«Sinopsís:
Ella odia su cuerpo. Odia su cabello, sus ojos, su boca, su nariz. Odia sus brazos, sus manos, sus piernas y sus pies. Odia su vientre y odia su espalda. Odia su voz, su riza, su torpeza. Odia su forma de ser, odia ser tan debíl, odia ser tan diferente. Odia que se burlen, que la menosprecien y que pasen de ella. Ella odia todo de sí misma, pero sin embargo se levanta todas las mañanas con una sonría en el rostro y un "Estoy bien" en sus labios...
Capítulo uno:
¿Miras a la chica de ahí atrás? No, la rubia, no. La guapa, tampoco. No, mucho menos la del maquillaje, si no la de ahí atrás. La de los audífonos, la que sostiene el libro, la que se ríe por momentos, la del corazón noble, la que escribe en su cuaderno negro, la del cabello distinto, mira sus ojos, ¿que vez?, unos lindos ojos ¿cierto? unos lindos ojos que están tristes, que esconden mas de una batalla, la que se odia a si misma, la que se calla todo lo que siente, de ella se burlan, a ella la critican, a ella algunos la odian, ella es fuerte, ella tiene miedo, ella esta muriendo, ella sigue sonriendo, es hermosa ¿cierto? Se odia cada vez que se mira, su sonrisa es alegre ¿verdad? Es una mentira, es la chica de la sonrisa falsa, tan bella, tan inocente, tan rota[...]»
Una computadora, miles de pensamientos y yo.
Sabanas blancas, sabanas blancas, y más sabanas blancas. Seguía en LU.CO.BA, el centro de rehabilitación contra la anorexia y la bulimia, y no tenía idea de cuando iba a poder salir. No tengo idea de cuanto tiempo estuve aquí porque no me dejan tener contacto directo con nadie que no sean mis padres, creo que en un par de días se va a cumplir un mes desde que me internaron.
Los primeros días fueron una tortura, en serio, ¡me obligaron a hacer cuatro comidas diarias! obviamente que estrictamente reducidas porque mi metabolismo estaba muy acelerado y bla bla bla. Quitando a Rachel, mi psiquiatra, entre todas las cosas que pase en este maldito lugar, puedo decir con total seguridad que ¡LOS ODIO! si, me escucharon, los odio, a todos. A las enfermeras, a los doctores, a los conserjes, a las demás chicas que están internadas, al doctor Karev, a todos. Es un asco estar encerrada en un lugar en el que te controlan las veinticuatro putas horas del día, todos los días, toda la semana, todo el asqueroso mes.
Cómo me prohibieron estrictamente salir de mi habitación asignada, si no es para hacerme el contról semanal, y estuve pasando tanto tiempo conmigo misma, decicí hacer algo que puede sonar como una locura, quizá algo soso, pero comencé a escribir la deseada novela que la Srta. Beckerman quería. Eso si, luego de un par de semanas, ya que al principio de mi internación no podía siquiera bañarme porque tenían miedo a que me fuera a suicidar en la ducha. ¡cinco días estuve sin higiene! este lugar es un asco, por segunda vez. Estructuralmente no, porque debe de ser una de las edificaciónes más caras del país, pero en sí y para mi, es una pocilga. Bueno, no es la gran cosa pero es el único pasa tiempo que hasta el momento me permiten practicar.
Trate de hacerlo simple, nada de primera persona, ni pasado, ni nada. Se me da bien esto de escribir, pero soy una total principiante. Y no quiero quedar como una estúpida si alguien llega a leer este pedazo de idioteces que estoy escribiendo ahora; acostada sobre una cama, en un centro de rehabilitación, con cables todavía conectados a mis brazos, quien lo diría...
Una persona interrumpe mi armonioso clima de concentración, Rachel, me alegra verla, hasta el momento es la única que no me ha tratado como una verdadera psicópata. Se sienta en la silla que se encuentra en el costado derecho de mi cama y yo cierro la computadora para escuchar lo que sea que me tiene que decir.
— Hola Liz...— me dice con su cálida mirada en los ojos.
— Hola.— le respondo sin muchos ánimos de comenzar una conversación, hoy no estoy de buen humor, y me gustaría seguir escribiendo. — ¿La sesión no era mañana?