XIII

609 88 2
                                    

El día como otro más para él. Se levantó de la cama, quedándose eternos segundos sentado al borde de ésta, mirando un zapato que se hallaba a un palmo de distancia sobre el suelo de su habitación. Luego, se dirigió a su baño para darse una ducha, que por lo general se aseguraba de hacerlas cortas, pero esos últimos días las había prolongado, como si quisiera que el agua de la regadera se llevase algo más que solo la mugre de su cuerpo. Cuando estuvo aseado, se secó y se devolvió a su habitación con nada más que una toalla enrollada alrededor de su cintura para cubrir su desnudez. Finalmente, se vistió con algo sencillo y se calzó unos zapatos deportivos que le resultaban bastante cómodos y eran sus favoritos. Por última instancia, aun con el cabello húmedo y bostezando, fue al baño, dispuesto a cepillarse los dientes sin antes comer algo, pues no tenía ánimos ni apetito.

Mientras limpiaba su zona bucal con aquel cepillo color azul, pensaba en como no había cruzado palabras ni miradas con Fernando. Sí, lo había visto un par de veces, pero eso había sido a la lejanía. Después de aquel error, porque Antonio no podía considerarlo algo más que eso, había decidido no buscar al mexicano a menos que viese señales de que él no estaba resentido. Pero el moreno no tuvo contacto con su persona ni por mensajes, lo que dejaba claro que, por el momento, no quería tener nada que ver con el español. Algo que a éste le pareció entendible y no tuvo más remedio que abstenerse a las consecuencias aun si éstas le rompían el corazón, porque él deseaba estar junto al mexicano a pesar de ser solo amigos, pero al final ni eso parecían ser.

Escupió la pasta en el lavamanos justo en el momento en que su celular comenzó a sonar, por lo que rápidamente se enjuagó la boca y, mientras se secaba el agua de la barbilla, fue por éste. Lo tomó con tranquilidad a la par que con el dedo pulgar presionaba el botón verde para contestar la llamada que le estaba haciendo Daniel. Se llevó el aparato a la oreja, sosteniéndolo contra la mejilla, y habló.

—¿Diga?

—¡Joder, tío!— la voz del otro muchacho rubio salía a tropezones de lo alterado y apresurado que hablaba—. No vas a saber qué acaba de pasar.

—Dany, tranquilo. Suenas muy agitado, ¿qué ocurre? ¿Está todo bien?

—No. No. Ese es el problema. Te llamo del hospital...

—¿Hospital?— repitió con angustia, comenzando a sentir como la sangre se le helaba—. ¿Qué haces en el hospital? ¿Qué te ha pasado?

—¡Dejame terminar, coño! Mira, que a mí no me ha pasado nada, sino a Fernando. Tuvo un accidente. Lo atropellaron hace un rato y lo han traído al hospital general.

El mundo pareció detenerse en ese instante. Antonio entró en negación, pensando que su amigo le estaba jugando una mala broma que no le estaba gustando en lo absoluto. Luego, tomando en cuenta que Daniel era un mal mentiroso y que su voz denotaba lo agitado y angustiado que se encontraba en ese momento, no pudo darle crédito a la teoría de que aquello era un juego. Sintió como su piel se volvía aun más pálida y su vello se erizaba mientras su corazón latía desbocado dentro de su pecho. Por un segundo pensó que le daría un ataque de pánico con esa noticia, pero lo único que pasó fue que tomó las llaves de su apartamento y su cartera para dirigirse velozmente a la entrada del edificio mientras avisaba a Daniel que estaba en camino. Se trepó a un taxi, que por suerte iba pasando por la esquina de la calle, y, sin perder tiempo, le indicó que se dirigiera al hospital general.

En unos treinta minutos, o quizás más por culpa del maldito tráfico, Antonio ya se encontraba frente al enorme edificio médico. Pagó su viaje para luego correr al interior del recinto, deteniéndose frente a un escritorio donde yacía una enfermera haciendo papeleo, y preguntó por el mexicano. Después de que la mujer le indicó que estaba siendo atendido por médicos en esos instantes y que por ello debía esperar en una zona designada para ello que estaba literalmente a dos metros de donde se hallaba, la miró no muy convencido, pero optó por ir al lugar señalado, encontrándose con una pequeña sala de estar con numerosos sofás color tierra un tanto empolvados, además de una barra de cocina con un mini refrigerador y una máquina de café. Ahí se topó con Daniel y Diana, quienes se levantaron de sus asientos al pensar que se trataba del personal médico, pero al ver que era él, no pudieron evitar desilusionarse un poco. El otro rubio lo saludó con un abrazo fraternal, mientras que la chica le dio la bienvenida de beso, aunque la verdad es que ninguno de los dos se agradaban mutuamente. Se sentaron, impacientes por tener alguna noticia del extranjero, porque la ansiedad de saber si estaba bien los estaba matando.

No pudiéndose quedar quieto, Antonio se levantó de su sitio y se dirigió a las afueras del edificio, siendo seguido por Daniel. La pierna del más alto no dejaba de moverse por los nervios que sentía y, a pesar de estar inquieto, se mantenía de brazos cruzados. El contrario, viendo como se encontraba el otro muchacho, sacó una cajetilla de cigarrillos, que siempre llevaba encima si la ocasión lo ameritaba, y le ofreció uno. Antonio no pudo negarse, por lo que terminó llevándose aquel cigarro hasta los labios mientras el adverso hacia lo mismo. Finalmente, Daniel sacó un encendedor de los bolsillos de sus jeans y le prendió fuego a ambos cigarrillos.

—¿Cuanto llevan esperando?— indagó el más alto, sacando humo por la boca al culminar la oración.

—No mucho. Casi una hora, si es que no estoy mal— dijo, mirando el objeto entre su índice y pulgar para luego llevarselo a los labios, dando una calada—. Él estará bien.

—¿Tú crees?

—Sí. Hierba mala nunca muere.

Antonio no pudo evitar sonreir con ligereza por tal comentario.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Ni puta idea— dijo Daniel, encogiéndose de hombros—. Diana me llamó llorando y me contó que lo habían atropellado y solo eso. Como sé qué sientes por él, pensé que lo mejor era que te enteraras, aun si están peleados. 

El más alto guardó silencio, mirando los autos que pasaban por la calle frente al edificio mientras daba otra calada a su cigarrillo, sacando el humo gris por la nariz y golpeteando el objeto con cuidado para quitar algo de la ceniza que se iba formando al principio de éste.

—¿Qué sucedió entre ustedes? — indagó Daniel con seriedad, pero no como si le ordenara dar una explicación.

Antonio pensó un momento lo que iba a decir, pero no hallaba palabras.

—Nos besamos

Daniel le miró anonadado, tanto que casi se le caía el cigarro de la mano. Parpadeó un par de veces, observando al muchacho en silencio y, éste, viendo que deseaba más que esa simple frase, continuó.

—Él me besó, aunque yo le seguí. Estabamos viendo los fuegos artificiales hace unas semanas y sucedió. No me habla desde entonces.

—Espera, ¿él fue quién te besó?

—Sí.

—Y ahora no te habla.

—Básicamente, sí.

—Que cabrón. El indignado aquí deberías ser tú, no él— Antonio se encogió de hombros con timidez mientras el contrario suspiraba y tiraba la colilla del cigarro a la acera para pisarlo con sus botas militares de color café —. Es un imbécil, pero es mi amigo y tú también. Si algo sucede entre ustedes, los apoyaré.

—Gracias—sonrió el mayor, mirando los ojos cafés del adverso —. Pero no creo que suceda nada.

—No digo que no tengas cierta razón. Fernando es... Especial en ciertos sentidos. Pero te deseo suerte de igual forma.

Le dio un par de palmadas en el hombro y se devolvió al interior del hospital, dejando a Antonio solo, mirando como el cigarrillo entre sus dedos se consumía lentamente.

Amor hispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora