Capitulo XIII

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Sansa había perdido la cuenta de las semanas que habían pasado desde que Jon y Sandor habían partido. El invierno había llegado muchas semanas atrás y se dejaba notar en cada rincón de Invernalia. Intramuros, las familias de campesinos habían ido llegando y asentándose. Sin la protección del castillo y los alimentos almacenados allí, no sobrevivirían.
Más de tres varas de nieve lo habían cubierto todo y los fuegos apenas podían caldear las estancias. Si no hubiese sido por el agua caliente que circulaba por las paredes, hubiese sido insoportable.
Sansa apenas recordaba el invierno. Su vieja tata, les había contado historias cuando eran niños. Inviernos tan largos y tan fríos que la gente se metía en sus camas para morir. Algunos padres, acababan con las vidas de sus propios hijos para no verles morir lentamente. Sintió una patada y se acarició el vientre. El bebe estaba a punto de nacer y Sansa estaba aterrada. Traería una nueva vida a este mundo de infortunio y horror, en medio de un crudo invierno, y estaba sola... Donde estaría Sandor...
-mi señora... si dais vuestro permiso...
-Si... claro Tom. Pasa.
El chico entró cargado con leña y la apiló junto a la chimenea. Dedicó unos minutos a colocar algunos troncos dentro y avivar el fuego. Tenía las manos enrojecidas y temblaba como una hoja.
-¿has pasado mucho tiempo fuera?
-Como una hora mi señora. Las ramas están tan congeladas que cuesta cortarlas y debemos apilarlas en los establos para que se sequen antes de poder utilizarlas para las chimeneas.
-¿por qué no vas a las cocinas y tomas un poco de sopa caliente?
El chico bajó la cabeza avergonzado – Estoy bien mi señora. Tengo mucho trabajo aún.
-Tonterías. Dile a May que yo te envío. –Tom no pudo disimular una sonrisa.
-Gracias Lady Sansa. Sois demasiado buena conmigo.
-Y no pases tanto tiempo fuera. Ya casi es de noche...
-Si mi señora- dijo antes de retirarse.
Sansa se asomó por la ventana. Los días eran cada vez más cortos, apenas había 4 o 5 horas de luz y el sol, tan necesario, se mostraría cada vez mas esquivo. Fuera, caía una fuerte nevada. Si continuaba así, cubriría las murallas interiores en una semana. Cada día, se limpiaban los patios y se echaba sal para evitar la acumulación de nieve, pero pronto, sería imposible hacerlo, cuando la alfombra blanca se convirtiese en un hielo tan duro que no se puede romper con palas... El camino real sería intransitable. Ni siquiera el mejor caballo del norte podría atravesarlo...
Otra patada... -ya lo sé pequeño – dijo Sansa para sí... Yo también deseo que vuelva. Se acercó a la chimenea y se sentó en la mecedora de su madre. La recordaba allí con Rickon en su regazo cuando era un bebé recién nacido. Se cubrió con la manta y el calor de la piel la reconfortó. El bebe estaba inquieto. Había pasado los últimos dos días dando patadas y May, le había dicho que el momento estaba muy próximo, aunque, a Sansa más bien le parecía, que aquella pequeña criatura que crecía en su interior, era inquieto por naturaleza.
Unos golpes en la puerta la despertaron. Debía haberse quedado dormida.
-Adelante.
May entró con una bandeja. El olor del pan caliente le abrió el apetito y cuando fue a levantarse sintió un fuerte dolor que la obligó a sentarse de nuevo. Había agua en el suelo y su vestido y la mecedora estaban empapados.
-May... que... ¿qué pasa?
La anciana se acercó corriendo y la tomó de las manos –el momento ha llegado mi señora...
-¿qué? Pero... no puedo. Yo...
-Claro que podéis. Es el momento. Estáis lista, y vuestro hijo también. Avisaré al maestre.
Cuando May salió por la puerta, Sansa sintió como el mundo se le venía encima. De ninguna manera estaba preparada. Se abrazó cuando otra descarga de dolor la sacudió. ¿Dónde estás Sandor...?

El camino había sido largo y duro. Varios de los caballos de sus compañeros habían caído y uno de los muchachos, habían perdido un pie por el frío. Oscuro, sin embargo, se movía con agilidad a través de las paredes de nieve y no había dado muestras de debilidad o enfermedad. Hacía dos días que se había separado de los demás. Beric y Thoros habían decidido pasar la peor parte de la tormenta de nieve en una aldea cercana, pero él, no quería pasar más tiempo lejos de Sansa. Tenía el presentimiento de que algo no andaba bien, y debía comprobarlo con sus propios ojos. Así que, se había marchado. Con esta tormenta, aun quedaban al menos tres jornadas hasta Invernalia, pero Oscuro y él, habían avanzado sin descanso. Parar era una muerte casi segura...
Durante el último día de viaje, no habían podido beber. Incluso los riachuelos se habían congelado. El frío, el hambre y el cansancio habían hecho mella en jinete y montura, por eso, cuando vio las torres de Invernalia, le pareció que estaba soñando. Se había quedado dormido y el sueño de la muerte venía a llevárselo de una vez por todas. El golpeteo de la cabeza de Gregor, que se había congelado, contra la silla, se había convertido en un soniquete que le acompañaba a todas partes, le devolvió a la realidad.
Desmontó y tiró de las riendas de oscuro. Cuando escuchó el cuerno de los vigías que anunciaba que había un visitante en las puertas, le flaquearon las rodillas y tuvo que agarrarse al cuello de su caballo. Las puertas se abrieron unos momentos después y cuando Ollie salió, tuvo que hacer un esfuerzo por reconocerle. Llevaba la barba larga y descuidada, y el pelo enredado, e iba envuelto en tantas capas de pieles y lana, que apenas si se le veían los ojos, pero sin duda, era él.
-Capitán... Habéis tardado...
Sandor sonrió y se apoyó en él para entrar. Rápidamente, un mozo se hizo cargo del animal, que también se alegraba de estar de nuevo en casa, pues se dejó llevar dócilmente hacia las cuadras.
-Es cierto que estáis loco... Nadie en su sano juicio viajaría con este tiempo.
-¿Dónde está Lady Sansa?
Ollie dudó un momento mientras ayudaba a Sandor a sentarse junto al fuego para que entrase en calor. No le miró directamente, y estaba claro que estaba pensando en cómo decirle algo.
-Ollie. ¡Contesta!
-Está dando a luz.
-¿qué? ¿Cuándo?
Ollie le miró con gesto divertido -¿Cuándo...?
-¿Cuándo se ha...? Sandor comprendió que era estúpido tratar de ocultar algo que a todas luces era evidente para Ollie. Probablemente para todo el mundo. El hombre le miró con alguna clase de extraño afecto.
-Vuestro hijo aún no ha nacido mi señor. Acompañé al maestre a su cámara hace unos minutos.
Sandor puso la mano sobre su hombro y le miró unos segundos antes de salir corriendo en dirección al castillo.
Todo el cansancio acumulado y el frío habían desaparecido cuando subió de tres en tres los escalones, al llegar arriba, prácticamente arrolló a uno de los soldados que estaban en la puerta de Sansa.
-Capitán... habéis vuelto...
-Lady Sansa... el maestre, la comadrona y May están dentro. El maestre nos ha dicho que no dejásemos pasar a nadie.
Sandor dudó un momento. Conocía de sobra las costumbres. Ningún hombre salvo el maestre debía estar presente durante el parto. El rey Robert había usado esa tradición para irse a cazar o a beber hasta caer inconsciente en la cama de alguna puta, pero él, no era como Robert. Solo quería ver a Sansa. Un grito en el interior de la habitación hizo que todos se volvieran hacia la puerta y Sandor se zafó de los guardias que se pusieron en su camino.
-¡Dejadme pasar! –bramó
-Pero... Capitán... el maestre...
La puerta se abrió un momento más tarde y reconoció a May al otro lado de la rendija. –Dejadle pasar.
Sandor atravesó el umbral y dirigió su vista hacia la cama. Sansa estaba apoyada en el cabecero y el maestre, colocado entre sus piernas, le decía que empujase más fuerte. Tenía el rostro enrojecido y crispado y gotas de sudor resbalaban por su frente. Cuando le vio allí parado, sonrió, y luego comenzó a llorar. No lo pensó un instante y corrió junto a ella, arrodillándose a un lado de la cama y cogiéndole una mano entre las suyas.
-Pero... ¿Qué hacéis aquí? – dijo el maestre con un tono mezcla entre sorpresa y enfado.
Sandor ni siquiera le miró. Sansa le acarició el rostro y le atrajo hacia ella con urgencia, besándole.
-Creía que no llegarías a tiempo... te he echado tanto de menos...
-Ya estoy aquí – dijo estrechándola con fuerza - estoy contigo mi amor.
El maestre y la comadrona cruzaron una mirada curiosa. –Debéis salir –dijo el maestre
-No te vayas... por favor –la voz de Sansa era casi un susurro – tengo miedo. Quédate conmigo Sandor.
-Mi señora... -insistió el maestre – no es adecuado
-¿no es adecuado que mi esposo esté conmigo?
-Debe salir, sea o no vuestro esposo... - no pudo decir nada más antes de que Sandor le interrumpiese.
-No iré a ninguna parte maestre. Haced vuestro trabajo
No hizo falta nada más. No tenía intención alguna de enfrentarse a aquel hombre, y menos en las actuales circunstancias, así que, volvió su mirada hacia Sansa – Empujad mi señora.
Sansa empujó con todas sus fuerzas. Nunca había sentido un dolor igual, pero la presencia de Sandor, le había imbuido nuevas fuerzas, y se sintió capaz de cualquier cosa, incluido, traer a su primer hijo al mundo. Durante casi tres horas, luchó contra su propio cuerpo con su esposo junto a ella. No se movió de su lado, ni dejó de apretarle la mano y susurrarle palabras de aliento, ni siquiera se había quitado la armadura.
Cuando pensó que las fuerzas la abandonaban definitivamente, algo en su interior la hizo empujar una última vez, y unos segundos después, un llanto fuerte resonó en toda la estancia. Sansa se sintió aliviada y agotada, tenía ganas de dormir, pero un apretón en su mano se lo impidió.
-Quédate conmigo. No te duermas ahora pajarito. –Sandor contemplaba la sangre que empapaba las sábanas y se puso nervioso. El maestre trabajó rápido para cortar la hemorragia, y antes de que la comadrona hubiese terminado de lavar al bebé, estaba controlada. May se dirigió a ellos con un bulto blanco en los brazos y se lo entregó a Sandor, que se había desprendido del peto y estaba sentado junto a Sansa.
-Es un niño fuerte y hermoso – dijo sonriendo.
Miró a su esposa, que asintió con la cabeza para que lo cogiese. Era muy pequeño. Lo agarró con una delicadeza que desconocía que tenía y lo observó con detenimiento. Era perfecto. De piel clara y suave, con unos ojos grises enormes. En cuanto estuvo en sus brazos, dejó de llorar y le miró. Le pareció tan frágil...
Un sentimiento indescriptible se adueñó de él. Si en algún momento a lo largo de sus treinta y tres años de vida, se había sentido verdaderamente un hombre, fue en aquel. Era suyo, y de Sansa. Su hijo. Parte de él.  No hacía ni un minuto que se lo habían puesto en los brazos y ya lo amaba ciegamente. Entonces lloró. Como nunca lo había hecho. De pura felicidad.
Sintió la mano de Sansa sobre su rostro, limpiando sus lágrimas y la abrazó. Besó su cabello, su rostro y sus labios. Recordaría aquel momento como el más feliz de su vida. Lo dejó con suavidad en brazos de su madre, que lo acunó y lo miró pensativa.
-Ben. Benjen Clegane... -Bienvenido hijo mío...

El rey de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora