Tras una feroz tormenta, el Perla Negra a sufrido daños e inevitablemente toda su tripulación se ve en la necesidad de esconderse en la isla más cercana mientras la nave es reparada. Ahí mismo e inesperadamente, el Capitán Jack Sparrow recibirá un r...
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Una de las sirvientas llamó apresuradamente a la puerta de la habitación de Constanza. La joven que había permanecido adentro, abrió para ser enterada de lo ocurrido. Ordeno que de inmediato fueran por el Doctor Beristaín para que revisara a su nana.
Los mozos habían llevado a Guillermina a su habitación, Constanza se mantenía a su lado y todos los demás aguardaban cerca de ahí. La anciana no respondía a los llamados de la joven, no reaccionaba, no se movía y hasta parecía que no respiraba.
Constanza lloraba desconsolada por el destino de su nana y se culpaba por lo ocurrido. Uno de los mozos fue a informar a Máximo Gastrell, lo sucedido. El hombre estaba por irse a descansar a su cama cuando el sirviente lo interrumpió.
—¿Y cómo está la vieja? —preguntó algo fastidiado, después de escuchar al criado.
—No lo sé, Señor. Pero el doctor ya viene para acá. Aunque para mí que Guillermina no se libra de esta. No reacciona.
—¿Y mi hija, ya sabe?
—La Señorita Constanza fue quien mandó pedir al doctor. No se ha despegado de su nana.
—Bien. Puedes retirarte y mantenme al tanto de lo que ocurra.
El mozo se marchó y en su camino de regreso a la habitación de la anciana, encontró al Dr. Beristaín que también se dirigía hacia allá.
El médico se acercó al lecho donde yacía la nana. Hizo algunas preguntas mientras revisaba los signos de la mujer y la herida que tenía en la cabeza. La sangre ya no brotaba y habían cubierto el golpe con una compresa. Se puso de pie y suspiro pesadamente. No había nada que pudiera hacer por la pobre mujer.
—Lo lamento mucho, Señorita Constanza... Pero su nana ha muerto.
La joven Gastrell sintió como el corazón se le detenía.
Constanza lloraba desconsolada, tal vez como nunca en su vida lo había hecho. Tomó la fría mano de la anciana y comenzó a pedirle perdón. Todos los sirvientes que estaban presentes, lamentaron el deceso; Guillermina era una de las personas del servicio que tenía más tiempo trabajando en la mansión. Siempre había sido amable con todos y era muy querida.
—¡No me dejes, nana! ¡No te mueras! —gritaba la joven, mirando el rostro desfigurado de la mujer que la había criado y amado como una madre.
Las horas transcurrieron, pero Constanza había perdido la noción del tiempo. Se encontraba en su habitación lamentándose la muerte de Guillermina. Se sentía huérfana y no era de extrañarse. No había conocido más madre que a su nana y en todos esos años, nadie la había querido tanto como ella. La había cuidado desde su nacimiento, la había criado, mimado y acompañado en cada momento de su vida. En ella encontraba consuelo cuando su padre, de la nada la castigaba o la golpeaba. Y ahora ya no estaba, todo por su culpa.