Capítulo 10: Gritar.

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Viernes. Queridos,asquerosos viernes. ¿Ya mencione que odiaba los viernes,no? Sí. Hoy tenía clases de piano y voz, era lo único que podría rescatar de este día. Llegue al colegio y parecía que todo el universo me odiara. Todos me miraban mal, nadie me hablaba y yo no sabía el motivo. Me sentía mal, hacía unos dos?.. o tes,creo que cuatro días que no ingería nada más que una manzana y litros de agua. Estaba debíl, casi como antes de que me desmayara y luego despertara en el hospital. En el recreo me dirijí al baño que había en el tercer patio, donde nunca nadie iba, por eso me gustaba. Me mire al espejo.

«Das asco»

—Callate. —Susurre. Sí, estaba pasando, después de tanto tiempo mi subconsciente me ha venido a buscar nuevamente.

En el reflejo del espejo vi las enormes ojeras que tenia bajo los ojos, lo despeinada y desprolíja que estaba, mis labios mas secos que nunca, y también pude divisar otra cosa que había vuelto a mi; mi hermoso collar de huesos bajo mi cuello .Eso significaba que estaba decayendo, de nuevo. 

Comencé a marearme de una manera horrible, abrí el grifo que había sobre las piletas del baño y me mojé la cara para mantenerme de pie; recuerdo haber mirado el espejo, ver como los ojos me dejaban de brillar de a poco, y luego de eso todo se torno negro.

Me desperté y seguía en el mismo lugar, estaba tirada en el suelo, me había desmayado, otra vez. Saque mi celular de el bolsillo que se encontraba en mi campera y me fije la hora, ¡13:08! Había pasado unas cuatro horas allí. Esta bien que a ese baño no van muchas personas, pero había mas de mil personas en el colegio, alumnos, profesores, porteras, lo que sea, era invisible, ¡pero no como para que no noten que una chica falta en el salón y que hay una tipa tirada en un baño! Me incorporé de a poco, sacudí mis pantalones y mi pollera, estaban cubiertas de tierra, que desagradable. Me mire al espejo y estaba peor de lo que recordaba, traté de arreglarme el pelo con las manos lo mejor que pude. Y cuando me di cuenta había sonado el timbre de las 13:10, por suerte, me tenia que retirar de esa maldita escuela. Esperé unos minutos más hasta estar segura de que ya todos se habrían ido y entre a mi salón; estaba mi mochila ahí, tal como la había dejado hace cuatro horas atrás, nadie se había preocupado por la rara con trastornos alimenticios, y no los culpo ¿Quién se preocuparía por mi?. Agarre mi mochila y  me dirijí hacía la  puerta para salir. Ya estaban llenando las galerías los pequeños de primaria, al mirarlos todos corriendo, saltando, riendo entre si, como si en lo único que se basara la vida sería mantener energía para seguir  jugando un rato más, pensé «Disfruren ahora, tanto como puedan» y ahogue una sonrisa.

Llegue a casa hecha un asco, Luce ya no se encontraba en casa, pero si mi madre por alguna razón, habría salido antes del trabajo, me limite a saludarla y entrar derecho a mi habitación. Ella no es mala madre, solo hace lo que puede para sobrellevar tener una hija bulímica y trastornada, otra que no tiene más de tres amigas, y una reciente separación con un hombre que llevaba casada más de quince años; La entiendo, no la critico, pero creo que debería darle más atención a Luce. Aun así no la juzgo, yo me descargo autolesionandome y vomitando, ella se descarga durmiendo, cada quien con su forma.

Ordené mis cosas del colegio, tendí mi cama, me cambie con ropa más suelta y cómoda, lo normal. Mi mamá me llamo para comer, lo que no rechace, porque si lo hacía comenzaríamos a discutir sobre mi salud, horas después me obligaría a ir al médico nuevamente y este le diría que yo había recaído de vuelta y era toda una situción que me quería ahorrar. Aunque solo comí un cuarto de todo el arroz que había servido en mi plato no me reprocho nada, ya era demasiado que me hubiera sentado en la mesa. Fue agradable compartir al menos  quince minutos con ella, me llevaba bien con mi madre, era tan compañera como se pudiera, solo que a veces, al igual que yo, recaía y no notabas su presencia en la casa. Me preguntó como me había ido en el colegio esta mañana «Bien, no estuve presente en tres materias porque me desmayé a las nueve de la mañana, tirada en el baño por cuatro horas y  nadie se dio cuenta, todo normal.» pensé. Pero solo dije:

— Bien, me han devuelto la prueba de matématicas.

— ¿Y bien? — Me respondió ella.

— 9,25. Normal— Ese era mi promedio, no sabía ni porque me preguntaba que nota había sacado, ella sabía que era la "Come libros" de mi curso.

— Te felicito. — Me sonrió y yo le devolví la sonrisa.

Me levanté de la mesa con la excusa de tener que hacer deberes, solo quería recostarme a leer. A los pocos minutos mi madre se fue devuelta al trabajo, todavía no sabía porque había estado en mi casa, pero prefería dejarlo así. Se despidió con un beso y me dejo la casa para mi sola, como de costumbre.

Fui al baño para ducharme, abrí el grifo y dejé que la lluvia artificial que caía sobre mi me despeje de todos los pensamientos. Al terminar, no pude evitar mirarme al espejo y sentirme avergonzada de mi misma.

«Eres horrible» Ella de nuevo.

«Con razón no tienes amigas, eres una puta cerda» La ignoré.

«¿No te cansas de ser tan gorda?» La odiaba.

«¡Nadie te quiere!» Me destrozaba.

«¿Qué es eso que tienes? Ah, si, ¡grasa!»

— ¡YA BASTA! —Grité como nunca.

Me perseguía hasta no dejarme tranquila, quería verme sufrir, había vuelto para no parar jamáz, me destrozaba cada palabra. Pensaba que se había ido hace tiempo, pero ella nunca me dejaría en paz.

¿Quién era la que me odiaba tanto? 

Yo misma. 

Mi mente no dejaba de hundirme cada vez más. Mi subconsciente estaba dividida en dos hemisferios uno: «No tienes que hacerte esto, eres mejor que un numero marcado por la bascula» Ella era la verdadera Liz. Y el otro hemisferio: «Eres patética, das asco, deja de comer un poco, no tienes amigos» Ellas, eran mis queridisimas amigas, Ana y Mia.

Las voces dentro de mi seguían, y yo no podía pararlas aunque quisiera. Llevé los dedos a mi garganta para vomitar lo poco que había comido hoy, era una especia de liveración, no puedo decir que me sentía más flaca ni mejor, pero solté lo que me hacía mal. Con los ojos llenos de lágrimas me volví a mirar al espejo

«Sigues dando asco»

No aguante más, no resistí, agarré mi navaja de bolsillo y la hundí en mi brazo izquierdo. La sangre empezó a fluir de él y mis lágrimas seguían cayendo, no solo por el dolor que era casi imperceptible, sino por la vergüenza que ejercía sobre mi misma. Abrí la canilla y dejé que la sangre se mezclara con el agua. Lo sentía por mi brazo todo cortado, no tenía la culpa de mi mente retorcida. 

«¿Por qué no te mueres?»

—¡Por favor, ya detente!— Grité con todas mis fuerzas. Caí de rodillas al suelo, ya no podía más.

Aunque la idea me aterraba, no voy a negar que lo considere...

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