... Y mágico

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Podría contemplar la expresión de Yuri durante horas. Esa expresión que sólo mostraba cuando dormía profundamente. La sombra de las largas pestañas negras que se extendía bajo sus ojos. La respiración profunda, semejante a un bisbeo. Las minúsculas pecas color café de su nariz. Las puntas de su flequillo rozando sus párpados. Sus rosáceos labios entreabiertos. El hilo de saliva que resbalaba de sus comisuras. Victor no se cansaba de enfocar la vista en esos detalles, ensimismado.

Llevaba despierto desde el amanecer y había abierto un poco la ventana para ventilar la habitación, con la brisa fresca de la mañana. Arropó los hombros desnudos de Yuri, tapándole hasta las orejas para que no se resfriase.

Su estómago rugió y, a regañadientes, abandonó la comodidad de la cama y se vistió con el yukata de la noche anterior.

Se mordió el labio y pellizcó débilmente el moflete de Yuri. El chico aún debía estar exhausto, porque ni se turbó. Victor sonrió. Cerró la ventana antes de salir al pasillo.

El rico olor del pescado asado inundó sus fosas nasales. Fue hacia la cocina y encontró a Hiroko preparando un desayuno tradicional japonés, compuesto por pescado, sopa, tortilla y arroz.

—Buenos días, Victor— la madre de Yuri se percató de su presencia y sonrió con retraimiento —¿Durmieron bien?

—Sí, buenos días —sonrió cordialmente. En realidad, no conciliaron el sueño hasta bien entrada la madrugada. Victor apreció los labios fruncidos en un pícara mueca de Hiroko y un intenso rubor tintó sus mejillas— ¿Nos escuchaste?

—De casualidad, me aseguraba que las luces de los pasillos estuviesen apagadas y, bueno...— la mujer bajó la voz —No te preocupes, no creo que los huéspedes alcanzasen a oíros. ¿Yuri está bien?

—Sigue durmiendo— carraspeó. Pese a la naturalidad con la que la mujer comentaba el tema, Victor estaba abochornado, como un niño al que le descubren una trastada.

Hiroko le dio una bandeja con el desayuno para que la llevase al dormitorio. Esa mujer era maravillosa, admiraba todo el amor que le profesaba a sus hijos. ¿Yuri heredaría esa misma dedicación abnegada? Se moría por ver a Yuri con su bebé en brazos. Faltaban todavía cuatro meses para el nacimiento y ya estaba impaciente por conocerlo.

Al cruzar la puerta de la habitación, vio a Yuri desperezándose en la cama.

—¡Buenos dias, Yuri!— saludó con brío, dejando la bandeja en la mesita. Se metió entre los edredones y besó la frente de Yuri, que bostezaba frotándose los ojos. Gotitas transparentes se deslizaban por su sien.

—Buenos días, Victor— el azabache sonrió adormilado, olisqueando— Qué bien huele.

—Tu madre nos preparó el desayuno y me ha pedido que lo traiga— colocó la bandeja sobre el colchón y Yuri empezó a zamparse el cuenco de arroz. Victor picó los carrillos llenos de Yuri con el dedo índice— Sí que tenías hambre, mi cerdito.

—Como por dos, recuerda eso— apuntilló Yuri, aparentando orgullo. Víctor sonrió dando sorbos al caldo dashi.

Yuri dio un respingo y soltó bruscamente el bol de arroz sobre la bandeja. Tomó rápidamente una de las manos de Víctor y la llevó a un lado de su tripa. Yuri tenía los ojos abiertos como platos, sin dejar de masticar. Tragó sonoramente.

—Se está moviendo, ¿lo notas?— Victor miró a Yuri, vacilante. Dejó el cuenco de sopa y colocó las dos manos en aquel lugar del vientre de Yuri, prestando atención al tacto.

Ahí estaba. Algo revoloteaba a través de la dermis. Hizo presión, queriendo acercarse y sentir más. Su respiración tembló. Yuri acarició las manos de Víctor, sonriendo con amor.

El brillo de tus ojos ✧ (AU) MpregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora