Sabanas. Sabanas blancas fue lo primero que pude divisar. Luego se volcó sobre mi el inconfundible olor a lavanda. Mis sentidos auditivos no funcionaban todavía con claridad. Entreabrí los ojos con dificultad, notaba que los párpados me pesaban y no tenía energía siquiera para respirar fluidamente. Tenía una bata, bien. Los techos eran blancos, bien. El olor a remedio se sentía en el aire, bien. Pero no estaba en el hospital, mal, muy mal.
Con los ojos ya abiertos del todo, me percaté de que había una persona sentada en una silla al costado de mi cama. Mi mamá. Las pupílas se le dilatáron y sus ojos se llenaron de agua salada, luego las lágrimas calléron sobre su falda dejando una línea de tristeza en su mejilla. Se inclinó hacía mi dirección y posó sus delicadas manos encima de las mías. Se acercó de a poco hasta mi cuerpo sin muchas energías, casi muerto, y me abrazó; me abrazó como nunca antés lo había hecho, o por lo menos como nunca he recordado.
Pasados unos segundos mi mente todavía no se encontraba del todo recuperada ¿Donde estaba? ¿Hacía cuanto me encontraba allí? ¿Por qué estaba en ese lugar? Bueno, creo que si sé esa respuesta. Y entonces es cuando todo empieza a ser un poco más claro; uno, dos, tres cuatro, doce pastillas sobre la palma de mi mano, el frasco entero. ¡Había tomado DOCE ANTIDEPRESIVOS! cuando en realidad tenía que tomar medio cada tres días debido al efecto inmediato que causaban.
Como una vieja película en mi cabeza las imágenes comenzaron a desencadenarse; yo cayéndome lentamente en la alfombra tíbia de mi habitación, los objetos multiplicados por tres a través de mis ojos, todo a mi alrededor daba vueltas, y vueltas, casi hasta dejar todo de cabeza. Luce entrando de golpe, un grito, una sirena, una aguja en cada brazo, papá eufórico, mamá llorando, lamentos, culpas, una vida a punto de llegar a su fin; la mía.
Menudisimo rollo me había mandado. No creo que mi intención fuese suicidarme, pero sabía que si hubiera llegado lejos no me hubiera importado. Bueno, pero al fin y al cabo sigo aquí, en la misma mierda de siempre, así que todo sigue exactamente igual a cuando me desmayé, bueno, o eso creo.
— Mamá...— logré decir con un tono de preámbulo en mi voz.— ¿Donde estoy?— Ella secó las lágrimas que había en su rostro y recompuso su posición inicial.
— En un centro de rehabilitación, Liz.— ¿Esto es un chiste, no? ¡Yo no necesito rehabilitarme! ¡Yo estoy perfectamente bien! ¡No estoy loca! En ese momento entró mi papá a la habitación, su mirada me tranquilizo, solo por unos segundos.
— Hija, hay que internarte.
—Yo no estoy loca, no necesito internarme ¡No estoy loca! ¡YO NO ESTOY LOCA! — Grité con la poca fuerza que tenía, ¡YO NO ESTABA LOCA! ¿Quién se cree la gente que es para decirme que estoy loca? ¡No lo estoy! ¿Se piensan que pueden ponerme una etiqueta como lo hacen con todo el mundo? ¡Siempre odie los centros de rehabilitación, mierda! — ¡Saquenmé de acá en este maldito instante! —Ordené al aire.
En ese momento entraron tres médicos, dos de ellos se encargaron de tranquilizar a mi mamá, la cual se había vuelto un mar de lágrimas nuevamente, y se la llevaron fuera; Y el otro se quedó observándome como si de veras estuviera loca, pues lamento decirle que ¡yo no estoy loca! Eramos él y yo, destruyéndonos con la mirada. La puerta volvió la abrirse y pude ver como otro médico, o quien demonios fuese, entraba al cuarto. El que se había quedado observándome le dijo al recién llegado acercándose a él, a pocos centímetros de su cara, como si fuera un secreto, como si yo fuera peligrosa:
—Liz Parker, 14 años, bulimia y anorexia nerviosa, auto-lesiones, intentó suicidarse ayer por la tarde.— Dijo sin rodeo alguno, y aunque lo haya dicho tan suave y bajo, yo logré escucharlo.
— ¡YO NO INTENTÉ SUICIDARME! ¡YO NO ESTOY LOCA!
—Tratamos de mantenerla a salvo, seguimos todo lo que nos dicen, pero ella no come, no duerme. La cosa más insignificante le causa tristeza, incluso hablar, así que la vamos a internar, ya lo decidimos. — Respondió mi papá a los dos médicos que se encontraban parados frente a mi cama. ¿¡A caso nadie me prestaba atención!? YO NO ESTOY LOCA. Agaré una jeringa que había sobre una bandeja de plata en una mesa de noche a la derecha de mi cama y apunté hacía mi pecho.