XXVII

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¿Qué hacía él ahí? Esa era la pregunta que el moreno se formulaba dentro de su cabeza, mirando con el ceño fruncido al castaño que yacía plantado frente a su departamento.

—¿Puedo pasar?— preguntó Luis, cauteloso.

Fernando asintió una vez, haciéndose a un lado y dejando el paso libre para su inesperada visita. El muchacho entró y el extranjero cerró la puerta.

—¿Quieres algo?— indagó el moreno por pura cortesía, notandosele desinteresado y desdeñoso.

—No. Procuraré no demorarme.

Fernando asintió, mirando expectante a Luis quien cruzaba los brazos y se aclaraba la garganta antes de hablar.

—¿Por qué estás aquí?— preguntó el moreno al no oir nada provenir del adverso.

El castaño suspiró a la par que bajaba la mirada a sus pies antes de nuevamente mirar al extranjero.

—Es sobre Antonio.

—¿Le ha pasado algo?— inquirió Fernando, notandosele curioso y con un deje de angustia.

—No. No es nada de eso.

El de ojos miel dio media vuelta y camino hasta la sala, sentándose en uno de los sofás mientras miraba el establecimiento con interés. Fernando le siguió, pero no se sentó, se quedó postrado junto al sillón de una plaza, cruzado de brazos y mirando con el ceño fruncido a su visita.

—Tony me contó que sois pareja— dijo Luis, dejándose caer contra el respaldo de la mesa y viendo al gato que yacía acostado en el suelo, debajo de la mesita ratonera—. ¿Tú que dices?

—Sí, somos novios. ¿A qué viene esto?

—Primero quería asegurarme que ambos pensaraís igual. Me hubiese molestado que Tony dijese que son algo y que tu dijeses que son amigos nada más.

—Pues no. No tengo porque decir algo como eso cuando no es verdad. ¿Pensabas que negaría a Antonio?

—Por como has actuado hasta ahora, sí, pensé que eso harías.

Luis se fue levantando de su asiento, con la mirada oscura del moreno sobre su persona.

—¿Le quieres?— preguntó el español, acercándose al contrario con pasos lentos.

—Sí.

—¿En serio? —Fernando asintió con convicción —. ¿No estás jugando con él?

—Tienes muchos huevos como para preguntarme eso— declaró el moreno, causando que la mirada del contrario se tornara seria—. Pero no. Realmente lo quiero.

Se miraron de manera desafiante, en silencio, durante un par de segundos que parecieron eternos.

—¿Se lo presentarías a tu familia?— preguntó Luis —. ¿Tendrías las agallas de decir que el es tu novio?

Fernando sonrió con cinismo; casi sentía ganas de reír por la pregunta, pero no lo hizo.

—Mis padres ya lo conocen y es por eso que ya no me hablan— exhaló, solo para darle dramatismo al asunto—. Son de mente cerrada y les causa horror el que yo sea bisexual. Pero, ya no me importa. Realmente quiero estar con Antonio.

Las cejas del más alto subieron con impresión; las historias de Antonio y Fernando cuadraban, por lo que ninguno de los dos le estaba mintiendo.

—No quiero que lo lastimes— agregó Luis, picándole el pecho al más bajo—. Si él llega a mí, llorando o asegurando que algo le has hecho, te daré una hostia tan fuerte que volverás al hospital. 

—Procuraré no hacerle nada.

—Bien— sentenció el más alto apartándose del adverso y metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.

Más le valía a Fernando no dañar al rubio. No otra vez.

...

Con los objetos deseados, se dirigió a la caja registradora donde pagaría por ellos. La señorita guardó cada uno de los productos en una bolsa plástica que entregó al muchacho de ojos esmeralda. Ya con sus compras hechas, se encaminó a la salida, donde, al abrir la puerta de vidrio, se topó con Diana. Ambos se miraron de abajo a arriba, en silencio y con algo de desdén, como si realmente no se sintiesen afortunados de encontrarse el uno con el otro.

—Que extraño verte— comentó el rubio, sin significado oculto ni con sarcasmo.

— Sí, bueno. He estado ocupada.

—Entiendo...

Se quedaron callados unos instantes, no sabiendo que hacer o decir. Se sentía ligera incomodidad en el ambiente.

—¿Y Fernando?— indagó la muchacha.

—Por ahí.

—¿Aún tiene el corazón roto por mi culpa?— dijo, egocéntrica.

—La verdad es que no— aseguró Antonio, ocasionando que ella mostrara una mueca de disgusto—. Sí lo cabreó un tiempo, pero no le rompiste nada. Él está bien.

—¿En serio?— el rubio asintió —. ¿Entonces ya consiguió a alguien más?

—¿Por qué te importa saber eso?

—Solo responde mi pregunta.

El joven soltó un largo suspiro; la chica lo estaba exasperando de una manera sorprendente, pero se contuvo de hacer o decir algo de lo que después se arrepentiría.

—Sí.

Los ojos de la muchacha parecían realmente molestos; le habían quitado a su juguete favorito.

—¿Quién es la chica?— casi gruñó Diana, cruzandose de brazos.

—En realidad...— el muchacho soltó una risilla y se sonrojó, confundiendo a la contraria—. Él y yo estamos saliendo.

—¡¿Qué?!— la chica de la caja se giró a verlos por tan estruendosa exclamación; Diana estaba estupefacta—. ¿Tú? Por favor, estás muy grande como para mentir de esta forma, Antonio.

—No es una broma— aseguró él con suavidad, de una manera tan inocente como un dulce niño.

La joven entonces comenzó a boquear, incapaz de creer lo que escuchaba, y señalando al joven que tenía justo frente suyo.

—Si eso es todo— prosiguió el muchacho—, tengo que irme.

Salió del local, dejando a Diana sola y con la quijada por el suelo. La verdad es que se sintió bien encarando la situación de esa forma, además, la cara de ella era tan graciosa que había valido la pena decir que Fernando estaba con él.

Amor hispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora