Capítulo 7

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Esa misma noche cae una tormenta que se prolonga hasta el amanecer y que a mi me deja preocupada para todo el día, apenas duermo pensando en que la lluvia la ha podido calar hasta los huesos, que puede enfermar del frío, y a la vez no dejo de decirme a mi misma que eso no me tendría que preocupar lo más mínimo, que si muere de una pulmonía me ahorraría tener que matarla como tengo pensado hacer de una vez por todas, terminar con esta absurda historia de una vez y callarle a mi padre la boca demostrándole que tengo los arrestos suficientes para hacer eso y más.

Pero esto me resulta imposible y al final acabo yendo al bosque cuando el cielo se despeja, los pájaros vuelven a cantar y el sol pega tan fuerte que tengo que ir transformada en zorro para que no me afecte. Antes de que me vea vuelvo a mi forma humana y me acerco hasta su "refugio", la hoguera de ayer está encharcada y Arlet, milagrosamente está perfecta, ni si quiera está mojada, ¿cómo lo ha hecho? Al verme no se asusta ni se sorprende, es como si ya tuviera la seguridad de que no voy a hacerle nada.

-Vaya, pensé que te encontraría muerta.

-Ja, ja, ja, siempre tan divertida -contesta Arlet con un tono claramente irónico.

Me da la espalda y se pone a coger varias moras de los árboles, parece que sigue alimentándose de eso y supongo que de los pocos pescados que pueda pescar, como ayer. Entonces noto como los brazos y la cara me empiezan a picar, me miro las manos y las tengo rojas y en ese momento recuerdo que estoy bajo el sol abrasador que se ha impuesto después de toda una noche de frío.

-Mierda -mascullo sin dejar de rascarme compulsivamente y sintiendo la quemazón penetrarme en la piel.

Arlet me oye y se vuelve para mirarme. En seguida se da cuenta de lo que me pasa y tira de mi mano introduciéndome entre unos matorrales. Yo no opongo resistencia, me estoy quemando y cualquier intento de llevarme a la sombra lo recibo con las manos abiertas. Ni si quiera nos alejamos mucho de donde estamos cuando nos encontramos con una pequeña y casi diminuta cueva, donde nos metemos rápidamente. La cueva es fría (nunca he entrado en una, pero tengo entendido que todas lo son), y ese frío me hace efecto al instante aliviándome la quemazón del sol, los picores poco a poco van cesando y yo me siento cada vez mejor. Y en ese momento lo entiendo, miro a Arlet casi sorprendida, aunque tampoco es nada del otro mundo, simplemente ha tenido suerte de dar con esta cueva.

-Aquí te refugiaste anoche, por eso no estás mojada -le digo recuperando el aire por la pequeña carrera que nos hemos dado hasta aquí.

-Cuando vi que el cielo se oscureció me puse a buscar ramas y hojas que me pudieran servir para hacerme un techo, aunque fuera pequeño, pero entonces encontré esta cueva y aquí me metí. Tuve suerte, el viento tan fuerte que hacía hubiera derribado cualquier cosa que yo hubiera hecho.

-La suerte parece estar siempre de tu lado -respondo con cierto resquemor.

Arlet niega con la cabeza y prefiere no responder a eso, parece un poco cansada, con el vaso de la paciencia en el límite. Soy consciente de que si le digo algo más que pueda molestarle se puede enfadar bastante.

-¿Cómo tienes la herida? -pregunto desviando el tema, para evitar ese gran enfado que parece aproximarse.

-Bien -responde dulcificando la voz.

-Déjame ver -le pido.

Me enseña el hombro sin poner ninguna pega y compruebo que la herida tiene mucho mejor aspecto que la última vez y que los puntos ya están listos para ser retirados. En ese momento la miro a los ojos y creo que es la primera vez que me fijo en ellos. Son verdes y el izquierdo tiene una peculiar motita negra. Tras un segundo en los que me quedo muda mirándola, vuelvo a la realidad:

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