Apego

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La llegada de Yuri a su nueva casa se vio empañada por el abatimiento del japonés, que no podía pensar en otra cosa que no fuese las posibles secuelas que desarrollaría el bebé en su vientre.

—Yuri— llamó Victor. Estaba a su lado, rodeando su cintura con un brazo, pero Yuri estaba abstraído en su propio mundo. Sosteniendo su barbilla, hizo que voltease la cabeza para mirarle— Amor, no me gusta verte sufrir. Cuéntame qué te pasa— los ojos de Victor le miraban inquietos.

Cerró los ojos, soltando todo el aire de sus pulmones. Se deshizo del brazo de Victor y cruzó el salón hacia la terraza. Makkachin le siguió y se sentó a sus pies.

Victor vivía en un espacioso ático en pleno centro del distrito Shiba. Disponía de cuatro habitaciones, un salón comedor del tamaño del apartamento de Yuri, dos cuartos de baño y una cocina. La primera vez que visitó aquella casa, Yuri no daba crédito. Las vistas desde la terraza eran alucinantes. Desde allí podía verse la Tokyo Tower y una panorámica del barrio de Minato.

Yuri tenía la vista perdida en el horizonte, delineado por la silueta del monte Fuji. No cesaba de soltar suspiros.

Victor salió a la terraza y acarició los brazos de Yuri, que sujetaba la baranda de hierro. A veces el ruso no sabía qué hacer cuando Yuri se encerraba tanto en sí mismo, salvo darle su espacio. Victor conocía lo suficiente al japonés para darse cuenta que no debía presionarle demasiado, así solo conseguía que el menor ocultase aún más lo que sentía, evitando disgustar a nadie con sus preocupaciones.

Las luces del atardecer de principios de abril dibujaban el cielo de colores naranjas y magentas. Las nubes parecían arder y reflejaban en la ciudad tonalidades anaranjadas.

—Este es mi lugar favorito de la casa, sin duda— Victor suavizó el tono de su voz para arrullar a Yuri. Situado como estaba detrás del azabache, no era capaz de ver la expresión de su amado. Besó su pelo— Me alegra que estés aquí conmigo— susurró cerca de su oído.

Los hombros de Yuri temblaron y un gimoteo rompió el silencio.

—Ugh...Uh...

—Yuri, eh— Victor se plantó frente al azabache y envolvió el rostro cabizbajo de Yuri con sus manos. Las facciones de Yuri estaban contraídas en un mueca de angustia y lágrimas gruesas resbalaban de sus ojos, tan pesadas que caían directamente al suelo embaldosado. Le dolió verlo así. Abrazó la cintura de Yuri con un brazo y con el otro rodeó sus hombros, acariciando la nuca del japonés. Los sollozos de Yuri resquebrajaban su alma, sintiendo su vista enturbiarse en una capa acuosa— Yuri... acabaré llorando yo también... Dime qué ocurre, por favor...— peinó los cabellos oscuros, escudriñando en los ojos de Yuri alguna pista de lo que pasaba por su mente— ¿Es por lo que dijo Emil?

Yuri asintió despacio.

—No sé... No sé qué va a pasarle a mi bebé... Sé que no lo planeamos pero... Y-yo lo quiero... No lo conozco y ya lo quiero... Quiero... Quiero verle... Si-si al final resulta que no podrá nacer... Ugh...— Yuri cerró los ojos y apretó los dientes, conteniendo el llanto.

No lo planeamos. Esa frase se sentía extraña, como si sobrase.

Makkachin empezó a emitir quejidos agudos, restregando el hocico en los muslos de Yuri y de Victor.

—Tengo miedo. Me-me siento tan impotente, Victor— Yuri hundió la cara en el pecho del peliplateado, arrugando su camisa.

—Es nuestro bebé.

—¿Qué?

Victor se separó un poco y miró el rostro mojado de Yuri, sonriendo abiertamente.

—Digo que es un bebé tuyo y mío, Yuri. Imagina cómo será tenerlo en brazos, sentir su calor, darle besos— rozó la punta de su nariz con la de Yuri— Nuestro hijo.

El brillo de tus ojos ✧ (AU) MpregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora