Despedidas

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Nunca existió para mí la sensación de que el tiempo pasara más rápido de lo normal. No tengo ningún recuerdo humano de ello o en los casi trescientos años del resto de mi existencia y debo admitir que hubiese preferido haber estado preparada para ello. Haber tenido por lo menos un pequeño momento en donde pudiese conocer esa sensación o al menos detectarla.

-¿NamJoon?- Toco suavemente con los nudillos la puerta de su estudio.

El fuerte aroma de su esencia me impide saber con asertividad si se encuentra dentro o no, aunque tampoco es como si me lo hubiese encontrado mucho últimamente.

Toco una vez más y no escucho nada más que el sonido de mi respiración, así que me animo a entrar. La tenue brisa que se desliza a través de la ventana quita los rebeldes mechones de cabello de mi cara, a la vez que su aroma se envuelve a mí alrededor.

Conmigo, nunca tendrás una puerta cerrada.

Sus palabras llegan a mí como si él estuviese a mi lado y no por simple producto de mi imaginación y recuerdos, aunque las sensaciones de hogar y tranquilidad, siguen siendo las mismas que en aquella vez.

Paseo la mirada por la oficina, de colores oscuros pero acogedores, todo en madera y metal pero con la comodidad suficiente para alguien que se la pasa mayormente aquí. Mis ojos se detienen en la pared a mi izquierda, repleta de cuadros con fotografías de diversos tamaños.

Muchas ni siquiera son fotografías como tal, sino pinturas, relatando historias tan antiguas que ni yo puedo conocerlas del todo. Mi foto favorita es aquella que tomamos hace dos años en Japón.

Solo nosotros dos, no sonreímos a la cámara sino a nosotros mismos, mientras nos abrazamos mutuamente y mostramos como, a pesar de que siempre fuimos dos, nunca necesitamos de más.

Mi garganta se anuda sin poder evitarlo, y mientras acaricio suavemente su rostro en la foto, sé que las cosas son más sencillas de esta manera.

Camino hasta su escritorio y me detengo una última vez a observar, depositando el sobre blanco sobre la madera.

-Gracias por todo, Nam.

xx

-Pero miren lo que trajo el viento- Sonrió a medias y golpeo amistosa su brazo musculoso- Es la niña Kim.

-Sí, hola a ti también, SiWon.

-Hola, linda, ¿qué haces aquí tan temprano? El bar no abre hasta más tarde.

-Lo sé, yo... Vine a ver Park- Pone una mano en su pecho y camina unos cuantos pasos hacia atrás, fingiendo dolor.

-Eso quiere decir que yo solo soy un simple saludo- Afirma.

-Claro que no, prefiero verte mil veces a ti, al malhumorado de JiMin.

Sonríe de nuevo y abre más la puerta, permitiéndome el acceso.

-Ahora ya veo como manipulas al niño dientes de conejo- Le lanzo una mala mirada y el ríe, cerrando tras de mí.

Si supiera quién manipula a quién.

El bar se abre resplandeciente ante mis ojos, sin luces fosforescentes o el típico ambiente nocturno, sino de forma natural, sin sombras ni personas de más, solo él, JiMin y yo.

JiMin con su, ahora, llamativo cabello naranja, trae una tablilla en las manos, escribiendo con su linda y fluida vieja caligrafía quien sabe que cosas, además, porta una sudadera color  negra que lo hace lucir casual.

CenturiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora