• Capítulo 33 •

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  Mientras mas gritaban, sus cuerpos ardían a rojo vivo con cada línea que formaba la rubia mayor en el cuerpo de cada una, el dolor era insoportable, y con sólo ver las heridas te mareabas. Sus brazos estaban todos ensangrentados, y ambas solo soltaban llantos de desesperación. Mientras tanto, en un lugar lejano de allí, estaban Simón, Pedro y Nico, hablando sobre cosas triviales, la novia de este último entró corriendo al local con su maquillaje corrido y llorando mares, corrió a los brazos de su novio.

— ¿Male? ¿Princesa, por qué lloras? — acarició sus pómulos.

— Porque... — sollozó —. Sharon... E-Ella...

— ¿La madrina de Ámbar? — arqueó sus cejas el castaño.

— S-Sí... E-Ella...Nic-olás... Ella... Secuestró a...Ámbar — sollozó.

— ¡¿Ámbar?! — gritó desesperado el mexicano.

— Sí — afirmó y respiró hondo —. Y-Yo, estaba llevando las revistas para mi mamá, y-y vi como la llevaban afuera del local... Simón, entre en pánico y vine para acá... — decía con la voz dependiendo de un hilo.

— Ay, no — se revolvió el pelo sin saber qué hacer — ¿Y ahora dónde están?

— Guitarrista, a Luna también la secuestró Sharon — dijo con la voz quebrada el italiano, estaba fatal, sus  ojos estaban rojos de tanto llorar.

— ¿C-Cómo sabés eso? — los ojos del mexicano comenzaron a cristalizarse —. ¿Lo viste?

— Amanda, la empleada, la vio — abrió sus ojos como platos.

— ¿Sabes a dónde se fueron? — él asintió.

— Sus padres encontraron una pista al llamar a la policía, seguían al carro guiándose por la matrícula por las cámaras de seguridad, pero su rastro se perdió a entrar en la zona oeste de Buenos Aires. Entonces registraron el celular de Sharon, y encontraron su actual ubicación. La policía aún no llega, iba a ir, ¿Venís? — él asintió.

— Hay que ir por ellas — dijo caminando a salida, pero el italiano lo detuvo.

— Vamos en mi auto — se dirigieron a dicho vehículo y emprendieron su camino al descampado de zona oeste, la zona más descuidada y solitaria de Moreno.

  Habían árboles, ninguna casa a la vista, y a lo lejos se visualizaba una pequeña choza descuidada. Se acercaron a ese lugar, que era lo que indicaba el rastreador. Antes de bajar del vehículo, Matteo le entregó un arma a Simón, para su protección.

— Creeme, necesitaremos estas cosas — señaló su arma.

— ¿Insinuas que mataremos a Sharon? — él negó.

— Para nada, es para defendernos.

— Estupendo — abrió cuidadosamente la puerta del auto, tratando de no hacer ruido.

    Al salir, escucharon gritos de dolor, era obvio que provenían de sus novias. Eso causaba un dolor impresionante en sus corazones, como mil estacas clavándose en estos.

— Vamos — susurró el mexicano.

  Tiraron la puerta y Sharon se sorprendió, tomando su navaja para defenderse, el ruloso menor rió ante su acto. Mientras que Simón, sosteniendo su pistola que estaba en dirección a la mayor, se acercó a las chicas para desatarlas.

— ¡Solta esa navaja, Sharon! — le gritó Matteo.

— ¡Bajame el tono! — Le respondió de la misma forma —. Si las liberas, se arrepentirán — esta vez se dirigió a Simón.

— ¡¿Estas loca?!, ¡Eres una psicópata! — le dijo desesperado el mexicano.

— ¡Simón, cuidado! — gritó con dificultad la rubia menor.

  Se volteó y disparó con el arma a uno de los hombres de la mayor, si no fuese del aviso, ya sería hombre muerto. El otro hombre que quedaba iba a lanzarse a Matteo, pero en un hábil movimiento, Simón le disparó al que restaba. Dejando a Sharon indefensa, sin guardaespaldas.

— Estas sola, Sharon — Dijo con un tono brusco el mexicano.

— Si me disparas a mi, ellas se irán conmigo — sonrió cínicamente, mientras las tomaba del cuello y apoyaba su navaja en la clavícula de cada una.

— Simón... — murmuró nerviosa Ámbar.

— ¡Callate! — ordenó Sharon.

— ¡Suficiente! ¡Estas enferma, Sharon! — gritó Matteo disparándole a esta en el abdomen. Soltó un gemido del dolor y cayó al piso, estaba vulnerable.

— ¡Amor! — gritó la castaña viendo con los ojos llorosos al italiana.

— Hay que desatarlas y llevárnoslas — Dijo Simón

— ¿Dejaremos a Sharon así? — él, con un notable odio, asintió —. Espera — le disparó en la cabeza.

— ¡Idiota!, ¿La mataste? — le regañó Simón.

— Era eso, o dejarla libre, Simón — dijo encogiéndose de hombros.

Después de desatar a las chicas, las cargaron para subirlas al vehículo, quedaron de la siguiente forma: Matteo manejando, Luna en el asiento del copiloto, Simón y Ámbar atrás.

— Ámbar, perdón por tardar, no quería que sufrieras de esta manera, no sabés como me sentía al escucharte gritar del dolor — él la abrazó pero ella gimió de dolor. Se separó con una cara de preocupación.

— Sharon, nos... Nos dejó marcas en los brazos — dijo sollozando.

— ¿Nos? — Matteo miró a Luna.

— Sí — respondió la castaña semi rubia.

— Esa mujer, esta loca — dijo Simón, tomó las mangas de la camisa de Ámbar y las salió, dejando poco a poco al descubierto cada una de las marcas que no dejaban de sangrar —. ¿Ella te hizo esto?

— Sí... Simón, perdón, no quería traerte a esto — dijo entre sollozos.

— Amor, te dije que te iba a cuidar, y curaré cada una de tus heridas con besos — ella sonrió con tristeza.

  No podía creer lo amoroso que era él, tomó sus brazos, y besó cada una de sus heridas, sin importarle si se manchaba con sangre. Ella era su todo, y detestaba verla destruida, lastimada. Pero, por fin estaba a salvo, agradeció tanto que Matteo se interpusiera en la conversación.

— Ámbar, no importa donde estés, te encontraré — la besó, sin más preámbulos.

Solo esperan que la alegría no carezca en sus vidas, solo desean paz y armonía. ¿Es mucho pedir?.

~•~

¿Más drama o final?
Voteeeen

 Bonita© | SimbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora