Capitulo 4

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Sansa estaba sentada frente al fuego, había tratado de averiguar cuál sería el siguiente movimiento de meñique tras su encuentro de esa mañana, pero los muros de la que había sido la habitación de sus padres le impedían concentrarse trayendo a su memoria otros recuerdos. A menudo añoraba el tiempo que había pasado en Invernalia antes de todo esto. Su infancia. Añoraba a sus hermanos, y se maldecía por haber deseado vivir en la corte. Pensaba que Invernalia era demasiado pequeño y aislado para ella. Había ansiado conocer el esplendor de la capital, la nobleza y sus secretos y ahora, deseaba no haber salido jamás de allí­.

Muchas noches recordaba el día en que Joffrey le había cortado la cabeza a su padre. Como ella había llorado y suplicado. Como le había dicho que reconociese una traición que no había cometido para salvar su vida, y como la implacable hoja de Ilyn Payne había cai­do sobre su cuello. La cabeza de su padre sobre una pica en las murallas, como había deseado empujar a joff en el foso a costa de su propia vida. Si todo hubiese acabado allí­, no hubiese tenido que cargar con todo el sufrimiento que llegó después©s. Pero el perro la había detenido. No sabía que sentir por aquello.

Le había impedido empujar a Joff, pero tampoco había dicho nada. Le había limpiado la sangre con asombrosa delicadeza de su labio y le había dado un consejo, el primero de muchos que no debería haber desoído. No había sido cruel con ella. No como los demás, pero también la había abandonado. Como todos. Ella estaba sola, a pesar de Jon. Sentía un inmenso vacío.

Solí­a preguntarse qué© hubiese pasado si hubiese huido con él la noche de la batalla del aguas negras. ¿La hubiese matado? ¿La hubiese tomado? Podría haberlo hecho. Se rozó el cuello allí­ donde el había puesto su puñal mientras ella cantaba, y recordó su tacto cuando ella le había acariciado. La sangre que cubría su rostro y sus lágrimas mojando su mano.

Sansa se arrodilló en el suelo junto al baúl donde guardaba las pocas pertenencias que Petyr le había traído desde el valle. Rebuscó entre las sedas y los vestidos de verano hasta sentir el tacto áspero de la lana y extrajo la capa blanca del fondo. Aun olía a humo y estaba ennegrecida y manchada de sangre. La estrechó contra su pecho. No podía explicar por qué la conservaba, pero muchas noches, en el nido de Águilas, había dormido envuelta en ella. El basto tejido le proporcionaba una extraña sensación de seguridad, que aún estando de nuevo en su hogar, seguía anhelando.

Se arrebujó en la capa frente al fuego hasta que el sueño la envolvió y la arrastró a un lugar oscuro. Se vio a si misma cantando para él. El tacto de la piel destrozada contra su mano. El roce de unos labios duros y resecos contra los suyos y el sabor de la sangre en la boca.

Unos golpes suaves en la puerta la despertaron, aún era de día, ¿Cuánto habí­a dormido?

-Mi señora  -era su doncella-  Lady Sansa, la comida está lista, Lord Baelish la espera en el salón

La muchacha sintió una presión repentina en el pecho y pareció que el aire abandonaba sus pulmones. Las paredes se estrecharon hasta convertir la espaciosa habitación en un espacio asfixiante y sintió la repentina necesidad de salir de allí­ e irse lejos. Lejos de esa habitación, de los muros del castillo y de la cripta donde reposaban los huesos de sus antepasados

Se levantó y guardó la capa en el fondo del baúl al tiempo que su doncella entraba en la habitación.

-Lady Sansa, Lord Baelish... - la mujer observó a su señora mientras se calzaba las botas altas de piel que empleaba para montar- ¿vais a salir mi señora? Os esperan en el salón.

-Diles que no voy a comer con ellos, diles que he salido a cabalgar, que les veré en la cena esta noche.

La doncella la miró inquisitivamente y asintió tras unos segundos de duda -¿deseáis entonces  que avise a Lady Brienne?

El rey de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora