Capítulo Dieciocho - Depresión (✔)

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— ¿Cuántos días han pasado, mamá? —Pregunté tapándome los ojos, me fastidiaba la luz y sentía que me pegaban con un martillo mi cabeza; el dolor era insoportable.

—Han pasado trece horas, cielo. —Era poco tiempo, así que no podía preocuparme, aún tenía tiempo para mejorarme un poco y visitar a Deb.

— ¿Cuándo saldré de aquí? —Pregunté desesperado.

—Hoy, por la noche.

—Perfecto. —Sentí que las horas pasaban muy lentamente, cada media hora le preguntaba si ya me darían de alta; me estaba ganando la desesperación. Por la noche no concilie el sueño, así que, a escondidas de los doctores, salí de mi habitación en busca de Deb. No soportaba el no saber absolutamente nada de ella, y solo saber que estaba en terapia intensiva, me provocaba mas desespero por verla y estar a su lado.

Habitación 16, habitación 17, y en la descripción que se encontraba al lado de la puerta ninguna tenía la información de mi chica. Subí las escaleras hasta toparme con un amplio pasillo y a mitad de éste se encontraba dos puertas que se abrían hacia dentro, pasé sin hacer ruido y seguí leyendo las descripciones de los pacientes sin encontrar el nombre de Deb. Hasta que después de tantas habitaciones la encontré, era el número 29. En la puerta estaba recalcado con letras blancas "TERAPIA INTENSIVA".

Trague saliva y camine lentamente —En mi cabeza comencé a sentir un fuerte dolor punzante y sentía como mi corazón comenzó a latir rápidamente, a tal punto que creí que saldría de mi pecho hasta acercarme y tocar con mis manos la perilla de la puerta, tan fría como el hielo, le di vuelta lentamente y empuje sin esfuerzo alguno y la misma se abrió.

Era ella, con sus párpados cerrados y su piel pálida, sin ningún rastro de rubor o de color en sus labios. Estaba completamente pálida, el color de su piel se asemejaba al blanco de una hoja. Era como si en su cuerpo, no circulara sangre alguna.

—Cariño. —Corrí a sus brazos débiles y delgados, con mis ojos llenos de lágrimas y el corazón roto.

— ¡Cariño! —Exclamé derramando lagrima tras lagrima. Quería que ella estuviera bien, que estuviera sana, que estuviera en nuestra casa a mi lado, sabía que con solo escuchar su voz me iba a derrumbar en el suelo, todo era mi culpa. Necesitaba de sus besos, de su cuerpo sobre el mío acariciándome, durmiendo pacíficamente, extrañaba sus gritos cuando se enojaba o su risa cuando trataba jugábamos en la piscina. —Cariño... —Dije ahogándome en llanto, con mi mente llena de recuerdos. —Sólo necesito que me digas que estarás bien, sólo eso. —Murmuré mientras tomaba tocaba su rostro, estaba helada y la bese fuerte, la mojé de lágrimas saladas y después la seque. —Nadie te va a quitar tu reino, mi bebé, mi cielo, mi amor, mi vida, mi todo, eres eso y mucho más... por favor no te vayas de mí lado, te necesito junto a mí. —Me encontraba devastado por cómo estaba ella.

Mis lágrimas rodaban por mis mejillas y no podía hacer más nada que llorar y llorar. Busqué entre las sabanas sus manos, pero al retirarla pude ver que tenía una bata blanca casi transparente, la observé detalladamente: tenía quemaduras al rojo vivo, creo que eran de segundo o quizás tercer grado, una que otra herida y muchísimos moretones en su rostro. Me quedé impresionado, adolorido, derrotado, lleno de tristeza. No había palabras para describir lo que sentía. Besé cada centímetro de su rostro y la abracé despacio, me senté en una silla a su lado y recargué mi brazo en su abdomen mientras sollozaba en su pecho, destape un poco su cuerpo y descubrí más heridas. Estaba aún más derrotado. Todo había sido mi culpa, ella se encontraba en esas condiciones por mi culpa.

No podía continuar viendo lo que le había hecho a mi chica, a mi amada, al amor de mi vida. Salí cuidadoso de la habitación, pero antes besé delicadamente sus labios pálidos y mencioné unos cuantos "Te amo" en su oído. Habían pasado ya tres días; y sólo fueron necesarios tres días para caer en una fuerte depresión por la situación que pasaba Deb.

Mi mamá se había ido a su casa y yo me quede solo en mi hogar, mi triste y solitario hogar. Las cucarachas y los roedores se estaban comiendo los desperdicios de comida que quedaban incrustados en los platos, no me causaba preocupación alguna tener que lavar mi ropa, ni nada. Era una depresión muy severa.

Y las veces que visitaba a mi Debora, trataba de hacerme el fuerte para poder transmitirle mi "Buena energía" Que no tenía ni un poco. — Me miraba en el espejo y en el reflejo ya no solía ver la misma persona de antes. Estaba destrozado. Mis ojos estaban hinchados, lleno de ojeras, mi cara estaba aún más delgada, mis pómulos se empezaban a resaltar. Mi cuerpo había cambiado, y todo a causa de que no comía bien; si acaso, llegaba a tocar mi plato era porque en realidad solo tenía que sobrevivir por mi chica; y ni hablar de las noches que se me hacían eternas sin Deb, no lograba conciliar el sueño, solo sobre pensaba lo que había sucedido y por lo que estaba pasando mi chica, me culpaba todas las noches por lo sucedido.

Una mañana, llegué a la preparatoria y John se adelantó a hablarme, lo cual me pareció un acto completamente irrelevante, no quería hablar con absolutamente nadie.

— ¿Fiesta? ¿Fiesta para qué? ¿Qué festejamos? —Pregunté distraído. Sostuve entre mis manos unos libros y cerré mi casillero, pero este se volvió a abrir, entonces lo volví a cerrar, pero esta vez aplicando un poco de más fuerza hasta que quedó cerrado provocando un gran ruido.

Todos los alumnos voltearon su mirada hacia nosotros y yo solo hice un gesto de frustración. Tensé mis labios en una sola línea. Me sentía frustrado y estresado todo el tiempo.

—Escucha viejo, ¡Fiesta, mujeres, alcohol, sexo! —Prosiguió John posando su brazo sobre mis hombros. — ¿Escuchaste eso, Armacost? ¡Sexo, hermano, sexo! —Glorificó sus palabras levantando ambos brazos. Comenzó a caminar y yo lo seguí disgustado.

La depresión estaba acabando conmigo porque no tenía ganas de nada y si íbamos a hablar de sexo, no había ninguno mejor que el que no tenía con Deb. Ya que respetaba su decisión, pero en estos momentos no tenía mente y mucho menos ánimos para asistir a una fiesta. Daría lo que fuera por estar al lado de mi chica, daría lo que fuera para que ella estuviera bien, a salvo; pero de nada servía porque ella aún estaba hospitalizada.

Yo asistía a las clases por solicitud de mi madre. —Ve a la preparatoria, debes seguir dando tus clases. —Pidió. —Sabes muy bien que Deb te lo hubiera pedido, ella es una chica lista y responsable. —Prosiguió diciendo. —Cuando ella despierte, le dirás que seguiste yendo a clases como ella lo hubiera hecho e incluso, se sorprenderá cuando se lo digas.

Fantasma De Amor© (Terminado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora