IV

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No recordaba nada. Lo único que se hallaba en sus memorias, es que se encontraba hablando con Fernando en uno de los sofás en la casa de Daniel. Después de eso, todo era negro. Era un vacío incómodo que le hacia entrar en duda y poco le había servido preguntarle al resto sobre si hizo algo idiota. Ni Daniel ni su mejor amigo tenían recuerdos de esa noche, clara señal de que estaban ebrios y habían tomado alcohol hasta por las orejas. Por otro lado, Fernando se limitaba a decir que no había hecho nada, que simplemente estaban hablando tranquilamente sobre cualquier sandez mientras el otro par se comportaban como unos idiotas.

Con tales declaraciones, Antonio no tenía más opción que creerles. Era un alivio para él no haber hecho nada de lo que pudiera llegar a arrepentirse. Suspiró mientras caminaba por la universidad para dirigirse a la cafetería; la laguna mental causada por el alcohol le fastidiaba, pero se convencía de que eso pasaría. Al llegar a su destino, justo en las afueras de este, junto a la entrada, se encontró con Fernando, quien había colgado lo que supuso era una llamada y guardando el celular en uno de los bolsillos de su pantalón. Se le veía triste por algo, aun cuando le había sonreído para saludarlo.

-¿Ocurre algo?- preguntó Antonio con genuina preocupación.

-No. Nada. Hablaba con mi hermana. Me explicó que pronto será la fiesta del día de la Independencia.

-¿Harán una fiesta?

-Sí. Mi familia suele invitar amigos y familiares, nos reunimos para comer y esperar el grito. Además, nos ponemos a beber.

-Suena bien. ¿No irás?

El moreno negó con la cabeza no muy satisfecho.

-No-dijo, y se encogió de hombros-. Tenemos clases y no puedo faltar. No quiero perder mi beca.

Siguió caminando mientras que Antonio se quedó atrás, estático en su lugar, mirando la espalda del más bajo alejarse, pensando en que estar en un país distinto era problemático.

...

Era un fin de semana cualquiera, por lo menos lo era para la población española, pero para él no. Era 16 de septiembre, día de la independencia mexicana y Fernando se encontraba a kilómetros de distancia de su hogar, en España. Estaba lejos de todo lo que alguna vez conoció, sus amigos, su familia, su tradición y cultura, su comida, todo. Las cosas en España no eran del todo distintas, pero sí había sentido el cambio de país. Extrañaba los días festivos de México, como el Día de Muertos o la Candelaria. También echaba de menos la exquisita comida alta en grasas y picante, sobre todo el menudo que era su platillo favorito. Pero nada podía hacer, excepto sumirse en su nostalgia y exagerada miseria, sentándose en el sofá con una cobija alrededor del cuerpo para ver alguna serie de Netflix en su computador portátil. No iba a hacer nada más, sin embargo, sus planes se vieron frustrados cuando alguien llamó a la puerta. Fastidiado y maldiciendo, se levantó de su sitio para ir a la puerta y abrir, topándose con que al otro lado se encontraba Antonio con un grupo de mariachis detrás de él que inmediatamente comenzaron a tocar. El español llevaba un sombrero de mariachi y un bigote falso, además de que en una mano llevaba una bolsa negra de plástico con objetos desconocidos para Fernando. Dudoso, el mexicano les dejó pasar y su apartamento se llenó de música de su país. Esperaba que sus vecinos no se molestaran. Miró a los músicos y luego a Antonio que venía entrando por la puerta.

-¿Qué es esto?-preguntó el moreno, señalando al grupo de mariachis mientras cerraba la puerta.

-Te traje... Gallo. ¿Si se le dice así?

-Sí. Pero mi pregunta es, ¿por qué?

-Porque cuando hablaste de hoy, te veías algo triste y pensé que podría animarte con esto. ¿No te gusta?

Amor hispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora