Capítulo 21. Inesperado

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No podía creer lo que sus ojos veían. ¿Estaba alucinando? ¿Se trataba de un sueño? No estaba segura. Pero si sabía que el hombre frente a ella era Máximo Gastrell, su infame padre.

—¿Estás aquí? —preguntó incrédula.

—¡Claro que sí, tonta! —respondió déspota. 

La miraba con esos ya conocidos ojos llenos de furia. Su semblante malhumorado imponía, realmente era él. Sintió como las piernas le temblaban al verlo. Había olvidado el miedo que le provocaba su sola presencia.

Máximo se acercó a ella y la tomó fuertemente del brazo, logrando lastimarla.

—¿Cómo demonios llegaste a esa isla del infierno? Espero que me respondas con la verdad o te juro que te tiro por la borda, niña estúpida. —advirtió en una voz baja pero imponente.

El corazón de Constanza latió con fuerza. El terror que creyó haber dejado en el pasado, nuevamente se apoderaba de ella.

Máximo, sin soltarla, la llevó al exterior.

Rosemary permaneció callada y los siguió observando todo. Al llegar a la cubierta, descubrieron dos barcos que rodeaban la nave, había soldados encañonando a los piratas, y al Capitán.

—¿Qué ocurre, padre? —preguntó.

—Este es asunto de hombres, así que cierra la boca. —respondió Gastrell.

—Traje a la chica. Cumplí mi parte del trato y espero lo mismo de ustedes. —exigió el Capitán Salamanca, que miraba seriamente al padre de Constanza.

El hombre asintió y volteo a ver a uno de los soldados.

—Teniente, encárguese de que este hombre reciba lo que merece. —le ordenó.

El teniente asintió y les hizo una señal a sus hombres, ellos entendieron de inmediato. Dispararon las armas y mataron a quema ropa a la mayoría de la tripulación del Sirena. Los cadáveres cayeron al piso, llenando de sangre la madera.

Constanza y Rosemary gritaron aterradas.

—¡Son unos miserables! —exclamó Salamanca, que en un arranque de furia se abalanzó contra Gastrell, pero los oficiales lo detuvieron. Lo sujetaron con fuerza y lo golpearon en el rostro dejándolo inconsciente.

—¡Padre, no! —pidió Constanza en un grito para que detuvieran tanta barbarie, pero el hombre respondió dándole una bofetada.

—¡Te dije que mantuvieras la boca cerrada! —Máximo alzó la voz.

—¿Qué hacemos con el resto, Señor? —preguntó el teniente, que había observado a Gastrell golpear a su hija, pero fingió no importarle.

—¡Ya vámonos! No soporto estar otro minuto más en este inmundo barco.

Constanza le tendió la mano a Rosemary, para que la acompañara, pero su padre se lo impidió.

—¿Qué haces?

—Ella es mi compañera... Se llama Rosemary...

—¡Me importa un carajo como se llame! Ni creas que voy a permitir que te juntes con rameras. ¿Entendiste?

—Pero... necesito una dama de compañía en Barbados. ¡Se lo suplico! ¡Por favor! —se arrodilló ante su padre, quien hizo una mueca y al final accedió.

Ambas mujeres subieron a una de las otras naves, junto Máximo y los soldados. El padre de Constanza dio una orden y esta de ejecutó de inmediato.

Los soldados dispararon sus cañones al Sirena. Los piratas sobrevivientes gritaron y suplicaron clemencia, pero fue inútil. Saltaron al agua, a merced de la corriente marina, expuestos a las inclemencias del océano. Y el barco quedó destruido por completo.

Little BirdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora