Capítulo 25: Una esperanza.

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La Srta. Beckerman me citó despúes de clases en la sala de profesores. Estábamos nosotras dos solas, lo que es raro porque siempre hay gente allí. Era algo así como un gran despacho; con cortinas color pastel, ventanales enormes, sillas tapizadas de color cobre, una gran mesa larga en el centro de la habitación de un matiz marrón obscuro. También había grandes muebles de roble: armarios, escritorios, libreros, cajoneras, entre tantas otras cosas. El olor a café que salía de la mesita junto al librero, en la en cima estaba (por su puesto) la cafetera, me movilizaban los intestinos. Quizá tenía un poco de miedo por lo que me pudiera llegar a decir, pero fui apaciguando ese temor cuando me dijo que me sentara en frente de ella, señalandome la silla que estaba casi al final de la gran mesa, y comenzó a hablar.

Escuché todo lo que tenía para decirme, cosas buenas y malas a la vez., aunque las buenas ganaban por mayoría. No paraba de hablar, lo hacía rápido y eficaz. Me decía una y otra vez lo sorprendía que estaba de mi rebelación. Yo no hacía más que asistir con la cabeza y sonreír, sonreír de verdad, todo lo que salia de su boca me parecía tan verdadero que por un momento creí que en serio era buena para algo. 

Cuando tres cuartos de hora ya habían pasado y Clove, así me dijo que la llamase entre nosotras la Srta. Beckerman, no llegaba a ningún punto, solo más indicios, me decidí a preguntar cuales eran sus intenciones con todo eso. Me miró algo confundida y de seguro pensaba que ingenua que era, o eso es lo que yo creía que pasaba por su mente. Cruzó sus bellísimas manos sobre la mesa y no puede evitar detenerme a mirarlas; Ella era hermosa, era joven, sobre todo era delgada, e infaliblemente una de las mejores profesoras. Sus uñas llevaban un color coral y sus frágiles muñecas pulseras, pero claro, ella no necesitaba esconder cortes, solo se las ponía por gusto.

—Tus redacciones siempre fueron muy interesantes, pero la de hoy fue algo especial. Te revelaste frente a la clase sin miedo a lo que ellos pudieran decir sobre las palabras que estaban plasmadas en el papel.

—Fue solo una tarea. Ustedes siempre observa mis tareas, y todas son iguales, la diferencia es que está la leí en voz alta y las otras no. 

—Lo sé Liz, pero no quiero decir eso. Tienes talento. — Hizo una pequeña pausa y me miro con ¿Lastima? — Los profesores estamos enterados los problemas que tienes y las cosas por las que estas pasando. — Oh no, aquí viene de nuevo el sermón de que todo va a estar bien y bla bla bla, pensé para mis adentros. Pero en vez de eso me obsequió una mirada cálida y prosiguió. — Tienes muchísimo talento ¿No has pensado escribir una novela?. — Tengo que admitir que esto me tomó por sorpresa, no sabía que contestar.

— A decir verdad escribo pequeñas redacciones, como la de hoy, y las cuelgo en una página. Pero no me pregunte el nombre de la página porque no sé si estoy dispuesta a compartir mis secretos más íntimos con una de las mejores profesoras del colegio.— Al decir eso esbozé una pequequeña sonrisa y ella también. — Puede ser que lo considere...

— Me encantaría que lo hagas. Y si algún día estas decidida a escribir autonómicamente sobre cualquier cosa sabes que puedes recurrir a mi. Muy poca gente que he conocido a lo largo de mi carrera tiene tu talento, Liz, y no estoy hablando de alumnos, si no de todo tipo de personas que he conocido durante estos años; tienes que explotarlo al máximo.— Me entristeció un poco que haya dicho "A lo largo de mi carrera" ya que no debe ni tener siete años como profesora teniendo en cuenta lo joven que es, lo que significa que  posiblemente no tenga tanto talento como ella menciona. Pero aún así tengo que admitir que es maravilloso que alguien reconozca algo que haces por tí misma. 

— Gracias Señorita Beckerman, perdón Clove, no dudaré en pedirle ayuda si la necesito.

Le aradecí por los alagos que me había hecho, luego me acompañó hasta la puerta de la sala de profesores y me despedí con un beso en la mejilla, cosa que me resultó exrtaño ya que era mi profesora y no estaba acostumbrada a besar a mis profesores en la mejilla, creo que nadie lo está. En fin, me dirijí a casa pensando en todas y cada una de las cosas que me había dicho Clove

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