La inmadurez de los bronquiolos, unido a la inflamación del tejido pulmonar, desencadenó, a los pocos días, en una displasia broncopulmonar. La tos de Galina se volvió habitual y en alguna ocasión su respiración se congestionaba hasta el extremo de empalidecer. La pequeña había perdido peso, pero Sara les explicó que aquello era una fase natural.
Cambiaron el tratamiento de la pequeña a una ventilación continua a baja presión para minimizar las lesiones derivadas del uso del respirador y Emil solicitó que la niña volviese a estar con Yuri, iniciando el método canguro a tiempo completo. Sara se mostró reticente y descartó aquella idea hasta que las ecografías revelasen una mejoría en la evolución de los bronquiolos y la niña fuese capaz de respirar lo bastante bien sin la ayuda de este.
Galina pasaba conectada las veinticuatro horas diarias a la máquina mediante una sonda endotraqueal neonatal.
A Yuri se le encogía el corazón al ver a su niña con aquel tubito transparente asomando por la nariz. Notaba que a la bebé le incomodaba porque se removía a menudo y hacía pucheros. Cuando le permitían alimentarla, no podía alejarse de la máquina mientras la niña estuviese conectada.
Llegó un momento en que el tiempo que Victor permanecía con ellos en neonatología era escaso. El ruso se volvió taciturno y esquivo, y podía estar desaparecido durante horas, con el pretexto de ocuparse de Makkachin.
Una tarde, Yuri lo encontró agachado en la terraza, con la espalda apoyada contra el muro, las manos en la cabeza, un cigarrillo encendido entre los dedos y una ristra de colillas bajo sus pies.
—Victor...— le llamó. Tragó saliva al ver el semblante lloroso y abatido del peliplateado, que al verle sollozó y se cubrió la cara con las manos. Yuri corrió a abrazarle, cayendo de rodillas. Todo el cuerpo del Victor se convulsionaba por el llanto.
—Perdoname, Yuri... No soporto verla así...— explotó el ruso, sus manos temblaban, vacilantes. Quería corresponder el abrazo de Yuri pero le estaba fallando. A su Yuri. Le costaba horrores ser fuerte cuando veía a su hija indefensa y sufriendo— Perdóname... perdóname...
—No tengo nada que perdonarte— la voz de Yuri tembló, ronca. Cogió a Victor del cuello y le obligó a alzar el rostro— Victor, mírame. Mírame— Victor se vio reflejado en los brillosos ojos del azabache, que le miraban con una determinación implacable— Es nuestra hija. Nuestra, ¿comprendes? Tiene el padre más entregado y valiente del mundo... ¡Mírame!— clamó cuando le vio cerrar los ojos, golpeando su frente contra la de Victor. Su barbilla se sentía de gelatina, los ojos se le llenaban de lágrimas por momentos, y no le importaba— Un padre que ha estado ahí, ayudándome a luchar cuando todo se venía abajo. Has sido mi faro en la oscuridad. Mi salvavidas. Si tengo que ser yo quien te saque del pozo esta vez, ¡lo haré! Por nosotros. No tengo nada... que perdonarte. A ti tengo que agradecerte todo— suavizó la expresión y le sonrió. Una sonrisa que pretendía infundirle sus esperanzas a Victor, y compartir la carga de su dolor— Te quiero— pronunció con un hilo de voz, apenas perceptible— Gracias por darme a Galina.
Victor abrió mucho los ojos, mudo. Las lágrimas no dejaban de deslizarse por sus mejillas.
Rememorar sus creencias de antaño le avergonzaba.
Pensar que antes pensaba que tener hijos era una inversión a fondo perdido... Realmente tenía la convicción de que él carecía de instinto paternal. Cuán equivocado estaba. Sí tenía. Era aquel inenso amor que lo unía a su hija. Si pudiese compararlo, sería como volver a enamorarse. Una atracción extraordinaria, impulsada por el deber, y deseo, de proteger a aquella personita indefensa que dependía enteramente de ti.
Amaba a su hija. Y amaba a Yuri.
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Solo cuando la última tomografía computerizada de tórax que le realizaron a la bebé reveló información favorable en la evolución de los pulmones, Sara decidió sacarla de la incubadora. La pediatra dispuso un respirador portátil en la habitación 002 en caso de asfixia.
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El brillo de tus ojos ✧ (AU) Mpreg
FanfictionAño 1995. Ambientado en el atentado con gas sarín del metro de Tokio. Yuri Katsuki contempló aquel test de embarazo una última vez. La última. Pasó el dedo pulgar encima del sensor, como si esperase que aquellos símbolos que declaraban que el test...