*Tabita*
Cuando mejor me lo estaba pasando con Rata en una conversación agradable y con risas, llegó Carmen para estropear el momento y pedirme que bajara del mástil inmediatamente. Miré a Rata con cara de fastidio y él pareció compadecerme con la mirada. Bajé sin ánimos de querer hablar con ella o hacer alguno de los trabajos que me manda hacer, y cuando llegué a su lado no pude evitar hablarle ya con enfado incluso antes de que ella abriera la boca.
-¿Qué tengo que hacer ahora? -dije poniéndome de brazos cruzados.
Carmen endureció el gesto y pareció que contó hasta tres antes de amenazarme con arrancarme la lengua.
-Ponerte esto -respondió enseñándome unos ropajes que identifiqué rápidamente. Ropa desaliñada, poco conjuntada y con algún jirón. En definitiva: ropa pirata.
-¿Para qué son? -pregunté sin querer intuir mucho sus intenciones.
Si pretendía que me pusiera eso lo llevaba claro. Carmen puso los brazos en jarra y levantó una ceja.
-¿Me lo tengo que poner? -cambié de pregunta con tono de fastidio.
-Obviamente -respondió realmente sorprendida con mi actitud-. No querrás ir siempre con esa ropa de niña pija despintando totalmente con nuestro atuendo.
Vale, está claro que no tengo otra opción. Resoplé resignada y le quité la ropa de su mano de mala gana.
-¿Dónde me puedo cambiar?
-Sígueme -dijo tomando la delantera.
Me llevó entonces hasta su camarote y me dijo que entrara. Ella, como es lógico, se quedó fuera, no sin antes ordenarme que no tardara mucho en vestirme. Una vez dentro miré la ropa que me había dado: una camisa blanca, un corsé y unos pantalones y botas de color negro.
Me coloco toda la ropa sintiéndome de lo más extraña, sobre todo con el pantalón, pues siempre he llevado vestidos, además de prendas de lo más suaves, no como esta camisa que me daban ganas de rascarme todo el tiempo. Salgo de la habitación con mi vestido en las manos y sin saber muy qué hacer con él.
En cuanto Carmen me vio aparecer con mi nueva ropa me pareció ver un atisbo de sorpresa en su rostro.
-¿Qué hago con el vestido? -pregunté.
-Trae -Me lo arrebató de las manos sin miramientos-. Ya lo quemaré.
Oír eso me produjo tristeza. No porque fuera un vestido sino, porque en cierta manera fue el último regalo de mi padre. Aunque creo firmemente que sigue con vida y que conseguiré volver con él, pero aún así era el único recuerdo físico que me mantenía con fuerzas aquí.
Entonces Carmen sacó un pañuelo rojo de su bolsillo y se acercó hasta mi con intención de ponérmelo. Aquel acercamiento no me lo esperé para nada y no pude hacer nada para evitar ponerme de lo más tensa. Estábamos tan cerca que se podría decir que nuestro aliento se entremezclaban. Noté como iba formando el nudo para mantener el pañuelo sujeto a mi cabeza mientras observaba su cara de concentración, apretando los labios en un divertido gesto. La tenía tan cerca que pude fijarme en detalles de su rostro en los que no me había fijado antes, como que su boca desprendía un rico olor a menta, muy diferente del resto de la tripulación que daba náuseas olerles el aliento. Por otro lado, no pude pasar por alto su nariz redonda y vuelta hacia arriba que le daba un aire juguetón, como la de un niño.
Aquella situación me pareció tan surrealista que bajé la vista para dejar de mirarla, pero accidentalmente me encontré con su inminente escote, perfectamente pronunciado gracias a su corsé. No sé qué era peor si mirar su cara o esto. Volví a desviar la mirada, buscando algo que no fuera ella, pero me resultó imposible, su cuerpo ocupaba todo mi espacio visual. Los segundos que duró este momento fueron de los más incómodos que he pasado en mi vida.
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Piratas
RomanceCarmen, una joven de 27 años, hija de uno de los piratas más temidos de la época. Tras pasar toda su infancia en un convento, un día su padre va en su busca y la convierte en una pirata. Por otro lado, Tabita, una chica refinada, que siempre ha viv...