XII

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Luis lo había invitado a una función de fuegos artificiales que se llevaría a cabo esa noche y por la cual muchas personas, incluidas él mismo, estaban emocionadas. Obviamente aceptó ir con él, cosa que alegró mucho al chico de ojos como la miel, quién pasó por él a su departamento para llevarlo a la plaza donde tal espectáculo se presentaría.

La verdad es que no esperaba que se aglomeraran tantas personas en aquel sitio, pero había estado equivocado. La plaza estaba repleta de gente que se encontraban sentadas en las bancas metálicas del lugar o en los pequeños tramos donde había pasto en los que ponían mantas para que éste no les pícara. Cuando llegaron al lugar, aun era demasiado temprano para que el show comenzara, por lo que debían esperar pacientemente como el resto del público. Para matar el tiempo, conversaban y comían los helados que anteriormente habían conseguido. Todo iban bien.

Conforme el atardecer dejaba paso a la noche, tiñendo el cielo de color índigo con puntitos destellantes que formaban constelaciones y que por desgracia a penas si se veían porque las luces de la ciudad eran demasiado deslumbrantes, más y más gente llegaba a la plaza, atiborrandola. En un parpadeo, Antonio se había perdido. No encontraba a Luis entre el mar de gente y ni si quiera se había dado cuenta de que se había extraviado. ¿Dónde carajos se había metido ese chico? Eso era lo que ansiaba saber, porque comenzaba a inquietarse estando rodeado de gente totalmente desconocida. Buscaba y buscaba a Luis con la mirada, siempre dando medía vuelta para inspeccionar el panorama, encontrando nada más que extraños. Mientras veía gente yendo y viniendo, escuchó una voz conocida a sus espaldas que preguntó:

—¿Toño?

Al girarse a mirar, se encontró con quién esperaba: Fernando. Esbozando una sonrisa que no pudo disimular ni aunque hubiese querido, lo saludó. El mexicano parecía ir por cuenta propia, o al menos eso suponía el rubio.

—¿Vienes solo?— quiso saber el más alto, acercándose para no perderlo a él también entre el barullo de personas.

—No. Daniel dijo que viniéramos, pero el pendejo se me perdió.

—Te ayudaré a buscarlo entonces.

—¿En serio?— Antonio asintió, sacándole un suspiro al más bajo—. Muchas gracias.

—No hay problema.

Y así, los dos juntos comenzaron a buscar al muchacho entre la multitud, esperando encontrarlo lo más pronto posible. Pero las cosas no parecían ir a su favor y casi pensaron que el chico fue tragado por la tierra o simplemente se desintegró de un momento a otro porque no aparecia por ningún lado. Derrotados, los dos se detuvieron y se dirigieron una mirada de cansancio cuando un chasquido rompió el aire y un estallido de colores se pudo vislumbra sobre sus cabezas, en el cielo nocturno. Los fuegos artificiales habían comenzado.

Antonio miró el cielo con rapidez antes de clavar sus ojos esmeraldas sobre el moreno, a quien, segundos después, tomó por la muñeca y lo arrastró consigo lejos de la gente. Cruzaron la calle hasta la otra acera, que prácticamente estaba vacía y por ende se podían apreciar mejor los fuegos artificiales. Uno plantado junto a otro, miraron el cielo, apreciando los estallidos de colores que a veces formaban figuras curiosas. El rubio aun sostenía la muñeca de Fernando, totalmente ensimismado. El mexicano desvió la mirada del cielo para observar al chico que se encontraba a su lado. Odiaba admitirlo, pero Antonio se veía jodidamente adorable, con los ojos brillantes y llenos de emoción, mientras una enorme sonrisa adornaba su cara. Lucía más deslumbrante que los fuegos artificiales. El moreno entró en pánico cuando fue descubierto por el rubio, pero éste no pareció haberse dado cuenta de que el primero lo había estado observando todo el rato. Antonio le sonrió como un niño pequeño.

—¿Ocurre algo?— preguntó el rubio por encima del ruido, inclinando la cabeza.

—No. Nada. Ya veo por qué viniste. Eso es todo.

—¿Mh? Bueno. La verdad es que no sabía sobre esto hasta que Luis me invitó— respondió, no dándole mucha importancia a ello y dirigiendo su vista al cielo.

—¿Viniste con él? — Fernando, por otro lado, se había irritado sobre manera con tal contestación.

—Sí, aunque hace rato que lo perdí— dijo el rubio, encogiéndose de hombros para nuevamente mirar a su acompañante—. ¿Por?

—Me molesta...

Antonio no había podido escuchar aquello puesto que lo había dicho en un susurro, así que se limitó a mirar como el más bajo desviaba la vista un segundo para luego clavarla en sus ojos esmeralda. Y entonces, se quedaron sumidos en el otro, viéndose directamente a los ojos mientras eran salpicados por las luces de colores que brillaban sobre sus cabezas. De pronto, se sentía una extraña tensión entre ambos que ninguno podía describir del todo, pero que conocían de antes. Antonio suspiró cuando Fernando tragó fuertemente al percatarse de lo que estaba a punto de hacer, aunque realmente no le estaba importando hasta el momento. Mientras el mexicano se acercaba al español hasta quedar a escasos centímetros de distancia, un trabajador alistaba otro de los fuegos artificiales. A la par que el rubio se encorvaba para acercar más su rostro al del moreno, un hombre encendía una cerilla con ambas manos para poder prenderle fuego a la pólvora. Cuando el fuego artificial iba ascendiendo hacia el cielo con un sonido chirriante, el mexicano estiraba su cuello, causando que las narices de ambos rozaran gentilmente. 

El estallido se escuchó en toda la cuadra y las chispas de colores no se hicieron esperar. Fernando y Antonio se besaron bañados por una luz de tonos amarillos y rojos, no escuchando nada más que el retumbar de sus corazones, o quizás eran los fuegos artificiales.

El moreno llevó sus manos a la cintura del rubio que a su vez llevó las propias a las mejillas de éste, acercándose aún más. Cuando se separaron para tomar aire, Fernando miró el rostro de Antonio, cuyos ojos aun se encontraban cerrados, e inclinó el propio hacia la dirección contraria para nuevamente besarlo. Repitieron ese acto un par de veces más mientras el resto del público seguía observando, ajeno, el show de pirotecnia.

Pero todo lo que comienza tiene un fin.

Sintiendo los labios ya resentido por tanto roce entre ellos, los dos muchachos se separaron, respirando un poco agitados y aun con los ojos cerrados, como si aun estuviesen disfrutando el momento. Como si no quisiesen que acabara. El primero en mirar fue Fernando e inmediatamente se percató de lo que había sucedido hacía escasos segundos.

Había besado a Antonio.

Había besado a un chico.

Cuando el rubio abrió los ojos, se topó con el rostro horrorizado del moreno, que comenzó a retroceder lentamente, alejándose. El español entonces se arrepintió, porque podía ver lo contrariado y compungido que se veía el más bajo con lo que acababan de hacer. Lo peor es que no se le ocurría excusa alguna. ¡¿Por qué no estaban borrachos?! Eso hubiese sido más facil. Era una manera sencilla de justificar su actuar.

—Fer...

El aludido hizo caso omiso y pasó de largo al lado de Antonio, yéndose tan rápido como podía de aquel sitio. Que se jodiera Daniel, ni de coña lo iba a buscar. Lo que en ese momento deseaba era encerrarse en su departamento para aclarar muchas cosas de su persona... O suicidarse. Lo primero que ocurriese.

El rubio se quedó estático en su sitio, no creyendo todo lo que había pasado y sintiéndose abandonado.

—Mierda

Y se limpió los ojos con el dorso de las manos para quitar las lágrimas que amenazaban con salir. No iba a llorar.

Amor hispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora