• Capítulo 24 •

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— ¿Luna? — preguntamos confundidos.

— Sol — nos corrigió y carraspeó —. Necesito, necesito hablar con Simón.

— Ah — reí —. Es que ni me di cuenta, Sol — rodé mis ojos y me levanté para irme, una mano me detuvo.

— Quiero que Ámbar se quede — lo miré y fruncí el ceño.

— Pero, Simón, es personal — hizo una mueca, sentí como me iba soltando.

— Te espero afuera — dije y me fui.

Simón.

— ¿Qué sucede? — pregunté.

— Es sobre, Ámbar — bufé.

— Luna, o Sol, como sea que te llames — bajó la mirada —. No me vengas a decir cosas que no son, porque no te voy a creer. Ya no caeré.

— Pero, Simón, ella, quiso secuestrarme. Fue cómplice de Sharon, ¿Qué no lo ves? — negué riendo.

— Lo que tú no ves, es que ella cambio, por amor — vi cómo iba frunciendo el ceño.

— Lo siento, Simón — tomó mi rostro entre sus manos, y acercó inmediatamente su rostro al suyo, junto sus labios con los míos.

¡Qué asco!.

No me provocaba nada, no movía nada en mi mundo, solo mi rubia lo hacía, nadie más. La empujé haciendo que se cayera de cola.

— ¡Ay! — se quejó.

— ¿Neta, Luna?, supéralo— me levanté y corrí hacia la salida.

   Estaba lloviendo. ¿Y Ámbar?, escuché unos estornudos y me acerqué, era ella. Estaba estornudando sin parar, me saqué mi chaqueta de cuero y se la coloqué en los hombros, ella me miró agradecida. Besé su mejilla y la abracé.

— ¿Por qué no te metiste adentro? – pregunté cerca de su oído.

— No me dejaron — empezó a toser.

— ¿Qué? — pregunté —. ¿Sabes qué?, mejor vamos a tu departamento, te enfermarás más.

— Esta bien —  la tomé por la cintura y la sostuve entre mis brazos —. ¡Bájame! — gritó riendo —. ¡Simón! — se aferró a mi cuello.

—  Vamos, reina — besé la punta de su nariz y empecé a correr a su edificio.

  Pasábamos por las calles como recién casados, con la diferencia de que, éramos jóvenes, no estábamos casados y apenas comenzábamos una relación amorosa. Llegamos a la puerta del edificio donde Ámbar compartía hogar con su amiga Emilia, la bajé de mis brazos y ella no se despegaba de mí.

— Eh, Ámbar, ya te bajé — reí.

— ¿Ah?, oh claro — se sonrojó.

   Sus mejillas ruborizadas eran lo mejor en el mundo, era lo más tierno y ver cómo sonreía era algo MEGA tierno. Besó mi mejilla y se acercó a la puerta. Su tacto en mi piel me daba una corriente eléctrica, era algo única esa sensación. Y solo ella me enseñó a sentirla.

— Hasta mañana, bonita — susurré en su oído —. ¿Me mandas un mensaje cuando vayas a dormir?, quiero asegurarme de que estés bien — ella volteó y nuestras miradas se toparon.

 Bonita© | SimbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora