Capítulo 21

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Cuando me despierto por la tarde me encuentro sola en la habitación. Estoy tiritando de frío por pasar toda la noche desnuda y en el suelo, así que cojo del armario algo de ropa íntima y un camisón. Cuando intento salir al pasillo me doy cuenta de que la puerta está cerrada con llave. Me meto en la cama y cojo la caja de música, por un momento agradezco el sonido que emana de su interior. Por fin un poco de calma en medio de esta horrible tormenta.

Al poco, escucho la puerta abrirse y me doy cuenta de que me he quedado casi hipnotizada por la bailarina. Cierro la caja con prisas pillándome un pellizco en el dedo y salgo de la cama de un salto temiendo que sea Pietro. Suspiro aliviada al ver a una de las esclavas traerme una bandeja con un vaso y la botella de sangre.

-Aquí tiene -dice dejando la bandeja en la mesa de la habitación.

Me acerco hasta ella y le agarro del brazo desesperada antes de que se marche. La mujer, que no tendrá más de cincuenta años, me mira asustada.

-¿Dónde está mi marido? -Me repugna incluso llamarle así.

-El señor ha salido -tartamudea.

-¿A dónde? -insisto.

-No lo se, salió hace un par de horas.

Comienzo a aflojar el agarre cuando se me cruza una idea por la mente. Esta puede ser una buena oportunidad para escapar de la mansión. Huir otra vez y esta vez para siempre.

-Sácame de aquí -le hablo apretándole de nuevo el brazo.

La mujer intenta soltarse, pero yo se lo impido.

-Por favor, señora. Suélteme.

Me suplica con ojos vidriosos, pero no me afectan en absoluto. Quiero escapar de esta prisión y nadie me lo impedirá.

-No te voy a soltar hasta que no me ayudes a escapar. Mañana mismo, al amanecer, cuando todos estén dormidos.

-No puedo hacer eso, me matarán.

-Lo haré yo antes si no me ayudas.

Empezamos una discusión entre ayudarme y no mientras forcejeo con ella para impedir que se fuera de la habitación. Fue entonces cuando nos sorprendió Eloisa, para mi desgracia.

-¿Qué está pasando aquí?

Solté inmediatamente a la esclava y ésta salió corriendo de la habitación entre sollozos.

-Nada -respondí dando varios pasos atrás hasta chocar con la mesa a la que me agarré como a un clavo ardiendo.

-¿Acaso pensabas huir otra vez?

Me había oído. Me quedé callada porque no sabía qué responderle. Dijera lo que dijera lo utilizarían en mi contra.

-Vete de mi habitación -le dije tratando de que sonara más una orden que una súplica.

-¿Tú habitación? -respondió con ironía-. Los traidores no tiene habitaciones. Esta habitación es de mi hijo.

-Por desgracia... -digo entre dientes bajando la cabeza.

Pero no hay nada que se le escape a Eloisa que chasquea la lengua y camina hacia mi. Aprieto con fuerza el borde de la mesa y trato de ocultar el miedo que se cierne sobre mi cabeza.

-¿Crees que mi hijo te quiere? ¿Crees que te mantiene viva por amor? Por dios, te detesta, y no tardará en deshacerse de ti.

-Antes me deshago yo de él -la desafío con imprudencia.

Como respuesta me llevo una bofetada que me hace girarme contra la mesa. En parte lo esperaba y me entran más ganas aún de matarla, pero no lo hago porque supondría mi posterior muerte y no me da la gana morir aún.

-Cuidado con lo que dices, traidora, estás jugando con fuego.

-Eloisa.

Una nueva voz entra en la habitación. No me hace falta verlo para saber que es mi padre, su voz la reconocería hasta en el mismísimo infierno. Eloisa cambia su postura de repente, siempre le ha tenido un respeto enfermizo, como si fuera una subordinada. Le hace una simple reverencia con la cabeza y se hace a un lado para dejarme cara a cara con él.

-Es contigo con quien quiero hablar -le hace saber.

Mi padre se mantiene en medio de la puerta, con una pierna dentro y otra fuera. Ni si quiera me lanza una mirada de reojo. No sé de dónde me nace querer hablar con él para decirle como Pietro me ha tratado, aunque sé que no moverá un dedo por mi.

-Papá

Doy un par de pasos inseguros hacia él. Sigue sin mirarme, hace oídos sordos mientras sale de la habitación seguido de Eloisa que me lanza una sonrisa burlona antes de cerrar la puerta. Estoy completamente sola. Sin la ayuda de nadie. Sin el amor de Arlet, que tampoco dejo de plantearme si es real o no, si solo me ha utilizado a su antojo o si de verdad siente algo por mí.

Me siento en el borde de la cama, me aferro con fuerzas a las sábanas, me hago bola y contengo las lágrimas. Arlet, ¿dónde estás?





No oigo sus pasos llegar. No oigo la puerta abrirse. Lo único que siento es el golpe contra el suelo. Abro los ojos de par en par y me encuentro con Pietro enfurecido por haberme pillado durmiendo en su cama. Una traidora no merece tal comodidad. Ha tirado tan fuerte de mi camisón que lo ha rajado por la parte de la espalda. Me llevo las manos a la sien donde me he golpeado. Estoy mareada, pero por suerte no me he hecho sangre. Pietro vuelve a tirar de mi para ponerme en pie. No deja de soltar improperios en un tono de voz tan alto que me chirrían los oídos. Termina de romper el camisón y se desprende de mi ropa interior dejándome otra vez desnuda. Solo entonces me deja en la cama, pero simplemente para su disfrute personal. Esta vez me embiste desde atrás, una y otra vez, hasta saciarse por completo, hasta quedar sin fuerzas. Mientras, yo me tapo la cara con la almohada para silenciar mi llanto. Cuando termina, vuelve a lanzarme al suelo y me prohíbe verme vestida en su presencia. Disfruta contemplándome desnuda, y yo detesto que me mire como si solo fuera un trozo de carne del que saciarse cuando quiera.

Esa noche la vuelvo a pasar sobre la alfombra, tragando mis sollozos y pidiendo a gritos en mi cabeza que Arlet venga a buscarme, que me saque de aquí y me lleve lejos con ella. Me da igual si me quiere para su convenio simplemente, solo quiero escapar de este infierno.





Entre esos pensamientos siento que algo se conecta, no sé qué es ni qué significa, pero es exactamente igual que cuando Arlet y yo nos miramos. Por un momento hasta me parece oír unos latidos de más, aparte de los de mi propio corazón. No dejo de pensar en ella, en llamarla en sueños, en pedirle que venga a rescatarme. La nombro tantas veces que temo borrándole el nombre. Quizá con esto logre ponerme en contacto con ella, como la última vez que vino aquí que pude ver a través de sus ojos. Y si logro entrar en su mente es porque ella me deja, no es como lo humanos que no oponen resistencia, ella puede prohibirme la entrada, pero no lo hace.
Arlet, escúchame. Sácame de aquí...

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