Fanfic ganadora en el concurso #yoursawards2022
❝Kim Seok Jin es un omega que acaba de ser trasladado luego de haber pasado la mayor parte de su vida en el extranjero; y Min Yoon Gi es -para muy mala suerte suya- el nuevo compañero de cuarto con el...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Rapeas terrible, Jin —jadeó entonces, soltando a carcajada limpia y jugando con mis nudillos como si se tratase de la cosa más divertida y única en el mundo. Rodé mis orbes. Niño, era un niño en todo el sentido de la palabra.
—Entonces enséñame —mascullé molesto, abriendo exageradamente la boca y desmesuradamente los ojos. Odiaba verme presionado y más cuando mi orgullo era pisoteado. ¡Además yo rapeaba bien!, sólo hacía falta un poco de práctica...
—Mueve tus labios así —respondió también indignado, deteniendo su actitud extrovertida y mirándome dispuesto a ayudarme con mi deficiente habilidad. Lo contemplé con recelo, cruzándome de brazos.
—¿Así cóm-
Y me besó. Tomó mis labios entre los suyos, adquiriendo una oscilación tranquila que me invitó a relajar mis músculos. De mi corazón brotó una sensación cálida, que comenzaba a asentarse como si siempre hubiese sido su lugar el de estar ahí. Dejé que floreciera bohemio, acostumbrándome a la comodidad de sus manos y el chapoteo insistente de su lengua contra la mía. Ya no había miedo, no había nerviosismo o temor a verme reprendido por mi incapacidad de satisfacer a mi acompañante. Él me transmitía una sensación... hogareña. Yoongi era como estar en casa.
Y moví los labios justo como él me lo había pedido. El resto de la tarde, yo Kim Seok Jin, había tenido el descaro de verme envuelto en sus demandantes bordes, enlazando más nuestra unión y asumiendo una postura llena de la llamarada de precisos besos. Teñimos nuestro amor en pinceles, cuadros y paños mojados. Hicimos el arte en su ardiente apogeo y propagamos caricias angelicales hasta desmayarnos.
—Me gustaría volver a ver las estrellas contigo —dijo la sexta noche.
El tiempo se agotaba. El reloj de arena avisaba su final y a mí me mareaba más el hecho de que esto acabara antes que el dolor de mi propio celo. Mi inexistente celo, el que prefería hacer bajar mis defensas en vez de incitarme a la seducción del plato prohibido. Mi estúpido celo, el que se desenvolvía entre mis piernas y me hacía abrumar con sólo arrastrarme un poco.
