XIV

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Lo había pensado cuidadosamente, incluso se había alejado del causante de sus dudas para tener tiempo y espacio para entenderse mejor en la actualidad. ¿Había llegado a una conclusión? Definitivamente.

Primero no estaba seguro de el por qué había besado al español aquella noche en que los fuegos artificiales estallaban sobre sus cabezas de manera estruendosa. Quiso creer que había sido un impulso loco y descabellado que se debía a la juventud que aun tenía y que deseaba experimentar con cosas nuevas, pero luego se dio cuenta que no fue eso, sino que Antonio realmente le gustaba. Era un gran descubrimiento para su persona, puesto que él siempre había jurado y perjurado que era nada más y nada menos que un chico heterosexual, y entonces se enteraba que no, que en realidad era bisexual, o al menos eso creia porque también se sentía atraído por chicas y el rubio era el primer varón que le hacía sentir de esa manera. Y es que con él estaba sintiendo todas las cosas que nunca había sentido con Diana, su novia; los celos, la paz, la felicidad de verlo a él feliz, las jocosas y cursis mariposas en el estómago, todo eso y más.

¿Qué iba a hacer con tal revelación? Primero que nada, iría con su pareja a aclarar el asunto. Daría por terminada la relación, porque ya no podía seguir con ésta si estaba sintiendo cosas por otra persona que no fuese la chica. Era lo más sensato, ¿no? Así que, un día, decidido, tomó sus cosas y se montó a un taxi que, luego de veinte minutos, lo dejó en frente del complejo apartamental dónde vivía la muchacha.

Subió las escaleras, demasiado ansioso como para usar el elevador, y llegó a la puerta principal del departamento de Diana. No se molestó en llamar para que ella le abriera, prefirió usar el juego de llaves que tenía y entró al recinto, mirando a todos lados, buscando a la joven que no se encontraba en la sala. Cerró la puerta a sus espaldas, no causando ningún ruido, y se dirigió a la pieza de Diana, creyendo que allí estaría ella.

En efecto, la muchacha se encontraba ahí y bien acompañada, pues había un joven que se hallaba junto a ella.

Al percatarse de que el moreno había llegado de imprevisto a la habitación, cortaron el apasionado beso que compartían y detuvieron las caricias juguetonas que se ofrecían el uno al otro, para mirar con sorpresa al recién llegado, quien tenía la cara teñida en horror y asombro. Los ojos chocolate del mexicano viajaron por los cuerpos semi desnudos de los otros dos jóvenes, reparando poco después en la ropa esparcida que se hallaba en el suelo.

Poco le importó que el muchacho fuese más alto y fortachón que él; le asestó tremendo puñetazo, causando que el sujeto cayese en el colchón de sentón. Escuchó su nombre ser gritado por una voz femenina y, cuando se dio cuenta, vio que Diana se le había colgado del brazo para evitar que le hiciera más daño al contrario. Le dedicó una mirada de profundo desprecio, y se la quitó de encima de manera brusca, vociferando que su relación llegaba hasta ahí. Justo en ese momento, la terminó.

Furioso, no pudo quedarse en aquel sitio por más tiempo, así que se marchó del lugar, lanzando las llaves a algún lugar de la sala antes de salir por la puerta principal, la cual cerró sonoramente. Bajó las escaleras de dos en dos, importándole poco el que pudiese caer de cara en ese momento por algún descuido. Salió a la calle y cruzó la acera sin mirar a los costados, no viendo que un auto de color azul iba manejando descuidadamente.

...

La verdad era que no se encontraba bien; el cuerpo le dolía horrores, pero con los medicamentos que le administraron, se sentía un tanto adormecido y aliviado. Al menos ya no era el infierno en vida.

Mientras miraba el jardín del hospital desde la ventana que había justo al lado de la cama ortopédica, escuchó la puerta abrirse, seguido de pasos y palabras que eran proferidas por distintas voces. No se molestó en girar el rostro para observar de que se trataba tal bullicio, hasta que la habitación volvió a quedar en completo silencio. Entonces, sus ojos se clavaron en el doctor que iba saliendo por la puerta, para luego viajar y clavarse en Daniel, el rubio que tanto había evitado hasta ese momento y la zorra de su ex-novia.

—¿Qué haces aquí?— exigió saber, con voz ronca y mirada llena de ira.

—Cariño, yo...

—Vete. No quiero verte— señaló a los dos muchachos con la mirada—. Con ellos no tengo opción, pero tú... Lárgate.

—Oye, tío, ¿qué te pasa?— quiso saber Daniel, totalmente confundido por la actitud que había adoptado el moreno con respecto a la chica.

Fernando se quedó mudo y volvió a mirar hacía el jardín de pasto verde y árboles frondosos, con pequeños matorrales de flores y demás.

Diana, molesta por estar siendo ignorada, dio un pisotón antes de marcharse por la puerta como alma que lleva el diablo. Antonio y Daniel miraron por donde ella se había retirado, para nuevamente observar al moreno que yacía sentado en la cama de hospital, cuyos ojos cafés se dignaron a mirarles.

—¿Se puede saber que cojones te sucede?— inquirió el rubio de menor estatura, notoriamente molesto e indignado—. ¿Por qué la has tratado así?

—Porque se lo merece— replicó el moreno, tampoco muy contento.

—¡Es tu novia!

—¡Era!—bramó, causando que el lugar se volviera a sumir en un silencio pesado; nuevamente, habló con tono de voz suave—. Era mi novia, ya no. Terminé con ella... Me engañaba. La encontré con otro chico en su departamento.

—¿Estás...? ¿Estás seguro de que te engañaba?

—¡Chingada madre, Daniel, no creo que estuviesen practicando RCP en ropa interior!

Antes de que el aludido pudiese dar alguna respuesta al respecto, el otro rubio intervino, colocándole una mano en el hombro, pidiéndole en silencio que callase.

Los ojos esmeralda de Antonio se encontraron con los chocolate de Fernando mientras el primero sonreía con alivio, causando que las entrañas del moreno se removieran un poco por la alegría de ver la cara de éste.

—Es bueno ver que estás bien— dice, aun con voz temblorosa por los nervios que hace segundos sentía.

—Es bueno estar en el hospital y no en una morgue— comenta el mexicano, acomodándose inquietamente en su sitio.

—Sin duda. Aunque dicen que el auto no iba tan rápido como para causar la muerte, así que no había demasiado riesgo. Te darán el alta en un par de semanas, quieren asegurarse de que estés bien y que no haya más daño que un par de huesos rotos.

—Yo te traeré los deberes que dejen en la universidad, así que no te angusties por ello— se ofreció Daniel, un poco más tranquilo que segundos atrás.

—Gracias. No han avisado a mis padres, ¿cierto?

—No. Le dije al médico que no están en el país y que por eso no querías llamarles.

—¿No les dirás?— indagó Antonio, casi ofendido por tal pregunta.

—No, estoy bien. Quizás les diga cuando salga del hospital, pero por ahora no quiero que se enteren.

—Bueno— se adelantó Daniel, evitando que el otro rubio hablase—, el médico nos dijo que podíamos verte un par de minutos porque necesitas descanso, así que creo que ya deberíamos irnos. De cualquier forma, vendremos a visitarte, ¿verdad, Antonio?

Los ojos esmeralda del aludido se clavaron en los cafés del otro rubio, observándolo asombrado por tal afirmación. Luego, miró dudoso al moreno que se encontraba en la cama, y comenzó a estrujarse los dedos con nerviosismo, viendo que éste ni se inmutó.

—Puedo venir...— musitó Antonio con timidez—. Si eso quieres...

—No estaría mal— respondió el mexicano, tratando de no darle demasiada importancia al asunto y no sabiendo que con esa simple frase había tranquilizado al español.

—Ya está— sentenció Daniel, tomando al contrario por la muñeca para dirigirse a la salida—. Nos vemos luego.

Sin más, empujó a Antonio a la salida y ambos se marcharon, dejando solo al moreno que en silencio se quedó viendo la puerta.

Amor hispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora