III

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¿Debía decirle? No. No eran sus asuntos. A él no le concernía. Pero sentía que tenía que informarle a Fernando lo que había visto, aunque probablemente eso le destruiría el corazon. No sabía qué hacer, así que lo consultó con Cristóbal y él le dijo que guardara silencio, que no debía meter sus narices en donde no le llamaban, así que optó por guardar silencio aun si sentía que eso le quemaba el alma.

Desanimado, reprimiendo recuerdos viejos que deseaban salir de nuevo de su escondite empolvado dentro de su mente, vagaba por los pasillos de la universidad y, sin querer, se topó con una chica.

—Lo siento— se disculpó él, despegando la vista del suelo para mirar a la muchacha, encontrándose con Diana.

— No hay problema— respondió, sonriendo.

Él hubiera hecho lo mismo en cualquier otra circunstancia, pero sabiendo lo que sabía, no podía darle ningún gesto de amabilidad o amistoso a aquella chica. Estaba jugando con Fernando y eso era imperdonable. Cuando la chica estaba dispuesta a irse, Antonio sostuvo su brazo para detenerle.

—¿Podemos hablar?— cuestionó con rostro de suplica y con voz suave.

Le miró con extrañeza, pero aceptó a la petición. Se fueron al fondo del pasillo que se encontraba prácticamente vacío y se miraron a los ojos con seriedad. Antonio se planteó la situación antes de hablar; quizás no debía decir nada, quizás no debía tocar el tema, pero quizás sí debía. Se armó de valor y comenzó a hablar.

—El otro día te vi con alguien. Era un chico de cabello castaño y como de mi estatura. Y, bueno, vi que se besaron.

—Oh— expresó ella con sorpresa. Luego, resopló con desinterés, pasándose una mano por su sedoso cabello y miró con una sonrisa desdeñosa al rubio—. Supongo que ahora lo sabes.

—Espera. ¿No tratarás de negarlo?

—¿Para qué? Dudo que le digas algo a Fernando. No creo que seas capaz de arruinar su perfecta relación, ¿o sí?

Ninguno dijo nada. Antonio le miró con enfado y odio. ¿Cómo se atrevía? Quería incluso golpearla, pero era una chica y no quería meterse en un embrollo por culpa de esa mujer. ¿Por qué Fernando no se había dado cuenta de con qué clase de mujer salía? ¿El amor le había cegado tanto?

—¿Por qué sales con Fernando?— cuestionó Antonio con voz seria.

—¿Por qué? Porque es guapo, ¿no es obvio? Además, él me complace con todo lo que le ordeno y pido.

—¿Y qué hay del otro chico?

—Facil. Él es mejor que Fernando en ciertas cuestiones.

—¿Entonces solo estás con él por su físico?

—En efecto. ¿Tienes algún problema con eso?

—Sí— sentenció, con su voz inyectada en enojo y quizás algo de repudio—. Él te quiere demasiado y tú solo juegas con sus sentimientos.

—A mí me suena como que hay algo más detrás de todo esto. ¿No?

—¿Y qué si lo hay? No me puedo quedar de brazos cruzados cuando tu juegas con alguien que me importa.

—Oh, querido. ¿Acaso Fernando te gusta? — al ver que los ojos verdes de Antonio se ponían nerviosos, soltó varias risas—. Increíble. ¿Crees que él te hará caso? Por favor. Apreciate. Él ni siquiera pensaría en prestarte atención de esa manera.

—Eso a ti no te importa.

— Así como a ti no te importa lo que yo haga con él.

—En eso te equivocas.

Amor hispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora