Inmadurez

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Yuri no podía reprimir darle toques con el dedo a las mejillas de Galina cuando esta lactaba. Eran suaves y esponjosas. La bebé abría y cerraba el puño en su pecho, como queriendo arañarle la piel. Era irresistible quedarse mirándola. Tan pequeña y con una carita de concentración tan grande.

—Estás aquí— le susurró muy bajito, no quería despertar a Victor, dormido a su lado con gesto rendido.

No estaba permitido que nadie que no fueran los pacientes ingresados hiciese uso de las camas hospitalarias. A Yuri no le importaba, Victor se merecía aquel descanso. Acarició los sedosos cabellos de su amado, y también padre de su hija.

El reloj de pared daba las seis y diez de la mañana. Miró por la ventana, meciendo a Galina en sus brazos. Afuera clareaba y ya se escuchaba el tímido trinar matutino de los pájaros. El cielo estaba despejado, por lo que sería un día caluroso de agosto.

Estaba cansado y tenía mucho sueño. Los párpados le pesaban, pero no deseaba separarse de Galina, ni dejar de contemplarla. Quería grabar cada detalle de su niña en su mente.

El bebé soltó el pezón con una tos, boqueando y removiendose. La abrazó contra su hombro, acariciando su espalda. Yuri acercó la nariz al pliegue del cuello de su niña, aspirando su aroma. Era un olor extraño, como a clara de huevo al principio, y por momentos a crema de leche. Sonrió cerrando los ojos, dejándose embriagar por aquella fragancia a recién nacido.

Valió la pena la espera. Aún tenía presentes las dolorosas horas de labor de parto, pero quedaban lejanas. A su mente volvían los recuerdos de cuando aún estaba embarazado. Parecía mentira que su abdomen hubiese albergado a aquella criatura, a la que al fin podía abrazar, acariciar y sentir con cada rincón de su ser. Era un sentimiento extraño. Por un lado se sentía melancólico al comprobar su vientre hueco, sin vida. Ya no sentiría las oscilaciones de su bebé ni esa expectación que lo acompañaba a todas partes.

Ahora tenía a su bebé con él, sana, y preciosa, y creía no necesitar nada más que eso. Aunque también, se abría ante él todo un mundo de interrogantes y dudas. ¿Sería capaz de darle a su pequeña todo lo que necesitase? ¿Podría guiarla paso a paso en las decisiones que tomase?

Apartó esos pensamientos de su mente, que lo estaban aturdiendo. Ya habría tiempo para descubrirlo y dar respuesta a esas preguntas. Tenía a su familia, tenía a Emil, a sus amigos.

Tenía a Victor.

Abrió los ojos al escuchar un quedo silbido. Reaccionó de inmediato al saber que procedía directamente de la respiración de la niña. La apartó y la levantó por las axilas frente a él, escudriñando la cara colorada y somnolienta del bebé. No había nada fuera de lo común que fuese alarmante. Volvió a acercarse la carita al oído. Ese silbido sólo era perceptible a esa distancia.

—Mi pequeña— susurró acurrucando a Galina contra su pecho, con la mejilla apoyada en su blanda cabecita.

A las siete de la mañana le ofrecieron a Yuri un desayuno europeo, compuesto por tostadas con mantequilla, huevos revueltos, zumo de naranja y una jarra de agua con una rodaja de limón para alcalinizarla.

Ante el olor de los huevos revueltos y las tostadas, Victor abrió los ojos y se desperezó. Sus ojos azules le contemplaron rebosantes de amor. Victor enmarcó sus mejillas entre sus manos, depositando cálidos besos por todo su rostro, no dejó piel sin besar.

—Buenos días, Yuri— dijo Victor con voz grave y pesada.

—Me gustan estos buenos días— rió Yuri. Victor restregó su frente contra la suya.

Galina bostezó ampliamente abriendo las manos y Victor quiso cogerla en brazos para que Yuri desayunase cómodamente. Como acababa de comer, se aseguró de ayudarla a eructar para aliviar posibles cólicos.

El brillo de tus ojos ✧ (AU) MpregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora