Hanabi

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Un día de finales de agosto, año 1994.

Ahí estaba. Alejado del tumulto, mirando impaciente su reloj de pulsera. El reflejo blanco en sus gafas impedía ver sus ojos, aunque el japonés mantenía una expresión inexpresiva. Una bolsa de tela color crema colgaba de su hombro. Se había puesto un yukata azul aciano desgastado con estampado de libélulas. Victor sonrió. El chico se había cortado el pelo y la piel blanca de su nuca resplandecía con los últimos rayos del sol de media tarde.

—Victor — Yuri sonrió levemente al verle por fin. Sus mejillas se colorearon cuando el mayor depositó un cálido beso en su mejilla. El yukata de Victor era gris carbón con rayas blancas.

—Perdón, Yuri. Llego un poco tarde— en parte era verdad, pero lo cierto es que había estado observando a Yuri desde la lejanía antes de acercarse— Para compensar te invito a comer lo que tú quieras.

Quince minutos después, caminaban comiendo takoyakis en bandejas de papel. Tenían demasiada salsa para el gusto de Victor, pero ver los adorables carrillos llenos de Yuri mientras éste paseaba la mirada por las casetas le hacía olvidar esa pequeñez.

—¿Había mucho trabajo?— preguntó Yuri antes de volver a introducir una bola de pulpo en su boca. Victor vio un bolinche agitarse tras el moflete del pelinegro, una imagen demasiado sugestiva para él.

Llevaban varias semanas "saliendo" juntos, si contaba la temporada que Yuri estuvo de intercambio en Rusia. Victor aprovechó la semana de vacaciones que su empresa ofrecía para viajar a San Petersburgo y estar con Yuri en su tiempo libre. El chico estuvo muy sorprendido de verle, y aunque trataba de reprimirlos, el brillo de sus ojos era un delator de sus verdaderos sentimientos.

Ver a Yuri practicar danza era una experiencia impagable. El chico cambiaba completamente de actitud al bailar, completamente abstraído en los movimiento, se dejaba llevar. Como las caras de una moneda, con su lado brillante y su reverso misterioso, que al girar de canto se engloban ambas en una sola.

—¿Ehm? ¡Ah! Bueno sí— Victor tiró la bandeja vacía al pasar junto a un contenedor— Estuve hasta última hora con los chicos del estudio de maquetación coordinando los encargos del próximo mes. ¡Yuuuuriii!— acarició la mano libre del azabache, inclinándose hasta que su nariz rozó las hebras negras— Ese yukata te queda muy bien.

Yuri tensó los hombros y se sonrojó.

—G-gracias— el chico seguía masticando las bolas de pulpo— Era de mi padre cuando era joven. Victor...— Yuri volteó a mirarle, dando un respingo al tocar con su nariz la del ruso. Tragó sonoramente el último takoyaki— ...Tú.... también estás guapo.... ¡quiero decir! Te sienta bien ese yukata.

Victor rió. Yuri a veces era tan inocente que le entraban ganas de comérselo. Besó su mejilla de nuevo.

—Atesoro todas las postales que me escribiste y enviaste desde San Petersburgo— susurró en su oído antes de separarse y continuar caminando entre las casetas de aquel matsuri veraniego, cogidos de la mano. Victor sonriendo como un bobo, Yuri cohibido.

Llegaron al borde de un lago aledaño al recinto. Los transeúntes, algunos vestidos con el yukatas clásicos, otros con estampados más modernos, se arremolinaban en la orilla reprimiendo gritos de exaltación. Al acercarse a la orilla, vieron que en el lago nadaban carpas koi de bonitos colores, atraídos por las migas de pan que lanzaban algunas personas.

Yuri sacó una cámara de una de sus mangas y sacó varias fotos de los peces, de los niños con coloridos yukata, de la expresión sosegada de Victor, acuclillado en la orilla con la mirada fija en los peces. Yuri tenía la excusa de la cámara para contemplar a través del visor al peliplateado, sin que su sonrojo fuese demasiado evidente para la gente de alrededor.

El brillo de tus ojos ✧ (AU) MpregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora