Capítulo 22

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Ahora sí le oigo levantarse de la cama, vestirse y salir de la habitación cerrándola con llave. Vuelvo a estar sola. Es mi único momento de tranquilidad.
Otro día más que pasa. Otro día más en el infierno.

Me apresuro a buscar nueva ropa que ponerme, aunque tendré que estar atenta a cuando llegue para quitármela corriendo si no quiero aguantar nuevos golpes. Recuerdo el de anoche y me miro en el espejo por primera vez en muchos días. Mi aspecto es horrible. Tengo el pelo sucio de no lavarlo desde hace días, los ojos rojos de tanto llorar, surcos negros rodeándolos de los días que paso en vela. La mejilla derecha roja del bofetón de Eloisa. Un bultito en la sien izquierda del golpe de ayer. Me doy con un dedo y me quejo por el dolor. Miro entonces mis brazos llenos de moratones de los golpes de Pietro, de sus tirones y agarres. El cuello lleno de asquerosos chupetones y mordiscos de esas noches que se me hacen tan eternas. No es mi mejor aspecto, y como no quiero ver más acabo por ponerme el camisón de tela muy fina que he cogido y que nada hace para apaciguar el frío que tengo.

Coloco la caja de música sobre mi regazo y me siento en el alfeizar de la ventana donde veo a los guardias apostados en la entrada de la mansión, todos bien preparados ante un posible ataque. Las ramas de los árboles del bosque me siguen llamando para que vuelva con ellos, pero esta vez lo tengo imposible. La ventana tiene barrotes y estamos a una altura bastante alta, acabaría matándome. La verdad es que no sé cómo lo hacían antes los vampiros para saltar el abismo que separaba el mundo de los humanos y el nuestro. Debían de estar muy preparados, o quizá la altura no era tanto como imagino.

Abro la caja y me vuelvo a perder en el sonido de la canción. Esta bailarina que nunca se cansa de dar vueltas y que mantiene su equilibrio en una sola pierna es la única que me hace compañía en la habitación.

La puerta se abre y ni si quiera me paro a mirar quién es ya que supongo que será una de las esclavas para traerme la sangre.

-Déjala en la mesa -le digo con desgana sin dejar de mirar hipnotizada a la bailarina.

-Eso es, déjala sobre la mesa y cierra la boca.

Esa voz. Miro hacia la puerta con los ojos abiertos de par en par.

-Arlet -digo más para mis adentros.

Me sonríe al verme, pero después frunce el ceño. Me levanto del alféizar dejando la caja de música ahí apartada. Arlet echa a la esclava de la habitación mientras ésta le promete que no dirá nada de que está aquí, después cierra la puerta. Nos miramos y tardamos varios segundos en correr la una hacia la otra y abrazarnos tan fuerte que hasta me duele.

Se separa de mi apenas unos centímetros solo para verme la cara. Aprieta la mandíbula y oigo en sus pensamientos maldecir a quien sea que me haya hecho daño. Pietro, pienso en respuesta.

-He sido una idiota dejando que te casaras con él -dice besando mis labios con tanta dulzura que me dejo caer en sus brazos como si me mecieran en una cuna.

-Sácame de aquí -logro decirle cuando me despego de su boca para coger aliento.

-Claro que te voy a sacar, no pienso dejarte aquí ni un segundo más.

Echa una mirada por la habitación hasta dar con el armario. Saca varias prendas de ropa y acaba eligiendo unos pantalones y una camiseta sin mangas.

-Algo cómodo, nos va a tocar correr -me informa.

-Como siempre -le respondo volviendo a notar un poco la alegría que tenía antes estando con ella.

Me quito el camisón dejando mi cuerpo expuesto por primera vez delante de ella, pero la sensación es muy distinta a cuando estoy con Pietro. Con ella no tengo miedo. Se acerca con la ropa y me ayuda a vestirme para no perder más tiempo. Aunque Pietro no llegará hasta la noche, puede que la esclava nos haya traicionado dando la voz de alarma a los guardias.

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