Capítulo 30. Dieciocho años

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Constanza despertó a los primeros rayos del sol. Encontrando vacío una vez más el lado derecho de su cama. Pasó la mano por las mantas que estaban frías y sintió nostalgia. Extrañaba a Jack con todas sus fuerzas, pero estaba consciente de que su lugar era en el mar. Por otro lado sabía que no importaba el tiempo que pasara lejos de ella, él siempre volvería.

Se levantó de la cama, se lavó la cara con agua fresca, se peinó y se puso el vestido más bonito que tenía, uno color rosado con rosas rojas bordadas por todos lados, con vaporosos encajes blancos, decorando las mangas, la orilla de la falda y el escote. Se puso aceite de jazmín que sacó de un pequeño fresquito de plata con flores talladas y salió de su habitación.

La casa estaba hermosa. Las enredaderas seguían creciendo por las paredes interiores, decorando con las florecillas blancas y azules por todos lados. Era como tener un jardín dentro de cada habitación, aunque tenían que barrer hojas todos los días, eso a ella no le importaba. Le gustaba la originalidad de su casa, incluso imaginaba que probablemente así vivían las hadas en el bosque. Sus días en la Isla Cruces eran rutinarios, pero no se incomodaba por ello.

No muy lejos de ahí, encontró una vieja iglesia con un cementerio a un lado. Ella y Rosemary se encargaron de arreglarla un poco, acomodando las bancas, quitando las ramas secas, sacudiendo el polvo y acomodando las imágenes de los santos que ahí había. Y acudían ahí todos los domingos a rezar y llevarle flores a todas las tumbas abandonadas. 

Después, en el pueblo, encontraron una biblioteca llena de libros y pergaminos, muchos aun en buen estado. También se dispusieron a reparar el lugar y así poder visitarlo cada que quisieran.

Los jardines de la casa estaban llenos de flores y plantas que había encontrado en la selva, y llevados ahí para cuidar y decorar. En la parte trasera, construyeron un huerto, que cuidaban día con día, también había un corral con cabras y gallinas que Jack le había traído de uno de sus viajes. Incluso en la isla, había encontrado cerdos y caballos salvajes que habían atrapado.
Le gustaba mucho su nueva vida, su hogar... Solo le faltaba Jack.

—Hace más de un mes que no viene Archy. —dijo Rosemary algo triste. Desde hacía algún tiempo, ella y el joven marino se había vuelto pareja. Ambos eran muy felices y esperaban un día poder formar un hogar. 

Mientras tanto, la joven rubia estaba meciendo en sus brazos al pequeño hijo de Constanza

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Mientras tanto, la joven rubia estaba meciendo en sus brazos al pequeño hijo de Constanza. Un varoncito de apenas dos meses, de piel rosada y enormes mejillas, con los ojos verdes igual que su madre y que llevaba el nombre de su padre.

Ambas mujeres estaban en el jardín delantero, la que traía al bebé, se encontraba sentada junto a una mesa mientras bebía limonada fresca. La otra, hacía sus trabajos de jardinería, sacando la hiedra de entre las plantas y flores.

—¿Cuándo crees que vuelvan? —la rubia preguntó.

—Jack dijo que en un mes, pero ya se tardaron... ¿Y si les pasó algo? —Constanza se preocupó.

—Conociendo a Jack... Tal vez. Pero como lo conocemos, sabemos que de alguna manera resuelve todo y regresa aquí. Solo espero que no tarden. Extraño a Archy. —suspiró.

—Y yo a Jack... Quisiera abrazarlo y besarlo...

—¿Por qué no lo haces, Pajarito? —dijo una voz no muy lejos de ahí.

Miró hacía en frente y encontró a Jack, de pie en el caminito del jardín.

Constanza se levantó de inmediato y corrió a sus brazos.

Se abrazaron muy fuerte, y se besaron apasionadamente.

—¡Estas aquí! —dijo la joven entre lágrimas.

—No podía perderme este día sin ti... Feliz cumpleaños, Constanza.

—¡Creí que lo habías olvidado!

—Nunca podría. Hoy cumples dieciocho años, pajarito —volvió a besarla.

Rosemary, se acercó y le entregó el bebé al pirata, quien lo cargó con ternura y besó su cabecita.

—¡Está más grande que la última vez que lo vi! ¡Es un niño precioso!

—Cada día que pasa se parece más a ti.

—Es por eso. —dijo victorioso —Los eché de menos todo el tiempo.

—Y nosotros a ti...

—Los amo tanto... Son mi todo...

Volvió a acercar sus labios a los de Constanza para besarlos. Se separaron nuevamente y juntaron sus frentes. Ese era amor de verdad, amor para toda la vida. Un amor que perduraría pasara lo que pasara. Un regalo que le había caído del cielo, un pajarito que le ensueño lo bueno de la vida, lo que verdaderamente vale la pena.

 Un regalo que le había caído del cielo, un pajarito que le ensueño lo bueno de la vida, lo que verdaderamente vale la pena

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Fin.

¡Infinitas gracias por llegar hasta aquí! 

Escribí esta historia en el 2017, y ahora en el 2021 me dio por hacerle unas pequeñas modificaciones, nada que afecte la historia en sí. Solo le agregué imagenes y corregí errores ortográficos. 

Espero que les haya gustado, la verdad disfruté mucho escribiéndola para ustedes. 

Tengo más historias como esta en mi muro. 

Nos leemos luego. 

Ivonne Torres. 

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