Capítulo 14. Agua caliente

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La habitación de Constanza era muy diferente a la que tenía en la mansión de su padre, era mucho más pequeña aunque más grande que la de Guillermina

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La habitación de Constanza era muy diferente a la que tenía en la mansión de su padre, era mucho más pequeña aunque más grande que la de Guillermina. No era para nada lujosa, pero Jack le había dicho que era la mejor en toda la isla. Solo tenía dos ventanas en un mismo lado, el color de las paredes era de algún extraño tono de amarillo, no había pinturas ni retratos por ningún lado, pero sí muchas flores que adornaban y perfumaban la pieza >>imaginó que Jack había ordenado que las colocarán para ella<<, además de una pequeña mesa de madera y dos sillas en un rincón, un ropero, un tocador con un gran espejo y la cama donde dormía. A ella los lujos no le importaban, lo que fuera era suficiente mientras estuviera con su amado.

Apenas había transcurrido un día de cuando recobró el conocimiento y tan sólo tres desde que arribaron a Tortuga. Daba vueltas por la habitación algo desesperada, era ya cerca del mediodía y Jack no estaba, esa mañana al despertar, ya se había ido y no sabía nada de él. Caminaba de un lado a otro, como un cachorro inquieto en espera de su amo. Se asomaba se vez en cuando por la ventana para ver si lo miraba en la calle, pero nada.

El paisaje que las ventanas le brindaba del lugar, de cierta forma la sorprendía, no se parecía a ninguna de las ciudades que ella conocía >>aun cuando su padre era un tirano, la había mandado una corta temporada a Londres para recibir una mejor instrucción que la que podía encontrar en Barbados<<, ni siquiera se asemejaba a la parte más pobre de la isla en la que había vivido. De algún modo, Tortuga, preservaba un toque salvaje. La gente era totalmente diferente, las mujeres, los hombres... No había niños en ningún lado, además de que el lugar olía algo raro. Se le ocurrió que tal vez esa era la razón de que su cuarto estuviera repleto de flores.

Decidió explorar un poco su pequeña habitación, para matar el tiempo. Abrió el armario y estaba vacío, los cajones del peinador, igual, debajo de la cama sólo encontró polvo. No había nada en qué entretenerse, ni siquiera un libro... Nada.

No se atrevía a salir de la pieza por miedo, no conocía a nadie allí y no sabía si Jack o su tripulación estaban cerca. Y por lo que había visto a través de las ventanas, el exterior parecía peligroso.

Se sentó frente al espejo, su cabello estaba alborotado, deseaba en ese momento tener un peine y poder arreglarlo. Paso sus dedos entre las hebras sintiéndolo sucio y grasoso. ¿Cuantos días habían pasado desde su último baño? Recordó que había sido el mismo día de la muerte de su nana. No sabía cuánto tiempo había pasado en altamar ¿Una semana tal vez? Creía que en su cuero cabelludo había la suficiente grasa para freír una chuleta de cordero. Eso la comenzaba a desesperar aún más, se sentía sucia e incómoda. Necesitaba un baño urgente.

La puerta se abrió en ese momento, Jack entró a la habitación y antes de que pudiera decir algo, Constanza salto a sus brazos, tomando por sorpresa al pirata.

—¡Te extrañé! ¿Dónde estuviste? —lo interrogó.

—Lo siento, Pajarito. Hubo un problema con la tripulación del Perla. —respondió manteniendo el abrazo.

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