Capítulo 23

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Cuando nos cansamos de correr y pensamos que ya estamos lo suficientemente lejos de la mansión, acampamos junto a una hilera de árboles que nos mantiene protegidas de miradas ajenas. Arlet está más parlanchina que otras veces, no deja de hablar de cualquier cosa como si con eso quisiera distraerme. Me cuenta lo mucho que se enfadó con su tía cuando ésta le propuso la idea de enviarme de vuelta a la mansión. Me pide perdón otra vez por haberlo permitido. Intenta que esté lo más cómoda posible buscando mil y una maneras de hacer una especie de cama con hojas secas que caen por la llegada del otoño. Al verla trabajar de esa manera solo por hacerme una cama me da ternura y pienso que la mejor cama que me puede ofrecer son sus brazos.

¿Perdonarla? Creo que la perdoné en el momento en que la vi entrar en la habitación. Había vuelto a exponerse ante el peligro solo por mi. Ella es la única persona en el mundo que puede mantener una conexión con mi mente, lo que la hace más especial aún. Sin embargo, no hablo. No respondo a nada de lo que dice. Hace horas que perdí el habla, y creo que porque si abriera la boca rompería a llorar, sacando todo lo que llevo dentro, todo desde que salí de la casa de Luisi jurando que no volvería a ver nunca más a Arlet.

-Lux, he traído sangre, ¿quieres?

Arlet me distrae de mis pensamientos enseñándome una botella de sangre que ha sacado de la mochila que se quedó. Niego con la cabeza y me siento junto a un árbol, apoyando la espalda en él. Sangre. Me miro las manos y veo las manchas de sangre ya secas. Mi ropa también está impregnada de la sangre de Pietro, aquella que salió despavorida de su cuerpo nada mas clavarle la navaja.

-Háblame, por favor, me tienes preocupada.

-He matado a alguien -respondo con una voz totalmente alejada de mi ser.

-Fue en defensa propia -trata de convencerme-. Si no lo hubieras hecho nos hubiera matado a nosotras.

-Pensé que estaba lista para matar, como mi padre, pero no soy como él -continúo sin escuchar sus palabras-. Tú lo supiste ver antes que yo.

Arlet lanza un resoplido de cansancio y se sienta a mi lado. Me ofrece la botella y tras unos segundos la acabo cogiendo. Mi estómago ruge de hambre y comienzo a beber sin control. Arlet no me detiene, simplemente me mira con gesto de preocupación. Cuando termino dejo la botella en el suelo y permanecemos en un silencio bastante incómodo.

-¿Quieres ir a lavarte? -me pregunta al cabo de un rato.

Asiento con un poco de efusividad y poniéndome en pie al momento. Estoy deseando quitarme la sangre de Pietro de encima. Suficiente tengo con cargar con su muerte sobre mi conciencia como para tener que permanecer más tiempo con su sangre por todo mi cuerpo.

Arlet me acompaña hasta el lago, que no queda muy alejado de donde hemos acampado. Le digo que mientras me lavo ella puede volver al refugio a hacer el fuego para esta noche, pero ella prefiere no dejarme sola y pone de excusa que tiene que buscar leña por los alrededores.

Me deshago de la ropa y me meto en el lago. El agua está tranquila, fresca y limpia. Los peces pasean a mi alrededor haciéndome cosquillas en las piernas. El agua comienza a llegarme a la cintura. Me echo un poco por el cuello ambientando mi cuerpo a la temperatura del agua. Cierro los ojos y la imagen de Pietro manoseando mi cuerpo me hace retorcerme con un escalofrío, provocado, con la ayuda del agua bajando por mi espalda.

Oigo de pronto un chapoteo. Me giro lo suficiente para mirar y veo a Arlet concienciada con las manchas de mi ropa. Trata de borrarlas con todas sus fuerzas. Y lo hace por mi. Cuando se percata de que la estoy mirando deja la ropa a un lado y se mete en el lago empapando la suya.

-¿Qué haces? -pregunto atónita.

-He conseguido quitar un poco las manchas, pero tu ropa está empapada. Si vas a pasar frío esta noche, yo lo paso contigo -A la vez que dice eso se va sumergiendo más en el agua hasta quedar igual de mojada que yo.

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