XXII

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Estaba jodidamente nervioso; se miró una vez más en el espejo, pensando si es que aquella ropa estaba bien, ¿acaso no era muy casual?, ¿debía ir más arreglado? Se alisó la camisa a cuadros color azul de mangas cortas, se peinó sus negros y rizados cabellos, observó sus converse negras buscando que estuviesen limpias y decentes, y miró a su gato desde el espejo, como buscando la aprobación de éste con respecto a su vestuario.

¿Estaba actuando como si fuese la primera vez que salía con alguien? Definitivamente, pero nadie podía culparlo, en un par de minutos más estaría en casa de Antonio, comiendo con su familia y eso le causaba pavor. Quería causar buena impresión, aun si es que los dos realmente no eran pareja, pero es que el chico le gustaba tanto que lo ponía como una colegiala hormonal y primeriza. Hizo una trompetilla con los labios a la par que se giraba hacia su mascota, que seguía sentada en la cama, mirándole y menenando su cola con elegancia.

—Esto es ridículo— le dijo, recibiendo un maullidito de su parte.

Escuchó el timbre sonar y saltó del susto en su sitio para luego ir a atender la puerta; Antonio le sonrió como siempre en cuanto le abrió.

—¿Listo?— preguntó el español, recibiendo un sonido afirmativo de parte del mexicano, quien salió del departamento y cerró la puerta con llave; Antonio le tomó de la muñeca y lo arrastró con él—. El taxi nos espera abajo, no hay que demorarnos.

Se subieron al ascensor y bajaron hasta la planta baja. Salieron del edificio y se montaron al taxi que yacía fuera; Fernando pensaba que quizás debió encontrarse con Antonio allá en casa de sus padres para que no diera más vueltas, pero ya era tarde para pensar aquello. Mientras el auto avanzaba por las calles españolas, el moreno no podía evitar sentirse aun más nervioso, por lo que comenzó a mover incesantemente la pierna, como un tic. Dejó de mirar por la ventana en cuanto sintió que algo se posaba sobre su rodilla suave y firmemente, causando que detuviera aquel movimiento ansioso y que se girara a observar al rubio, quien le sonreía con diversión y algo similar a la empatia.

—Tranquilo— le decía el más alto—. Mis padres no muerden. Será algo tranquilo.

—Estoy bien — aseguró, orgulloso y volviendo a mirar hacia las calles, sin quitar la mano del contrario de su pierna.

Antonio miró dulcemente al mexicano, y comenzó a hacerle plática para que se distrajera, cosa que pareció funcionar pues sus hombros se destensaron. Le parecía adorable que el moreno estuviese así de ansioso solo por comer con sus padres, lo hacía sentir como si fuesen pareja, aun si no era así.

Luego de unos minutos, arribaron a una bonita casa de dos pisos, de ventanas grandes y paredes de color rosa palo. El taxi se detuvo, le pagaron y ambos pasajeros se bajaron, escuchando que éste se marchaba a sus espaldas. Antonio colocó su mano en la espalda del moreno, empujándolo consigo hacia la puerta del recinto, la cual abrió con su copia de la llave, y se adentraron al hogar.

—¡Hemos llegado!— anunció el rubio, cerrando la puerta y dejando que el moreno mirase la sala de estar, con sus sofás rojos, la mesita cafetera en el centro sobre un tapete peludo de color crema y las paredes blancas con diversos marcos de fotos y pinturas.

Unos tacones se escucharon golpear contra el suelo blanco con manchas negras, acercándose desde lo que parecía ser la cocina. Una mujer de unos cuarenta y tantos apareció, limpiándose las manos con un trapo rojo; tenía un largo cabello rubio que le caía en capas por los hombros, era bastante delgada para su edad, su piel era blanca con algunas arrugas de expresión en el rostro fino y ánguloso, y sus ojos eran de un color miel. Le sonrió a los recién llegados para luego abrazar a su hijo y, finalmente, se giró a mirar al moreno.

Amor hispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora