Capítulo 2. Un pajarito asustado

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    Constanza vió con asombro y terror a aquel hombre tan extraño. Él dijo algo que ella no entendió a causa del miedo y los nervios. El sujeto intentó dar un paso para acercarse a ella, pero la joven retrocedió. 

—¿Caíste del cielo o te lanzaste del risco? —Jack preguntó.

—¡Eso no es asunto suyo! —respondió ella, desviando la mirada.

—¡Me caíste encima! Es asunto mío. 

—¡Tropecé!

—¿Te encuentras bien?

¿Qué si se encontraba bien? Claro que no lo estaba, nada estaba bien en su vida. Seguía abrazándose a sí misma, cabizbaja, mirando sin mirar a algún punto. Primero, con un ligero movimiento de cabeza, respondió negativamente, después reaccionó, apretó los ojos y cambió su movimiento, indicándole que sí. Volvió a abrir los ojos y salió corriendo del agua, intentando escapar del hombre, que instintivamente fue tras ella. 

—¡No me haga daño! —suplicó la joven al darse cuenta de que la seguía. 

El pirata alzó las manos en son de paz  —¡No voy a hacerte nada! —respondió. 

La chica seguía sin mirarlo a la cara, pero él podía notar, aun a pesar de la oscuridad, que había algo raro en la expresión de ella. 

—Le suplico que no le diga a nadie que me vio. —pidió Constanza.

—No lo haré si prometes lo mismo. 

La joven asintió y se marchó, dejando a Jack solo en la playa. De todas las situaciones raras por las que había pasado, esa era la más extraña de todas. ¿Se trataría de un fantasma? ¿Una visión? ¿Un sueño? ¡Para nada! Pero había algo en esa mujer que lo dejó intrigado, algo inusual en su mirada, un su expresión. Fue todo tan rápido que no pudo descifrar que era, y se quedó pensando en ello toda la noche.

A la mañana siguiente, como era de costumbre, Constanza ayudaba a su padre a alistarse, acomodándole el saco, abrochando los botones de su chaleco, poniéndole los zapatos, entre otras cosas

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A la mañana siguiente, como era de costumbre, Constanza ayudaba a su padre a alistarse, acomodándole el saco, abrochando los botones de su chaleco, poniéndole los zapatos, entre otras cosas. En esa ocasión, ella no se sentía del todo bien, no había descansado lo suficiente al haber salido por la noche a escondidas. No hacía nada más que pensar en el hombre que encontró en la playa. ¿Le diría a alguien que la había visto ahí? Esperaba que no, no quería que su padre se enterara de eso, porque si llegaba a descubrir que estuvo sola en un lugar muy apartado y a altas horas de la noche, ahora sí la mataría a golpes o en el menor de los casos, dejarla encerrada de por vida en ese horrible baúl. A cauda de sus distracciones mentales, hacía más lenta la labor de abrochar el saco de su padre, cosa que a este comenzó a impacientar. 

—¡Date prisa, niña! ¡No tengo tu tiempo! —Máximo Gastrell Exigió. 

Al escuchar la queja de su padre, Constanza intentó abrochar los botones más rápido, pero estaba tan nerviosa que no se percató de que había puesto mal los ojales y esto molestó más al hombre. 

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