Eso era lo que temía. No quería tocar ese tema por nada del mundo, pero parecía que Antonio sí. Suspiró con resignación y le dedicó una mirada al más alto para indicarle que podía hablar con total libertad. Él, entendiendo el gesto, se miró las manos por unos segundos y, con el rostro rojo, observó directamente a los orbes cafés de Fernando.
—Lo siento—dijo con voz sincera—. Estaba realmente borracho y no sabía lo que hacía. Me disculpo si eso te incomodó. No quería hacerlo.
Mentía. Por supuesto que quería hacerlo pues los labios del moreno se le antojaban apetecibles y sin embargo, se contenía para no asustarle. Fernando, sintiendo una ligera punzada en el corazón que le extrañó por completo, se limitó a quedarse viendo las esmeraldas del más alto que tenía por ojos.
—Sí—dijo calmadamente el moreno, asintiendo un par de veces con la cabeza—. Entiendo, Antonio. Muchos no saben lo que hacen cuando están ebrios y hacen todo tipo de locuras. Estoy seguro que fue solo un impulso ocasionado por el alcohol.
Antonio asintió lentamente con la cabeza con el gesto que podrías encontrar en un chiquillo al que han acabado de regañar. Y sí, había sido un impulso sincero y maravilloso, aunque el español no recordase la sensación al menos había besado los labios del moreno.
—La verdad es que no significó nada- agregó el rubio en voz tan baja que Fernando dudó un segundo que realmente hubiese hablado—. Fue sólo la tensión del momento. Si hubiera significado algo, a pesar de estar ebrio, lo hubiese recordado.
—Sí— respondió el mexicano, actuando desinteresado ante el tema, cuando ese comentario realmente tocó un nervio sensible—. Entiendo. No te preocupes. Podemos hacer como si nada hubiese pasado.
—Eso suena como lo ideal— sonrió, tan angelical y sinceramente como de costumbre, causando que el corazón del moreno se saltase un latido—. No quisiera que dejásemos de ser amigos por esto.
"Amigos"
La palabra resonó en las paredes craneales de la cabeza de Fernando, sopesando cada letra de la palabra con un sabor amargo en la garganta mientras algo dentro suyo se retorcía. Desconocía la razón por la que se debía todo eso y era totalmente ajeno a que Antonio se sentía igual de mal pronunciando tan simple frase. No quería ser su amigo, pero no hallaba otra opción más que conformarse con ello.
Fernando sonrió con petulancia, esperando así ocultar que aquel gesto se le dificultaba y era el más forzado que alguna vez hubiese hecho.
—Claro—dijo y se encogió de hombros, como zanjando el tema—. Seguimos siendo amigos. No te agobies. Olvidemos esto.
El rubio asintió de acuerdo. Sin embargo, el tema jamás se fue de sus mentes y parecía que deseaba permanecer fresco en las memorias de ambos, como una jocosa espina que se te clava en la piel y no te la puedes sacar.
Cuando menos se dieron cuenta, las dos chicas que venían acompañándoles, salieron del baño de mujeres y, así, los cuatro se dispusieron a recorrer por ahí en busca de algo con que entretenerse.
...
Por razones de la vida, las horas de salida de Fernando y Antonio coincidieron ese día, por lo que se encontraron uno con el otro apenas salieron de sus respectivos edificios donde se hallaban sus unidades académicas. Así, los dos comenzaron una amena plática mientras avanzaban hacia el portón metálico del campus que daba hacia las calles españolas. Al rubio le complacía poder intercambiar frases con el moreno, sin importar que tan absurdas y banales pudiesen ser. Escuchar aunque sea una silaba ser pronunciada por los labios del mexicano, era más que suficiente para Antonio. Después de aquel día en el cine, no volvieron a hablar del beso que se dieron. Parecía casi que ni si quiera hubiese pasado. Casi.
A unos escasos metros de distancia lejos de la entrada de la universidad, el tono de llamada del celular que pertenecía al español interrumpió la charla, por lo que éste se disculpó con su acompañante. Sacó el aparato de uno de los bolsillos de sus pantalones de mezclilla y se lo colocó contra la oreja después de tomar la llamada. La cara de serenidad usual que Antonio siempre traía, se vio perturbada por una mueca de horror que no pasó desapercibida por el más bajo, quien alzó una ceja con duda ante la extraña actitud repentina del contrario. En cuestión de segundos, el gesto del rubio pasó de miedo a uno de enojo.
— ¿Por qué me has llamado?— preguntaba Antonio con un tono de voz alterado y lleno de molestia—... Yo no quiero hablar contigo... No. Jodete... ¿Qué?
De nuevo, el gesto del muchacho cambió. En ese momento, se veía alterado y sorprendido. Sin decir palabra y con pasos agigantados, se dirigió con rapidez hacia la entrada. Fernando, no aceptando quedarse con la duda de saber qué diablos le pasaba a su amigo, le siguió tan veloz como pudo. Vio como el rubio viraba la cabeza hacia el costado derecho, para luego mirar hacia el izquierdo. Pudo observar que las esmeraldas de Antonio que tenía por ojos se abrieron desmesuradamente y, cuando quiso saber por qué, se dio cuenta de que frente al portón de la universidad había estacionado un Beatle moderno de color blanco que lucía prácticamente nuevo. También había un muchacho ahí, recargando su espalda contra la carroza del auto mientras en su mano aún se encontraba el teléfono celular. Tenía unos ojos sensuales de color miel, con un cabello rizado y bien arreglado de color castaño, de estatura promedio y una piel apiñonada que parecía ser tersa.
Antonio, sin perder más tiempo, se acercó hacia el sujeto que era un completo extraño para Fernando a la par que guardaba su móvil en donde antes se encontraba. El moreno no se quedó atrás y se apresuró al lado del rubio, esperando que le llegase una epifanía o algo por el estilo para entender la situación, pero en vez de eso, simplemente permaneció de escucha.
— ¿Qué haces aquí?— exigió saber Antonio con voz poco amable.
—Tranquilo—respondió el muchacho, alzando las manos en son de paz—. He venido a hablar contigo, cariño.
—Y yo ya te he dicho que no pienso escucharte. ¡Ala! Vete ya. Creí haberte dicho que no quería verte más.
—Vamos, Tony. Serán unos pequeños segundos.
El mencionado afinó la mirada, deseando quemar con sus ojos como esmeraldas al contrario que se mantuvo con una odiosa sonrisa petulante que no solo lograba molestar al mexicano, sino que también al rubio. Antonio, sin previo aviso, tomó a Fernando de la muñeca y, haciendo oídos sordos a los llamados del chico que le había marcado, se encaminó con velocidad lejos de ahí. No deseaba estar cerca de aquel sujeto y eso hasta el distraído del moreno lo logró percibir. ¿Quién era? Y, ¿qué había hecho para que un "ángel" como Antonio se comportara tan hostil con su persona? Quería saberlo, pero por el momento no se aventuró a preguntar.
Luego de largos minutos andando, ya cansado de esa extraña actitud de su amigo, Fernando se detuvo de sopetón a media caminata, causando que Antonio le siguiese a apenas unos pasos de distancia. El rostro del más alto encaraba el suelo mientras el cabello le caía asimétricamente hasta los parpados.
— ¿Qué sucede?— preguntó Fernando, procurando usar un tono suave de voz para no alterar más al rubio.
Antonio suspiró pesadamente, logrando que el mexicano se sorprendiera por lo largo que había sido aquel gesto. Alzó la cara y negó repetidas veces, para finalmente girarse a ver al moreno con una sonrisa forzada en el rostro.
—Nada— aseguró el rubio con tranquilidad fingida.
—Ajá. ¿Me ves cara de que nací ayer? Quiero una respuesta sincera, Antonio.
Fernando mantuvo sus ojos chocolates conectados a los esmeralda del mencionado, que tímidamente bajo luego de unos instantes en completo silencio, sintiéndose cohibido, como si el moreno estuviese invadiendo su mente, su privacidad, su todo. Miró su mano que se encontraba enrollada alrededor de la muñeca del contrario, por lo que aflojó el agarre y lo soltó.
—Era mi ex.
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Amor hispano
Teen FictionUno es de México, otro de España. Uno está en tierra extranjera, otro en su pueblo. ¿Qué traerá el porvenir para ambos?