Llovía a cántaros y, para su mala suerte, no llevaba paraguas. Mientras las gotas frías de agua caían desde el cielo hasta chocar con su cuerpo, empapandolo, miró a todas las direcciones posibles y meditó lo que debía hacer. Finalmente, corrió hasta refugiarse en el interior de un edificio cercano; el portero le observó extrañado por su aspecto, a lo que solo atinó a sonreir nerviosamente y se excusó diciendo que iba a visitar a alguien de aquellos departamentos. El portero no lo detuvo, aunque sí le miró mal, y dejó que se montara al elevador.
Luego de unos minutos que le parecieron eternos, aquel cubo de metal se paró en el piso que deseaba y sus puertas cromadas se abrieron, dejando el paso libre. Caminó, temblando, hacia una de las puertas de las que disponía el pasillo y, con los nudillos, golpeó suavemente la hoja de madera para anunciar su aparición.
Pasaron unos segundos hasta que por fin atendieron. Fernando le examinó con la mirada de abajo a arriba, deteniéndose en sus ojos y causando que solo pudiese sonreir con nerviosismo. Cuando el moreno abrió la boca para proferir algo, un suave maullido se escuchó. Los ojos cafés del extranjero viajaron hasta clavarse en los brazos de Antonio que se mantenían contra su pecho, cubriendo algo con su chaqueta.
—¿Podemos pasar?— indagó el rubio, evitando tiritar con cada palabra.
—Seguro.
Se hizo a un lado y el rubio se adentró al departamento, mojando la madera del suelo a su paso. Fernando cerró la puerta y se giró a mirar al recién llegado, viendo como éste descubría a un pequeño minino que yacía escondido entre su chaqueta. Era diminuto, de pelaje blanco con manchas cafés y negras, y enormes ojos verdes; temblaba de frío mientras el español trataba de secarlo de alguna forma.
—A ver— dijo el moreno, acercandose y extendiendo ambas manos pues ya tenía sano el brazo que se había lesionado y la férula había sido retirada—. Traeme acá.
Antonio miró al felino entre sus brazos y luego al moreno, para finalmente entregárselo a éste. El extranjero, con el animalito en brazos, se retiró un segundo de la estancia y se dirigió a su habitación. Cuando volvió, le entregó al rubio una muda limpia y seca de ropa, además de una toalla para que se secase.
—No sé si te quede— comentó el moreno, con la secadora de pelo en una mano y el gato en otra—. Es la ropa más grande que tengo.
—Mh. Está bien. Gracias.
Antonio sonrió y se introdujo en el baño del departamento en donde se despojó de su ropa mojada, se secó con la suave toalla de color crema y se vistió con las prendas que el dueño del departamento le había entregado. El pantalón de chándal le quedaba cuatro dedos por encima del tobillo, y la playera le quedaba algo ajustada en los hombros, pero era mejor que andar desnudo por ahí. Con su ropa mojada en mano, salió del lugar y se encontró con Fernando, cuya total atención se centraba únicamente en secar al felino con la secadora de pelo. Esperó y, cuando el moreno culminó, carraspeó la garganta para llamar su atención.
—¿Me regalas una bolsa o...?
—Si quieres, la pongo a secar.
—Sí, por favor.
Fernando se levantó, bajando al gatito que comenzó a pasearse por el lugar, y se acercó al rubio con las manos extendidas. Tomó la ropa y desapareció de la sala por unos minutos para luego volver; el minino le seguía a todos lados como un patito a su madre, cosa que a Antonio, quien se había sentado en el sofá, le pareció un poco gracioso, pero se abstuvo de reír. El moreno regresó y, al ver el cabello aun mojado del contrario, tomó la secadora de pelo para encenderla y comenzar a secar el cabello del rubio, quien había dado un respingo de sorpresa cuando sintió los dedos del extranjero pasar por su melena. Se sentía como un cómodo masaje en el cuero cabelludo, con el reconfortante calor de la secadora, por lo que cerró los ojos para disfrutar de aquello; si Fernando seguía, se iba a dormir sin remedio. Muy a su pesar, el mexicano concluyó su labor y devolvió la secadora a su habitación mientras Antonio se miraba las manos, como ensimismado.
—¿Puedo saber que chingados hacias afuera con esta lluvia? — preguntó Fernando, apareciendo y acercándose al sofá para tomar asiento junto al rubio.
—Pues...— musitó el rubio, viendo como el minino exigía la atención del moreno, quien, resignado, lo tomó en brazos, se dejó caer contra el respaldo y acurrucó al animal contra su pecho—. Estaba volviendo de casa de Luis cuando me agarró la lluvia. Cuando iba de camino a mi departamento, escuché unos maullidos y encontré a este gatito. No podía dejarlo ahí solo en la lluvia. Es solo una cría.
—Hum...
Hubo un momento de silencio en el que Fernando se dedicó a mimar al gato que se acurrucaba contra su cuello, restregandose, ronroneando y soltando maullidos de satisfacción, parecía haberse encariñado con el moreno y éste parecía genuinamente feliz de acariciar al animal, como un niño que tiene su primera mascota. El rubio no pudo evitar pensar que la escena era adorable, linda, mona, y que era demasiado bueno como para tomar una foto; era una imagen para disfrutar en el momento y recordar después. El moreno era tan atento con el gato que Antonio sentía envidia, por más ridículo que sonara, pues, aunque estuvieran uno sentado del otro, sentía lejano al mexicano, casi inalcanzable. Contuvo un suspiro de enamorado y melancólico; realmente quería a Fernando, aun si era un chico de carácter fuerte, y, cuando supo que éste sentía lo mismo que él, casi explotaba de felicidad, hasta que descubrió el grave problema que ataba al muchacho de ojos chocolate. Quería poder abrazarlo, tomarle la mano, besarle, en fin, todo lo que componía el salir con alguien, pero era algo que solo podía suceder en sueños; no quería meter en problemas a Fernando con su familia.
—¿Qué harás con él?— preguntó el moreno, rompiendo el silencio.
—Me lo quedaría, pero a penas tengo tiempo para cuidarme a mí. Supongo que le buscaré un dueño.
—Te ahorraré la búsqueda. Yo lo quiero.
—¿Seguro?
—Sí— dijo, alzando sus ojos para mirar a los verdes del rubio—. Dejamelo a mí.
Antonio sonrió por unos instantes como respuesta afirmativa, para luego perderse en los bellos ojos chocolate del moreno que seguían fijos en los suyos. Fernando pareció perderse por igual en la mirada esmeralda del contrario, en total silencio. Justo cuando sentía que la tensión sexual se volvía más densa, Antonio se aclaró la garganta y recordó algo que hace tiempo había pasado, decidiendo hablar antes de lanzarse a besar los finos labios del moreno.
—Fer.
—Dime.
—Tú... Verás, iré a comer a casa de mis padres éste sábado, y... Da la casualidad de qué... Bueno... Mi madre quiere que nos acompañes.
—Claro. Dime los detalles.
ESTÁS LEYENDO
Amor hispano
Teen FictionUno es de México, otro de España. Uno está en tierra extranjera, otro en su pueblo. ¿Qué traerá el porvenir para ambos?