Capítulo 20. Engaños

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—¡Con ese collar, puede comprarse toda esta isla si quiere! —decía Constanza a Madame Lucy, quien observaba la valiosa joya muy entusiasmada. 

—¿Son perlas genuinas? —ella preguntó.

—¡Por supuesto! ¿De verdad cree que una mujer de mi clase anda por ahí con baratijas?

—¡No! ¡Por supuesto que no!

—Entonces... ¿El trato está hecho? —Constanza balanceaba el collar de un lado a otro, comprobando que la Madame estaba hechizada por él.

—¡Sí! —respondió ella de inmediato.

Dicho trato consistía en comprar la libertad de Rosemary con la joya. Se trataba de uno de los collares regalados por su padre, uno con perlas, esmeraldas y diamantes. Afortunadamente, Jack había rechazado tomar las alhajas y podía utilizarlas para salir de Tortuga.

Constanza le entregó las perlas, la rubia salto de alegría y abrazó a su amiga. 

Ambas subieron rápido a la habitación y comenzaron a empacar todo.

—¿Entonces ya tienes un plan? —preguntó Rosemary.

—Buscaremos un barco que nos saque de aquí y nos lleve a Francia...

—¿Francia? ¿Hasta allá?

—La única hermana de mi madre vive en París. Se casó y se fue allá, no sé mucho de ella, pero es viuda y no tuvo hijos. Seguro va a recibirnos. No pienso volver a Barbados, le contaré todo, solo omitiré lo que ocurrió con Jack.

—¿Cuándo buscaremos quien nos lleve con tu tía?

—Hoy mismo. Tenemos muchas joyas para poder vivir por lo menos un año. —declaró sonriente.

Había pasado dos días desde que el Perla Negra y su tripulación salieron de Tortuga. Constanza lloró toda la primer noche, había perdido a Jack para siempre y él a ella. Su historia había sido fugaz, pero significativa, Sparrow fue su primer amor, el primer hombre en su vida y el único. Sabía que jamás volvería a amar a nadie más que a él. Estaba tan triste y furiosa a la vez; le había entregado todo a Jack y él se burló de ella. De esos dos sentimientos, prefería el enojo, ya que era menos pesado que el otro, más fácil de manejar y mucho más soportable. La mantenía de pie, erguida. Estar molesta con Jack era mejor que extrañarlo.

—¡Pero si saben que tienes joyas, son capaces de quitártelas y matarte antes de que llegues a Francia! —advirtió la rubia.

—Es verdad, por eso pagaremos una parte y les diremos que al llegar, mi tía pagará el resto.

—¿Crees que funcione?

—Eso espero... Sino, prefiero estar en el fondo del mar que en este horrible lugar.

Esa tarde, ambas buscaron un barco dispuesto a llevarlas a donde ellas querían, pero todos los marinos las rechazaban o ignoraban. Regresaron a la habitación, cansadas, más no rendidas.

A la mañana siguiente, volvieron a salir y un pirata las esperaba en la calle. Era un hombre, alto, delgado y viejo, ocultaba el cabello en un sombrero de tres picos y traía ropa muy sucia y mal oliente. Su cara era afilada y estaba llena de cicatrices, sus ojos oscuros y su nariz era redonda y muy grande.

—¿Ustedes son Constanza y Rosemary? —les preguntó.

—Así es. ¿Le podemos ayudar en algo? —respondió Constanza.

—Permítanme presentarme, soy el Capitán Salamanca. He escuchado en la taberna que necesitan de una nave que las saque de esta inmunda isla y vine a poner la mía a su disposición. —ofreció, su voz era ronca, tal vez debido al alcohol.

Little BirdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora