Capítulo 11

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*Tabita*

Cuando ya estaba atardeciendo, en el barco comenzaron a preparar los botes para desembarcar en Tortuga, a lo lejos ya podía divisarse.

-Tortuga, no me trae muy buenos recuerdos -comentó Carmen con el ceño fruncido.

-¿Por qué? -pregunté intrigada.

-No quiero recordarlo.

Ante esa respuesta, no quise insistir en ello, sabía que cuando no me contaba algo era porque había sufrido con eso y no quería que yo supiera de todos los sufrimientos por los que había pasado. Quizá también es una manera de olvidarlo, el no recordarlo.

-¿Me presentarás a tu amiga? -cambié de tema.

-Claro. Además, tengo ganas de verla -respondió con gran ilusión.

Cuando el barco estaba a una distancia considerada varios tripulantes, entre ellos el Capitán, Puñales, Wilson, Carmen y yo, nos metimos en botes para llegar a la isla.

Wilson y el capitán iban en un bote aparte mientras yo iba acompañada de Carmen y Puñales que era quien remaba. Carmen le hizo saber al capitán que me llevaría con ella para ayudarla en sus labores, éste no puso impedimento alguno. Antes de pisar tierra, Carmen, quiso darme varios consejos.

-Permanece lo más cerca de mi, no te alejes en ningún momento ni vayas sola a ningún lado. No mires a nadie, si te hablan haz como si no existieran. No entres al trapo, te digo por experiencia propia que no es bueno, y más si acabas de llegar y nadie te conoce. Aunque no creo que se atrevan a decirte nada.

-¿Por qué? -quise saber.

-Porque a mi sí me conocen, y si vienes conmigo sabrán que eres de mi propiedad y es mejor no meterse con algo mío.

No me hizo especial gracia escuchar aquello de que soy de su propiedad. Considero que no soy propiedad de nadie, ni si quiera de mi padre. Pero si al menos eso me iba a salvar de los peligros era mejor aguantarse.

-Si te has criado sin ver a tíos borrachos y a prostitutas por todos lados, vete acostumbrando porque lo verás a partir de ahora -añadió-. No bebas nada de lo que te ofrezcan a menos que yo te lo de. Y por último, si alguien no te deja en paz dímelo y yo le dejaré claras algunas cosas. Puedes utilizarme de escudo humano.

Aquello último me hizo gracia, en cierta manera me gustaba sentirme protegida por ella, sé que a su lado jamás me ocurriría nada, pero a la vez temo que por mi culpa pueda sucederle algo, así que trataré por todos los medios de no meterme en líos que pudieran poner en peligro a Carmen.

El viaje en el bote duró apenas unos minutos en los cuales, Puñales, no dejó de quejarse de tener que remar a sus años. A Carmen, lejos de causarle cierta pena, le rebatió con que si tan viejo se sentía se jubilara de una vez de la mar. Puñales simplemente la mandó al infierno.

Al llegar pude comprobar como todo lo que me había imaginado sobre Tortuga se quedaba en nada comparada con la realidad. El ambiente allí era nefasto, el lugar apestaba a ron, la música se escuchaba por todos lados, las prostitutas paseaban tranquilamente por allí, y todas iban vestidas de manera provocativa, dejando a la vista más carne de la que deberían según los modismos de la sociedad. Había borrachos tambaleándose o tirados en el suelo directamente, otros se peleaban con espadas y algunos con las pistolas. Al lado de cada bar había un burdel, incluso dentro del bar había habitaciones para usarla.

Carmen me cogió por el brazo y me atrajo hacia ella lo más cerca posible, pasando después su brazo sobre mis hombros. Su gesto era serio. Comenzamos a caminar a paso ligero, y eso provocó que diera algún tropiezo por culpa del suelo tan desigual lleno de piedras y charcos que me hacían resbalar. Sin embargo a Carmen se la veía acostumbrada a este tipo de asfaltado, pues caminaba con paso seguro. Cuando llegamos a la mitad de la calle, giramos a la derecha y nos metimos en un callejón oscuro y maloliente. Casi al final de ese callejón había una tenue luz proveniente de unas pequeñas velas encendidas alrededor de una puerta.

PiratasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora