriendo la costumbre ir a la oficina por la tarde, pasar la noche allí y visitarle por la mañana, después de pasar por casa para atender a Makkachin.

El brillo de tus ojos ✧ (AU) MpregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora