Hola, mí querida mujercita.
Ya no eres una niña, en las oportunidades que te llamaba de esa manera me corregías diciéndome "Ya no soy una niña", y tenías razón... ya no eras una niña. Ahora tienes 22 años, estás más bella que nunca, más mujer que nunca. No me alcanzarán las palabras para agradecerle a Mark y a mi madre todo el amor que nosotros egoístamente nunca te pudimos dar ¿Recuerdas cuando te peinaba y te vestía con los mejores vestidos?, te parecías a mí cuando era joven, veía eso en ti, una mujer hermosa, una mujer perseverante, una mujer que no necesitó del amor de sus padres para crecer en la vida.
¿Sabes? a pesar de que nunca te lo demostré, te amé con locura, mi pequeña niña, por cierto, las únicas palabras que he usado en esta carta son mujer y niña, posiblemente la tinta se corra porque me estoy riendo.
Necesito tu perdón, hija mía, no solo yo, tu padre también, recuerdo una vez que te enfermaste gravemente, nunca antes te había visto tan frágil y pálida, ni tu abuela ni tu tío estaban para apoyarme ni darme la mano, no sabía qué hacer, solo tomaba tu pequeña mano y para calmar la fiebre te ponía pañitos de agua.
Nunca sentí tanto miedo...
Veía a tu padre caminar de un lado a otro sin más que hacer. Mientras dormías respirabas levemente por tu boca y yo te contaba historias, para mi calma y para la tuya, la fiebre bajó y nunca más me sentí tan agradecida como ese día, pero también, nunca más sentí tanto miedo a perderte como aquella desolada noche. Tu parto fue difícil, y en ese momento te prometí un futuro, una buena vida, pero luché tanto por eso que terminé perdiéndote. Mi madre me dijo esas mismas palabras un día antes de que viajaras a estudiar, llenándote de cosas materiales y olvidándome de que no todo en la vida era eso.
Sé que es tarde, sé que eres una adulta, sé que amas a una mujer que al igual que tú, te ama y te respeta, y no tengo ningún problema con que veas a una mujer de esa manera, se cuan feliz te puede hacer Perrie, la conozco y veo en sus ojos el mismo anhelo que el tuyo.
Sé feliz mi pequeña niña, no sé por qué pero siento que esta es la última vez que te escribiré y rezaré porque no sea así, te amo Jade, por favor, sé feliz, lucha por eso, lucha por tus logros, necesito eso para ti, luché por algo que nunca podré ver, pero disfrútalo.
Nos vemos mi amada princesa
Con amor
-Norma...- Me dije
Yo estaba sin palabras y ya mis lágrimas habían mojado parte del papel que decorado con una hermosa caligrafía, resaltaba su elegancia. Me había prometido leer esta carta al día siguiente de volver a encontrarla, pero lo que hice fue esperar, hasta que mi valentía fuese la suficiente, la había sacado del cajón para leerla un año después justo en el aniversario de muertos de mis padres.
-¿Cómo estás?- Me preguntó Mark entrando a mi consultorio, le sonreí y sequé mis lágrimas
-Muy bien
Cuando mi tío se fue, me tomé un momento para pensar en el rostro de mis padres, mi madre era la mujer más hermosa que alguna vez conocí, su cabello largo y castaño, muy parecido al mío, sus ojos mieles, escondiendo una compasión en ellos, su nariz muy fileña, sus cejas, las cuales nunca tuvieron que cortarlas, su cuerpo tan perfecto y bien formado. Lucía una elegancia inimaginable, llena de pretendientes pero ella solo tenía ojos para mi padre. Mi padre, un hombre serio, honrado y paciente, trabajador y ambicioso, era alto, cabello Claro, al igual que el de mi hermano, barba cuadrada y siempre expresaba un olor característico. Mark y mi abuela siempre me comparaban con la belleza de mi madre, diciendo que yo como heredera lo más valioso que me había dejado era su físico y su ternura. En muchas ocasiones me quise olvidar de su rostro, pero siempre, en las noches me aparecía, diciéndome cosas tiernas al oído o leyéndome un cuento y al lado, en mi mesita de noche, uno de los vestidos que siempre me traía.