*Tabita*
Dejé a Carmen en su camarote nada más llegar al barco, y le pedí a Pepa que trajera un cubo de agua templada y un paño. La verdad es que eso me recordó algo...
Pepa no tardó en presentarse con el pedido y rápidamente me ayudó a quitarle la ropa a Carmen.
-¿Qué hago con el vestido? -me preguntó sosteniendo el vestido totalmente roto y sucio por la sangre.
-Tíralo -respondí sin apenas echarle cuenta.
Ese vestido ya no me interesaba lo más mínimo, lo único que me importaba era que Carmen se recuperara lo antes posible.
Con una sábana cubrimos el cuerpo semidesnudo de Carmen y comenzamos a quitarle los pocos cristales que aún seguían incrustados en sus rodillas. La persona que le hizo esto debía de ser un demonio.
Apenas tardamos unos minutos en acabar con los cristales y continuar con la cura, limpiando las heridas y sacando la sangre seca que había resbalado por sus piernas. Mientras yo terminaba de lavarla, Pepa salió a tirar los cristales al mar y fue cuando una mano se posó dulcemente sobre la mía. Su rostro se veía cansado, débil, pero a pesar de eso me miraba con una sonrisa. Me acerqué con mesura y le dejé un beso en la frente.
-Lo siento, todo esto es por mi culpa -volví a culparme como llevaba haciendo desde que la encontramos en el sótano.
-Tranquila, sabía que vendrías a por mi -respondió Carmen sin dejar de sonreír-. Ahora me estás cuidando, eso es lo que importa.
Me alejé un poco para mirarla y acariciar su mejilla.
-No voy a dejarte sola nunca más, no quiero que vuelvan a hacerte daño. Te lo prometo.
Carmen trató incorporarse, pero se lo impedí al instante. Aún estaba demasiado débil y tenía que curarle las heridas de su espalda.
En ese momento entró Pepa al camarote y al ver a Carmen ya despierta se fue corriendo hacia ella con gran alegría.
-¡Carmen! ¿Estás bien? Vaya susto nos has dado. No vuelvas hacer una locura como esa -soltó de corrida provocando una espontánea risa en Carmen.
Al reír se quejó de la espalda, borrando su sonrisa de la cara.
-Ay, mi espalda.
-Tranquila, ahora te curo. Pepa, ¿nos dejas solas? -le pedí queriendo buscar un poco de intimidad entre nosotras.
-Bueno, pero tened cuidado con lo que hacéis. El Capitán quiere saber lo que ocurre, así que no tardará en pasarse por aquí. Como descubra que estáis juntas, a ti Carmen, te vuelve a meter en el convento, pero a ti y a mi, nos mata.
Reconozco que esa reflexión me hizo gracia, pero sinceramente, ni Carmen ni yo le estábamos echando mucha cuenta, solo teníamos la atención puesta en nosotras mismas.
-¿Me estáis escuchando? -preguntó ante nuestro silencio.
-Pepa, gracias por todo -comentó Carmen-. Pero ahora déjanos solas, por favor.
-Nada, como si le hablara a la pared. Me encantaría vivir en vuestro mundo de yupi, en serio.
Finalmente Pepa se marchó y nos dejó a solas. Durante unos minutos nos mantuvimos en silencio, limpiando sus rodillas y Carmen aguantando las ganas de quejarte por el escozor de las heridas. Después le puse un vendaje en ambas rodillas y me dispuse a curar las heridas de la espalda.
Me coloqué tras ella y observé su espalda un momento, sus heridas me dolían de solo verlas. Solo se apreciaban unos cuatro azotes, de los cuáles, algunos llegaban incluso al hombro o a las costillas. En algunas zonas la piel estaba casi levantada produciéndome desagrado.
Tomé valor y comencé a limpiar esos cortes con el paño limpio que Pepa había traído tras tirar los cristales. Pasé el paño con muchísimo cuidado, pero eso no evitó que Carmen diera pequeños gemidos de dolor, podía imaginar el increíble dolor que estaría sintiendo.
Tardé como una media hora en dejar su espalda lo más limpia posible, vacía de sangre seca en forma de río o con salpicaduras. Solo quedaba ponerle una venda, como hice con las rodillas, para proteger las heridas de cualquier infección. Para ello debía quitarse la sábana que cubría la parte de arriba de su cuerpo y aquello me ruborizó de solo imaginarlo.
-Carmen, tienes que bajar la sábana para poder ponerte la venda -le pedí en voz baja, tratando de ocultar el leve temblor de mis cuerdas vocales.
Carmen no tuvo que mirarme para saber que me había puesto nerviosa, se me notaba a leguas. Aún así, se volvió todo lo que el dolor de su espalda le dejó para mirarme de una manera tan tierna que me encantó.
-Quiero que me quites tú la sábana -su voz sonó casi en un susurro.
No tuve que pensármelo mucho, iba a hacerlo. Quería hacerlo. Así que agarré los extremos de la sábana y tiré lentamente de ella, bajándola poco a poco. Su piel no tardó en hacer acto de presencia hasta toparse con el pequeño sujetador de trapo que habíamos utilizado para cubrir sus pechos.
Finalmente llegué a la cintura. Noté como mis ojos se dilataban perfectamente ante la imagen de su cuerpo semidesnudo, me parecía guapísima la mirase donde la mirase. En su rostro encontré una sonrisa de lo más relajada, todo lo contrario a mi, que no podía dejar de sentir mil cosquilleos en el estómago. Sin previo aviso, llevó mi mano hasta su pecho poniéndola encima de su corazón, al igual que yo hice aquella vez en la que fue ella la que me cuidó. Podía notar los latidos de su corazón resonando en la yema de mis dedos. Me sorprendió no encontrarla nerviosa, no solo sabía mantener la calma desde fuera sino, que interiormente tenía una templanza admirable.
-Todo lo que notas cuando tocas mi piel, todo lo que sientes cuando me besas, todo lo que soy; es por ti -confesó desarmándome por completo.
*Carmen*
Sentía que era el momento de expresarle todo lo que siento por ella. Después de haber estado encerrada en aquel sótano y corriendo ese peligro, llegué a pensar que no saldría viva de allí, y me arrepentía enormemente de no haber podido decirle antes todo lo que ha hecho cambiar mi vida su sola presencia.
-Eres lo mejor que me ha pasado -continúo-, tú has cambiado mi vida. Todos los hombres con los que he estado se reducen a nada comparado con lo que siento por ti. Es la primera vez que me enamoro, como también es la primera vez en mi vida que le voy a decir esto a alguien: Tabita, te quiero.
Tabita me miraba boquiabierta, con brillo en sus ojos como si mis palabras le hubieran emocionado de verdad. Agarró entonces mi cintura y me besó con dulzura en los labios.
-Yo también te quiero -dijo separándose lo suficiente para hablar y después volver a besarme.
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Piratas
RomanceCarmen, una joven de 27 años, hija de uno de los piratas más temidos de la época. Tras pasar toda su infancia en un convento, un día su padre va en su busca y la convierte en una pirata. Por otro lado, Tabita, una chica refinada, que siempre ha viv...