Esperanza (parte 2)

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[Yugyeom]

No puedo creer que tengo casi trescientos años y aún sigo haciendo travesuras. Aunque esto no es una travesura, es más bien una sorpresa.

Escucho un gruñido y después, un jaloneo.

-Comportate niño.

Miro tras de mí, donde el chico lobo camina mirando asesino al rubio que lo sostiene, pero a la vez, con una tristeza tan inmensa que comienzo a dejar el arrepentimiento atrás.

Froto las manos debido a la ansiedad, cuestionando levemente mi acto. Es solo un pequeño respiro para ella. 

Es una disculpa también, solo eso.

-Esperen aquí- Señalo, observando una vez más al chico.

Nunca había visto un lobo, y sin embargo, tampoco hubiera deseado hacerlo si era en esta condición.
Abro la puerta de la habitación sin hacer ruido.

Me acerco hasta donde la pelinegra duerme, quien lleva descansando un buen rato sin moverse ni quejarse. Acaricio, apenas rozando con la punta de mis dedos, su cabello. Tan negro y sedoso, pero con un curioso mechón plateado.

Alejo mi mano antes de cometer una imprudencia mayor.

Observo su rostro, con moretones casi desaparecidos y con la cicatriz en sus ojos apenas visible, satisfecho con mi trabajo. Solo falta checar su vista y básicamente estará sana de nuevo.

-_____...-La llamo, agitando con cuidado uno de sus hombros.

Doy un paso atrás cuando veo que se mueve.

Frunce el ceño entre sueños y poco a poco, despierta mientras parpadea rápidamente. Mira sus manos por un momento, para después levantar la vista y encontrar sus ojos con los míos, cerrándolos brevemente cuando la luz de la habitación parece lastimarle.

-¿La luz te molesta?

No me contesta, pero camino hasta el interruptor y la apago, dejando la tenue luz que proviene del pasillo. Desde mi posición, puedo ver como talla sus ojos, ya erguida en su lugar, parpadeando de nuevo sin parar.

-¿Sientes alguna molestia?- Me mira por entre sus dedos, como si decidiera contestarme o no. Me paro frente a ella y busco en las bolsas de mi pantalón una pequeña linterna.

-No- Murmura- Solo veo un poco borroso.

Asiento a sus palabras y acerco mi mano.

-Voy a revisar tus ojos, pero debo tocar tu cara.

Me mira fijamente y no puedo evitar la apuñalada en mi pecho cuando me doy cuenta de algo.

-Esta bien.

Se queda quieta, tan quieta como una estatua, y me es tan desconcertante su respuesta, que me quedo perplejo por unos segundos. Sacudo mi cabeza y delicadamente, tomo su mentón para dirigir su rostro al mío.

¿Es lavanda lo que huelo?

Mis pensamientos se desbocan y para distraerme, lentamente acerco la linterna a sus ojos y disminuyo su luz, paseándola entre ambos ojos, fijos en mí.

Observo como el profundo tono de sus ojos parece haberse pulido, de nuevo con esa barrera de apariencia impenetrable.

-Tus pupilas reaccionan perfectamente a la luz, la visión borrosa deberá quitarse en poco rato.

Ella asiente con la cabeza y yo suelto su rostro, con mis dedos cosquilleando. Me sigue mirando, estudiándome.

-¿Qué más?

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