Capítulo 12

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Me despierto al rato con un hambre feroz, mi interior vuelve a pedirme sangre. Busco a Arlet, pero no está conmigo. Ha debido de ir en busca de comida lo que significa que ya se ha recuperado de mi mordida. La llamo en voz baja, tampoco quiero que me escuche alguien que pueda pasar cerca de donde estoy, y al poco aparece con varias moras. ¿Este es el pueblo de las moras o qué?

-Había ido a por algo para comer.

-Ya veo, ya -le respondo mirando las moras que lleva en la mano.

-Es una pena que no puedas comerlas -Se sienta a mi lado mientras se lleva una a la boca-, están riquísimas.

-Puedo comerlas, pero no me alimentan -le corrijo.

A los vampiros solo nos alimenta la sangre, pero eso no significa que no podamos comer nada sólido. Poder podemos, pero nos parece una tontería hacerlo si no nos va a quitar el hambre.

-¿Quieres probar una? -me ofrece sacándome de mis pensamientos.

Sería la primera vez en mi vida que me meto algo en la boca que no sea sangre. Lo miro con desconfianza porque lo más seguro es que no me guste nada, pero Arlet insiste, así que acabo cediendo y dejo que meta uno en mi boca. Lo mastico y al segundo lo escupo al suelo.

-¡Guaj! Que asco.

-¿Qué dices? Es la fruta más rica del mundo.

-La sangre sí que es lo mejor del mundo.

-Eso sí que da asco.

-Pues bien que la bebes.

-Solo cuando no tengo otra cosa para comer.

Ya nos hemos vuelto a enzarzar en una tonta discusión. Está claro que no hay manera de entendernos. Aunque parecía que estábamos más tranquilas la una con la otra, a la primera de cambio empezamos con las peleas. Somos como el agua y el aceite, nos repelemos muy fácilmente.

-Tienes mejor aspecto, por cierto -me dice aún en tono enfadado, sin mirarme.

-Gracias -respondo igual y cruzada de brazos.

-¿Quieres beber? -pregunta ofreciendo otra vez su cuello.

-No puedo depender de ti siempre, acabarás empeorando tú también.

Es la verdad, si sigo chupando su sangre puede llegar a morir y después de todo lo que hemos pasado ese sería el peor final.

-¿Y qué hago?

Su voz suena ahora como una derrota. Deja caer las pocas moras que le quedaban al suelo y se lleva detrás de la oreja un mechón de pelo rojizo que le estorbaba en la cara.

-Llévame a la mansión -lo digo con toda la convicción que puedo.

Sé que es arriesgado. Sé que no quiero tener que enfrentarme al enfado de mi padre. Pero también sé que no tengo otra y que allí podré recuperarme del todo. Por Drácula, soy tan débil o más que los humanos, no soy capaz de sobrevivir sin que alguien me ayude. Esto sí que es una derrota.

-No pienso hacer eso.

-Mi padre no me dejará morir -De eso estoy casi segura. Casi.

-Y a saber qué te hace cuando te recuperes.

-Eso es algo que solo me incumbe a mi, no debería importarte -le espeto con un desprecio actuado para que le sea más fácil dejarme a mi suerte sin tener cargo de conciencia.

-Pues me importa -me responde poniendo los brazos en jarra y mirándome con el ceño fruncido.

-¿Por qué? -le pregunto tras un segundo de silencio. ¿De verdad quiero saber el por qué?

-No lo sé -contesta bajando la vista al suelo y destensando sus brazos.

-Me entiendes a mi ahora -contesto recordándole cuando yo le respondía lo mismo hace apenas unos días.

-¿Estas segura de esto? -Vuelve a mirarme y veo el miedo en sus ojos, justo lo que yo no quería que tuviera por dejarme sola frente a mi padre.

-Completamente.

Completamente que no, pero que no tengo más remedio. Es ir o acabar muriendo aquí. Mi padre no me matará, sobre todo por el qué dirán y porque muy a su pesar me necesita para tener quien se encargue de sus dominios.





Estamos lo más cerca de la mansión que Arlet me ha podido dejar sin arriesgarse a ser vista. Pronto comenzarán a despertarse los vampiros, así que no tardaré en ser encontrada aquí, en una puerta trasera de la mansión, en la cocina. Por aquí entran cada día vampiros con cajas llenas de botellas de sangre para nosotros. Le agradezco a Arlet que me haya traído hasta aquí. Bueno, nos agradecemos mutuamente todo lo que nos hemos ayudado sin ni si quiera tener un por qué. Nos deseamos suerte en nuestros nuevos caminos y seguro que ella, como yo, piensa en que será mejor que no nos volvamos a ver nunca más. Por un momento, hizo un ademán de abrazarme, pero pareció arrepentirse en el último momento y yo lo prefiero así, no somos para nada amigas.

Al cabo de una hora y, cuando empiezo a notar que voy a perder el conocimiento, uno de los guardias que hace ronda por el castillo me encuentra y me lleva asustado dentro de la mansión.

Lo único que recuerdo después es oírle hablar con otros guardias y decidir llamar a una curandera mientras otro avisa a mi padre. Entonces me dejo vencer por el cansancio.

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