Segunda parte capitulo 1

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Ser Landon Karstark, jinete libre al servicio de Lord Robert Arryn y Benjen Clegane de las casas Clegane y Stark. Sandor no pudo evitar estremecerse al oír al nombre de su hijo mayor. Esta sería su primera justa desde que su tío Jon, le hubiese investido caballero con tan solo 17 años. El chico había heredado la complexión y las aptitudes físicas de su padre y la belleza de su madre.  Era alto y fuerte, valiente y noble. Con el cabello cobrizo y los ojos grises. Todo lo que cabría esperar de un caballero. Se sintió orgulloso cuando apareció a lomos de su caballo, con su armadura negra y su yelmo con cabeza de lobo. El se había opuesto firmemente a ser nombrado caballero y heredar los derechos de su casa, pero no había sido capaz de oponerse a los deseos de su rey, y en especial a los de su esposa. Tras la guerra y la muerte de Gregor, Jon y Danerys le instaron a tomar los derechos sobre la casa Clegane y le quisieron nombrar caballero por méritos propios, por su valor en la lucha, aunque él se negó. No obstante, Sansa le convenció.
-Ya sabes lo que pienso de todo eso, odio a los caballeros... ¿de qué sirven caballeros como mi hermano?
-Sandor, odiabas lo que era tu hermano, pero tú no eres como Gregor, tus hijos no serán como tu hermano, cambia la percepción de los caballeros convirtiéndote en uno que haga justicia al concepto. Hazlo por tus hijos, por mí, por tus reyes... pero sobre todo hazlo por ti...
Y así, con esas simples palabras, consiguió que El perro, se convirtiese en Lord Sandor Clegane, señor de Invernalia y guardián del Norte... Una manita que agarraba su dedo le trajo de nuevo al presente; su pequeña le miraba con los ojos brillantes de emoción. Cat había nacido hacia tres años, al comienzo del verano, y desde su primer aliento se había convertido en la mayor alegría y preocupación de su padre. Con los chicos había sido distinto, era más fácil.
El día en que  le habían puesto en los brazos a su hijo Benjen, pensó que todo lo que había hecho en su vida, había sido para llegar a ese momento. El pequeño abrió los ojos y dejó de llorar en su regazo. Había nacido en lo más crudo del invierno, tres años antes de que los caminantes blancos atravesasen el muro y el tuviese que dejar a su reciente familia para luchar de nuevo. Era un lobo forjado en la nieve, el frío y la guerra.
Robert y Alystair, habían nacido seis años después; la guerra había acabado y Jon y Danerys se sentaban en el trono de hierro y daban paz y prosperidad a los reinos después de muchos años de penurias. Sandor recordaba con cariño esos tiempos. Ver a sus hijos jugando en el patio con espadas de madera, pasar tiempo con su familia y atender los asuntos sencillos... Su pequeña le echaba los brazos desde el regazo de su madre. El la tomó en brazos y la niña sonrió. Era idéntica a su madre, sus mismos ojos azules y el pelo cobrizo. Siempre pensaba que jamás podría entregársela a ningún otro hombre. La niña señaló a su hermano Ben, provocando la sonrisa de su padre.
Sansa observaba la escena divertida, adoraba ver a Sandor con sus hijos. A diferencia de la mayoría de los hombres, él se había volcado con los niños, siempre pasaba todo el tiempo posible con ellos. Los había instruido en el uso de las armas y les había enseñado a cabalgar y a leer, a pesar de que el maestre insistía en que era su deber hacerlo y no de su padre. Por supuesto había sido severo con ellos y les había regañado cuando lo merecían, pero también era dedicado y cariñoso, siempre dispuesto a darles un abrazo cuando lo necesitaban. Les transmitió su sentido del honor y del deber, a protegerse entre ellos y los crio con amor, con todo el que jamás tuvo el mismo. Siempre le decía a Sansa, que después de haberse casado con ella, sus hijos habían sido su mayor logro. Se enorgullecía viendo como Ben cuidaba de sus hermanos y los amaba con todo su corazón. Hizo todo lo que estaba en su mano para que su propia historia no se repitiese y lo había conseguido con creces, porque, aquellos niños, eran maravillosos...
Recordaba las mañanas de buen tiempo, cuando el sol relucía sobre el norte y el verde brillaba sobre el blanco. Se levantaban poco después del alba y salían a cabalgar, jugaban o luchaban y disfrutaban de un día fuera de los muros y lejos de todo. Sansa tenía que reconocer, que él seguía conservando una forma fantástica, a pesar de los años, continuaba siendo una de las espadas más temidas de poniente y, aunque Ben siempre trataba de derrotarle en sus entrenamientos, aún no lo había conseguido, según él, porque no se empleaba a fondo.
Su hija se movía inquieta sentada sobre el brazo de su padre mientras él le susurraba algo que la hacía reír, resultaba enternecedor verlos juntos. Su pequeña princesa no sentía temor alguno por las cicatrices que cubrían el rostro de su adorado padre y el era increíblemente feliz con ella. Sansa se acarició el abultado vientre, su próximo hijo nacería en unas semanas y ya tenía ganas de salir. Sandor puso su mano sobre la de ella justo cuando el bebe dio una patada y miró a su esposa con devoción. Realmente la amaba más que a nada. Cualquiera que le conociese de antes, no podía dejar de sorprenderse al ver lo mucho que había cambiado. En líneas generales, no se parecía en nada al hombre que había sido, aunque conservase su semblante serio y sus maneras oscas con la mayoría de la gente.
El sonido del cuerno anunció el comienzo de la justa. Sandor estaba inquieto, no disfrutaba con todo aquello, después de una vida de servilismo y violencia, había encontrado la paz en Invernalia, un lugar al que llamar hogar y una familia que lo era todo para él, y solo allí deseaba estar. Había tratado por todos los medios de librarse de participar en el torneo, pero no pudo rechazar la invitación del Rey en honor al nacimiento del príncipe Edddard. El caballero al que se enfrentaba su hijo, era un soldado curtido. Sandor le conocía desde que era un chiquillo y sabía que era hábil con la espada y la lanza. Ambos caballeros se aproximaron a su posición en la liza y vio como sus dos hijos pequeños observaban embobados desde la primera fila; el cuerno sonó y ambos cargaron. Cuando Benjen esquivó hábilmente la lanza de su oponente Sandor suspiró aliviado, el otro caballero calculó mal su lanzada y perdió el equilibrio cayendo de su montura.
El joven caballero avanzó elegantemente sobre su montura para hacer una reverencia a los Reyes. Jon le dedicó una inclinación de cabeza y una sonrisa a su sobrino favorito. Estaba orgulloso de él. El combate singular tampoco le supuso un reto; había heredado de su padre el gusto por las espadas largas y los mandobles y dominaba el combate moviéndose con elegancia, asestando golpes precisos y potentes que le procuraron una victoria apabullante. Se quitó el yelmo para saludar, causando algún que otro suspiro entre las damas.
-Vuestro hijo es un luchador digno de sus apellidos.
Sansa y Sandor se volvieron hacia la voz.
-Gracias Ser Jorah- respondió Sansa.
-Hay mucho de vos en él Clegane. Y de vos mi señora.
-Afortunadamente, solo ha heredado mis virtudes, que no son muchas Mormont- dijo el perro.
-Debéis sentiros muy orgullosos de él, es un muchacho fantástico- Jorah había pasado bastante tiempo con el joven cuando fue a la corte para formarse como caballero, a su reina le gustaba el chico y Jon sentía autentica devoción por él. La mano de la Reina, Tyrion Lannnister se lo había presentado cuando llego a Desembarco del rey, el también sentía gran aprecio por el joven y pronto Jorah comprendió por qué.
Benjen se arrodilló frente a los reyes, que le mandaron levantarse y le coronaron campeón entre vítores y gritos de aprobación.
Cuando se dirigía al banquete con uno de sus hermanos debajo de cada brazo, vio a su madre hablando con la mano, este tenía a Cat en brazos y hacía pucheros con los que la niña no dejaba de reír, su padre estaba observándolos resguardado a la sombra del graderío de la arena.
-Chicos, id con madre, seguro que Lord Tyrion se alegrará de veros
- ¡Pero Ben!, aun no nos has enseñado como diste esa última estocada – protestaron los gemelos.
-Más tarde, lo prometo. Ahora obedecedme – revolvió el pelo de sus hermanos antes de que se marchasen corriendo hacia su madre y se acercó a su padre, que parecía perdido en algún recuerdo muy lejano
-Padre – dijo en voz baja para no sobresaltarle. Sandor se dio la vuelta al reconocer la voz
-Benjen, hijo- le tomó por los hombros y le estrechó brevemente. Pensó en cuantos de los allí presentes jamás se lo habrían imaginado abrazando a su hijo unos años antes.
-Gracias por estar aquí Padre, sé que no te gusta venir a la capital.
-Has luchado bien hijo mío, serás un buen guerrero. Incluso Ser Jorah te ha elogiado. Parece que siente un gran aprecio por ti, como todos en la corte. Estoy orgulloso de ti, y también tu madre.
-Bueno, eso es sin duda gracias a vosotros, me lo enseñasteis todo, aunque, más que ganar el torneo, me importa saber que estas orgulloso de mí.
- ¿Cómo podría no estarlo Ben? - Lord Tyrion les hizo una seña con la mano para que se acercasen. Sandor puso una mano sobre el hombro de su hijo – Vamos. ¿No querrás llegar tarde a tu banquete?
La cena transcurrió sin incidentes. Corría el vino y había una cantidad ingente de comida; los niños correteaban y las jóvenes aprovechaban para chismorrear sobre las novedades de la corte y los jóvenes caballeros en edad casadera. Sansa escuchó el nombre de su hijo en varias de las conversaciones. Muchas jóvenes damas elogiaban al campeón del torneo. Se fijó en el mientras hablaba con Ser Jorah. Llevaba el cabello cobrizo y largo suelto y la barba incipiente, acentuaba sus rasgos elegantes que enmarcaban los ojos grises y penetrantes, herencia de su padre. Tenía una espalda ancha y un torso fuerte con brazos musculosos y se movía con elegancia. Era amable, educado y cortés, siempre con una sonrisa dispuesta. El sueño de cualquier jovencita... Ben, era como esos caballeros de las canciones que su madre escuchaba cuando era una niña...
Los padres de las damas, sin embargo, se fijaban más en la herencia y la posición en la que quedaría Ben cuando fuese el señor de su casa. Las casas Stark y Clegane, habían sido algunas de las más favorecidas tras la guerra. Lucharon con valor e Invernalia fue el centro de algunas de las batallas más cruentas. Aportaron muchos hombres comandados por el propio Sandor. Tras ello, los reyes los recompensaron con creces. Muchos lores y ladys se acercaban a ellos alabando las virtudes de sus doncellas en edad casadera y Sansa siempre debía enfrentarse sola a ellos cuando su esposo se marchaba renegando entre bufidos y maldiciones sobre las beldades de la aristocracia. El creía que solo Benjen debía decidir con quien compartir su vida, como ellos mismos lo habían hecho y a pesar de que Sansa se mostraba siempre cortés. Opinaba lo mismo.
Antes de servir los postres, llegó el discurso de la reina y la coronación de la princesa Rhaela, que había sido elegida por su primo Benjen como reina de la belleza, la niña, de trece años, era idéntica a su madre y se había mostrado encantada cuando su apuesto primo le había entregado la corona.
Todos los invitados bebían y bailaban, incluso Sansa había conseguido arrastrar a su esposo durante unos minutos, hasta que, avergonzado y casi furioso, había puesto como excusa su avanzado estado de gestación para huir de allí, aprovechando para resolver un problema de lindes con uno de sus vasallos, que se mostró mucho más dispuesto a colaborar en presencia del rey.
Un grito, de alguien claramente beodo llamó la atención de todos los presentes
-Vaya, vaya... Un perro hablando con el Rey...- Lord Robert Arryn, se acercaba a ellos tambaleándose. Los reyes, Sandor y Sansa se volvieron hacia él. El niño enfermizo al que Sansa había cuidado de pequeño, se había convertido en un hombre perturbado, de comportamiento errático y mirada perdida. Lord Robert, continuaba siendo presa de sus caprichos, sus rabietas y sus ataques... - Perro sarnoso – continuó Robert- Mírate, todo engalanado... todo un gran señor de poniente con las manos manchadas de sangre...
Jorah ya había reaccionado antes si quiera de ver el gesto de su Reina y se dirigía hacia Robert con tres inmaculados para persuadirle de que, sería mejor retirarse por las buenas. El señor del valle, continuó aproximándose hasta quedar frente a Sandor, pasando junto a los reyes sin si quiera inmutarse. Parecía un niño pequeño junto a la mole que era El perro. Sansa puso una mano en su hombro para tratar de calmarle, pero Robert estaba borracho y enfermo.
-Llevo años queriendo decirte algunas cosas- le dijo a Sandor apuntándole con un dedo sobre el pecho- Eres un demonio... un monstruo malvado y deforme- Lord Tyrion le agarró del brazo para recordarle que ese no era el lugar adecuado para eso, pero Robert se deshizo de su agarre sin miramientos
-Este perro- gritó dirigiéndose a todo el mundo- mató a mi tío Petyr. Y me robó a mi prima. Iba a ser mi esposa... pero la quería para él. Por eso mataste a mi bien amado tío. Lo estropeaste todo bestia... y debes pagar por ello.
Sandor había escuchado mucho más de lo que podía soportar. Vio a sus hijos mirándole con cara interrogante desde sus sitios en la mesa y sintió una mezcla de vergüenza e ira que no sentía hacia años. Agarró la mano de Lord Robert y la apretó con fuerza hasta que comenzó a gemir y a rogar que le soltase. Sansa puso una mano alrededor de su brazo para detenerle, sabía que, si comenzaba una pelea, no acabaría bien. El pareció dudar durante un momento. Miró a Sansa y soltó su presa, marchándose de allí y provocando un suspiro de alivio en varios de los presentes, incluido Tyrion, que temía que la celebración acabase en un baño de sangre...
Caminaba cabizbajo y absorto en sus propios pensamientos. No era consciente de cuanto llevaba andando, pero parecía que, aunque caminase toda la noche, no se alejaría lo suficiente de todo aquello. Hacía mucho que nadie le había llamado perro, y de su antigua vida, solo quedaba como recuerdo, su yelmo, guardado en la sala de armas de Invernalia.
Las palabras de Robert habían traído a su memoria recuerdos que creía casi olvidados, pero que, ahora comprendía, solo estaban latentes y reabrían viejas heridas; quizás el gnomo tenía razón y se estaba haciendo viejo "deja paso a tus cachorros Clegane, que eclipsen tu gloria" le decía siempre que tenía ocasión. Un ruido a su espalda hizo que afianzara la mano sobre el pomo de su espada. La casi imperceptible caricia del acero contra la madera y el cuero que el tan bien conocía, le hicieron volverse en el momento justo para esquivar una estocada. Cuatro espadas le cortaban el paso, vestían armaduras ligeras sin blasones. Mercenarios. Esquivó con facilidad el segundo ataque mientras sacaba su espada. Afortunadamente, su condición de Lord, no le había hecho perder sus buenas costumbres y aun estaba bien entrenado. Detuvo un tercer ataque con la espada en alto y sopesó la situación. Sin duda había estado en peores aprietos... Se concentró e inspiró profundamente. Uno de los mercenarios se acercó por detrás y se lanzó contra él, que, detuvo el golpe y le derribó de una patada en la rodilla entre crujidos de huesos y sollozos, que duraron el tiempo que necesitó para rematarle de un tajo en el cuello. Giró sobre sí mismo para bloquear la espada de otro de los mercenarios, que se acercaba peligrosamente a su cabeza; tras un breve intercambio de golpes, Sandor le propinó un golpe en el costado que le hizo caer sosteniéndose las tripas. El tercero de ellos, un bravoosi delgado y esbelto había conseguido rodearle, le hizo un corte en el brazo llegando hasta el hueso y arrancándole un gruñido a Sandor.
- ¡Padre! - El grito, hizo que el cuarto hombre se girase rápidamente y hundiese su hoja en el cuello de Alystair, que se había acercado corriendo hasta ellos. Sandor se quedó un segundo paralizado al ver como la sangre comenzaba a brotar a borbotones del cuello de uno de sus hijos. El instante que empleó el bravoosi para girar la cabeza hacia la escena, fue suficiente para que Sandor le decapitase de un solo tajo. Se dirigió hacia el otro hombre, que aún no había sacado la hoja del cuello del niño. Su mirada era tan feroz y el grito que profirió tan salvaje, que el mercenario retrocedió aterrado arrastrando a un agonizante Alystair con él. Cuando estuvo frente a él, levanto su espada y le dio un único tajo desde el hombro hasta la cadera que le partió por la mitad.
Soltó su espada y se arrodilló junto a su hijo tomando su cabeza entre sus manos y tratando de taponar la herida, aunque sabía que no haría más que prolongar su agonía con ello. El niño intentó hablar, pero se ahogaba con su propia sangre y tan solo pudo alzar la mano hacia la cara de su padre y apoyarla contra su mejilla. Sandor le acarició y le susurro palabras de ánimo mientras veía el miedo y el dolor en sus ojos azules. No había nada que pudiese hacer por él, salvo acompañarle. Una sombra negra se agachó a su lado gritándole, pero él escuchaba la voz de Benjen muy lejos. No podía apartar la vista de su hijo, hasta que sintió como la mano cubierta de sangre de Alystair se separó de su cara cuando la vida le abandonó. Le cerró los ojos con delicadeza y besó su frente con cariño. Sabía que Ben le hablaba, pero no era capaz de entender nada de lo que le decía, tan solo era como un murmullo lejano. Tomó el cuerpo de su hijo en brazos y se dirigió hacia su esposa, que se sujetaba en Jon para no caerse. El ruido de la batalla, sin duda había alertado a los reyes y con ellos a su guardia y a Sansa. Se cruzó con Jorah, que se dirigía hacia donde estaba Benjen, registrando los cadáveres de los mercenarios. Cuando Sansa le vio acercarse, cubierto de sangre y con el cuerpo inerte de su pequeño en brazos sintió que le faltaba el aire, no podía respirar y hubiese caído al suelo, de no ser porque Jon la sostenía por al brazo. Cuando llegó junto a ella, beso la frente de su niño y lloró en silencio, abrazándose a su cuerpo mientras Sandor le acariciaba la espalda. Tan solo deseaba estar con ellos un momento. Sintió la mano de la reina, que la tomaba de un brazo y la obligaba a sentarse.
- ¿qué ha pasado aquí? ¿Cómo? - Jon trataba de ser coherente en sus preguntas a pesar de estar afectado
Sandor respondió sin levantar la vista de su hijo- Unos mercenarios me sorprendieron...
-Alystair debió de seguirle cuando se fue- intervino Ben que se acercaba con Jorah- Rob me dijo que le había visto irse detrás de Padre, vine a buscarle, pero... yo no pude llegar a tiempo... Alystair llamó a padre y uno de ellos... - No pudo continuar
Las miradas de Sandor y Sansa se cruzaron. Ella ya había visto eso en sus ojos antes. Grises y fríos, vacios, pero cargados de ira, de dolor y de rabia, era la mirada del perro. Jorah se aproximó a Jon y habló en voz baja.
-majestad, les han contratado. Tenían una bolsa de oro y una carta con el nombre de Lord Clegane y las instrucciones.
-Ya habrá tiempo para eso Ser Jorah- Dijo Danny- quien entendía mejor que nadie el sufrimiento de unos padres que acaban de perder un hijo- Deberíamos marcharnos de aquí, vayamos a palacio. Allí podréis decidir qué hacer
-Lo siento majestad – dijo Sansa- pero debemos partir a Invernalia lo antes posible, mi hijo debe descansar en la cripta de su familia.
-Por supuesto, haremos que lo preparen todo inmediatamente- dijo acariciando su hombro. Dos soldados se acercaron a Sandor con intención de ayudarle, pero él es espantó con la mirada
-Yo le llevaré- y se alejó de allí con el cuerpo en brazos sin si quiera despedirse. Jon, que apenas había hablado y estaba visiblemente afectado, se agachó junto a sansa y le acarició el rostro – Te juro que encontraremos al responsable y le castigaremos- Sansa asintió y trató de levantarse apoyándose en él. - Viajaré a Invernalia y estaré con vosotros cuando lo enterréis en la cripta.
-Gracias majestad.
-Sansa...- Jon la obligó a levantar la barbilla para que lo mirase y vio sus ojos arrasados en lágrimas. Se abrazó a él y Jon la estrechó con fuerza
-Era solo un niño Jon
-Lo se... te prometo que castigaremos al responsable, pero, mientras tanto, intenta que Sandor no haga ninguna locura
Sansa asintió, pero sabía que no estaba en sus manos impedirlo...
El regreso a Invernalia fue triste y penoso. Sandor cabalgó todo el camino adelantándose a los demás. Redujo las paradas al mínimo para acortar el viaje y no hablaba con nadie si no era para dar una orden. Por las noches, velaba el cuerpo de su hijo sin dar muestras de cansancio día tras día y, de vez en cuando arrancaba alguna galopada furiosa con la excusa de asegurar el camino, aunque, Sansa sabía que era mentira. Cuando regresaba con su caballo exhausto, caminaba junto a él un rato y le daba alguna palmadita cariñosa. Echaba de menos a Extraño y a oscuro.
En cuanto atravesaron las puertas del castillo, Sansa comenzó con los preparativos del funeral, con la templanza que la caracterizaba, se ocupó de todo de manera eficiente, mientras Ben, trataba de comportarse como se esperaba de un caballero. Trataba de ayudar a su madre en lo posible y cuidaba de sus hermanos, pero estaba tan enfadado con su padre, que pasaba gran parte del tiempo con una actitud osca y airada. No entendía, la desidia, como él la llamaba, que se había apoderado de su padre, que había desaparecido de la vista de todos al llegar a casa. No lo soportaba.
-Debería estar aquí madre, con nosotros, contigo... Sansa acarició el rostro de su hijo con dulzura
-Lo estará Ben, solo debes dale tiempo, no le conoces como yo. Está sufriendo y necesita superarlo así, pero volverá pronto.
-Todos sufrimos madre... -Ben tenía esa mirada que conocía tan bien, triste y fría al tiempo. Cuando se ponía así, le parecía estar viendo a Sandor cuando era más joven. Esos mismos ojos grises insondables que ocultaban más de lo que parecía. Sansa le vio alejarse con tristeza, y decidió que había llegado el momento de hacer algo al respecto.
Avanzó despacio sobre la nieve, acariciando las hojas del árbol corazón y dejando pasar los copos entre sus dedos. Sintió la caricia del viento helado en la cara y caminó hasta el estanque. El bosque de dioses siempre le daba paz, recordaba a sus padres y a sus hermanos, tiempos sencillos y amables, donde todo eran cuentos y canciones, recordaba el primer beso de su esposo, 20 años atrás...
Se acercó a él en silencio y rozó su cuello con la yema de los dedos hasta posar la mano sobre su hombro – Sabía que estarías aquí.
-Y yo sabía que vendrías- dijo poniendo su mano sobre la de ella y llevándosela a los labios. Sansa se sentó a su lado esperando a que dijese algo. Sandor no levantó la vista, pero sabía que su esposa no se marcharía si no hablaba con ella. –Lo siento pajarito... lo siento tanto...- Ella apretó su mano con fuerza- Ha sido culpa mía, nuestro hijo ha muerto por mi culpa- su voz era ronca y triste. Sansa le agarró de la barbilla con la mano libre obligándolo a mirarla, las lágrimas surcaban su rostro, y a ella aun seguía resultándole extraño verle llorar; abrió sus brazos y el calló de rodillas a su lado y se aferró a ella mientras liberaba todo el llanto contenido. Le abrazó y le acaricio tratando de ofrecerle consuelo.
-No ha sido tu culpa, no debes pensar eso, fue culpa de la espada, de la mano que la empuñaba y de quien la compró, no tuya... -El se incorporó, quedando de rodillas, cuando sus miradas se cruzaron, ahí estaban otra vez esos ojos, llenos de dolor y sin rastro de lágrimas.
-Fue Robert Arryn, fue el quien los envió a por mí. El perro ha sido el causante de su muerte, y será el perro quien se tome la justicia por su mano. Haré que ese imbécil se arrepienta el poco tiempo que le quede de vida- puso su enorme mano en la cara de Sansa – No puedo olvidar la sangre caliente de nuestro hijo en mis manos, sus ojos aterrorizados y su asesino también debe pagarlo con sangre. Le mataré. Sansa se agarró el vientre.
-Jon me pidió que te persuadiese si llegaba el caso, ya sabes lo que pasará si sitias Nido de Águilas, te alejarás de mí, arrastraras a Ben contigo, os iréis de mi lado y cabe la posibilidad de que no volváis. Perderemos más aun...- Sandor acarició su tripa y sintió las patadas del bebe que estaba por nacer, pensó en cuanta razón tenía su esposa y la miró con tristeza...
-No puedo Sansa. No puedo dejarlo pasar. Quiero su sangre tiñendo mi espada, y tú también, aunque no me lo digas. Lo siento. Sabes que te amo más que a nada. Tu y nuestros hijos sois lo único importante para mí, pero debo hacerlo- Recibió un tierno beso por toda respuesta.
-No lo sientas; tan solo regresa a mi lado. No incumplas tu promesa o no te lo perdonaré jamás...
-Volveré mi Señora. Te lo juro. No hay nada en el mundo que pueda impedirme volver contigo- La besó de nuevo abrazándola y permanecieron así hasta que las estrellas iluminaron el cielo oscuro del invierno.

El rey de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora