Capítulo 3: Cayendo.

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Me desperté a las 3:36 am a causa de mis pesadillas. Como de costumbre. Solían tratarse de como la gente se burlaba de mi en la primaria por ser "gorda", de como mis metas no podían cumplirse, o simplemente que me caía de un precipicio. Me sobresalté de la cama, después de unos segundos de comprobar que seguía viva, me levante y fui a la cocina en busca de un vaso con agua. No me molesté en prender ninguna luz, ya que la Luna estaba más brillante que nunca, a pesar de hacer unos siete grados. Volví a mi habitación y me esforcé por dormirme nuevamente, lo que me llevo veinte minutos, después de imaginarme una vida "perfecta".

Esa misma mañana de sábado me desperté a las 9:42 am. Había dormido muchísimo, no solo porque la pesadilla desagradable de esa noche me había dejado exhausta, si no porque normalmente solía despertarme a las ocho de la mañana para salir a correr o hacer algo productivo. Aunque con el frío que hacía no estaba mal estar bajo tres sabanas.

Nick la noche anterior me había dejado al rededor de veinte mensajes, así que los conteste lo más rápido que pude. Él tenia una novia y de vez en cuando (siempre) se peleaban, y ahí estaba yo para escucharlo y contenerlo. No me molestaba hacer de psicóloga de vez en cuando, y menos para Nick, lo adoraba. Después de todo el siempre está cuando lo necesito y vaya que es duro soportarme a mi. Entonces eso fue lo que hice.

Lo escuché un largo rato diciéndome que nuevamente se habían vuelto a pelear con su adorada novia, notese el sarcasmo, y que no sabía que hacer. Muchas veces le había dicho que ninguno de los dos se merecían mutuamente, no es que ella me caiga mal ni nada, pero si se estaban peleando cada tres días, eso no era una relación. A pesar de todo seguían arreglándoselas para continuar juntos, supongo que estaba feliz por el. Trataba de disimular que me molestaba un poco que siempre que me llamaba era por ese tipo de problemas, y me salía muy bien. La conversación prosiguió con cosas normales como por ejemplo el hecho de estar en las finales del primer trimestre y que casi no tengamos tiempo para respirar porque estamos estudiando todo el bendito día.

Luego de un rato me limité a cambiarme y ocuparme de ordenar mi armario. A la hora de almorzar me encerré en mi habitación a leer Los Juegos del Hambre, irónico, por segunda vez. Para mi madre ya era costumbre que yo no comiera, es más, ya ni siquiera me preparaba la comida. Lo cual era mucho mejor, así no tendría oportunidad de tentarme luego. Pero era un caso perdido, mi casa estaba llena de cosas dulces, y en especial calóricas. Números. Todo se  basaba en números.

Mi cuarto día sin consumir nada que no sea agua y la manzana que almorcé el jueves. Ya empezaba a marearme y sentirme debíl. Era fácil llevar a cabo un régimen, los miércoles y jueves me quedaba en el colegio a la hora del almuerzo porque tenia educación física, lo que proporcionaba de inmediato que ese día al mediodía no comiera nada. Una ventaja. Ya casi no me controlaban en las comidas, solo a veces. Antes, si no me terminaba el plato que tenia frente a mis narices no me levantaba de la mesa, a lo que llevaba una enorme disución, por eso es que mi madre ya no me obligaba a comer y se conformaba con que me quedé encerrada en mi habitación.

Me siento mal por Luce, ella no comprende nada de lo que está pasando, y no quiero involucrarla tampoco, solo quiero que no siga mis mismos pasos. Ya muchas de mis 'amigas', si es que puedo seguir llamándolas así, han sospechado de mis pequeños amiguitos. Los cortes. En especial Ariane y Eli.

Mis muñecas siempre están repletas de pulseras, colitas, y tapadas por un suéter anchísimo. Obviamente que no solo mis muñecas están afectadas a este psicótico problema, mi brazo entero en realidad. Sin contar mi abdomen, mis piernas y hasta una vez que ya no cabían más cortes en mi cuerpo me hice tres pequeños en los tobillos. Solo una manera de descargarme. Una asquerosa y autodestructiva manera.

El resto de la tarde salí a andar en bicicleta con Luce por el barrio y pasamos por un helado a pesar del frío, para ella, hace meses que no pruebo uno y tampoco tengo intenciones de hacerlo.

Al volver a casa la situación estaba empeorando de a poco, empezaba a sudar muchísimo y ya no conseguía mantenerme de pie sola. Entré al baño para enjuagarme la cara con la intención de parecer menos muerta de lo que me encontraba, aunque eso no ayudo demasiado, me ayudo a poder abrir los ojos un poco más de lo que los tenía en ese momento. Como me pareció que eso no era suficiente busqué una toallón, la dejé en el perchero que había en la pared y me dispuse a bañarme.

Me saqué toda la ropa que tenía sobre mi pequeño y frágil cuerpo. Mirándome al espejo sentí un rechazo y asco inigualable como ningún otro sentimiento; Posé mi vista sobre mis brazos huesudos llenos de lastimaduras,algunas ya curadas, alguna que otra cicatriz que no lograba borrarse, y los cortes más recientes que todavía conservaban el divisible color rojo y otros rosa. Me daba vergüenza ser la persona que era, se suponía que yo era feliz, alegre, se suponía que la adolescencia era algo divertido y todo un proceso inolvidable. Pero nunca dijeron que iba a ser inolvidable porque esa sería la época más dura de mi vida. Las lágrimas comenzaron a caer sin previo aviso y lo hice nada para evitarlo.

Abrí el grifo y llené la bañera. Cuando el agua iba cerca de la mitad de ésta me sumergí en ella hasta la cabeza. Traté de aguantar más de un minuto pero fue inútil, me quedé sin aire en los pulmones y como soy una cobarde salí a la superficie. El agua seguía cayendo por la lluvia del la ducha y en ese momento me entraron ganas de morir.

No sé exactamente el motivo, pero cuando tienen muchas cosas acumuladas y no tienes en nadie en quien confiar ni contarle lo que te pasa, eso es lo que suele suceder. Mi mente no dejaba de repetirme que estaba gorda, que era una inútil, me seguía recalcando lo poco que me quería la gente que se encontraba en mi vida, no paraba de recordarme que a mi madre no le importaba y mi padre no se daba cuenta de todo lo que estaba ocurriendo. Comencé a darme cuenta que mi vida era una basura; mis padres se odiaban completamente, y aunque ya vivieran en casas distintas las peleas no disminuyeron del todo. Mis supuestas amigas no sabían o no querían darse cuenta de que me estaba hundiendo en el mismísimo infierno. No me sentía a gusto con mi cuerpo y la única manera de librarme de ese sentimiento de culpa era autolesionarme. Mi hermana menor estaba teniendo de los peores ejemplos de vida. La depresión me consumía y no encontraba un solo motivo para seguir viviendo.

El nudo en la garganta fue haciéndose cara vez más grande hasta que no pude evitar llorar como una verdadera idiota. Dejé la lluvia prendida para que no se pudieran escuchar desde afuera mis sollozos que cada vez se volvían más fuertes. Me tomé la cara con las manos porque no sabía que hacer. Llevé las rodillas al pecho y con el rostro enterrada en ellas seguí dejando que las lágrimas se confundieran con las gotas de agua.

Luego de repetir esa secuencia de cosas durante media hora me levanté de la bañera y tomé la toallón que anteriormente había dejado a mi izquierda. Me sequé mínimamente el cabello y fui hacía el cuarto envuelta en esa capa suave de tela. Me vestí lo más rápido que mi cuerpo me lo permitió y me deshice de la ropa sucia.

Rebusqué entre el segundo cajón de mi mesita de noche y saqué una pequeña hojilla de metal. La pasé por mi muñeca hasta que por fin una gota de sangre salió a la luz. Hice eso mismo quince veces.

La cabeza volvía a darme mil vueltas por segundo, así que me coloqué los auriculares en los oídos y me dispuse dormir, con la esperanza y el miedo de no volver a despertar.

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