XVI

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Daniel había ido a visitarlo al hospital, aunque no parecía estar realmente contento con el moreno y éste no entendía el por qué de aquello.

El rubio se sentó en una silla de plástico, justo a un lado de la cama ortopédica donde se hallaba Fernando, mirándole con interés por su extraña actitud.

—¿Qué te sucede?— preguntó el mexicano, causando que el contrario frunciera las cejas y le mirara casi indignado.

—Eso tengo que preguntarte a ti.

—¿A mí? Pero si yo no he hecho nada.

—No te hagas el inocente conmigo. Tío, te besaste con Antonio, le dejaste de hablar por un tiempo y ahora está apagado, y estoy seguro que algo has tenido que ver con eso.

—¿Quién te dijo que me besé con él?— gruñó el moreno, viendo como el contrario se levantaba y se paseaba por el lugar, no dirigiéndole la mirada—. Daniel.

—¿Qué carajos importa quién me lo dijo? Lo besaste, ¿no es cierto?— sentenció señalándole acusatoriamente con el dedo índice —. ¿No es verdad?

Fernando guardó silencio, incapaz de refutar aquello porque se trataba de su mejor amigo a quien le contaba la mayor parte de los acontecimientos que ocurrían en su vida. Sentía que realmente no podía mentirle ni aunque quisiera.

—Sí— confesó, mirando las mantas blancas sobre su regazo. Escuchó como el rubio soltaba un sonoro resoplido, por lo que alzó la mirada y la clavó en el muchacho —. Pero le dije que lo olvidara, que no significaba nada.

—¡¿Y entonces por qué lo besaste?!

—¡Fue un tonto impulso del momento!

—¿Quieres que me trague esa mierda barata que tratas de venderme? — Daniel hacía gestos estramboticos con las manos que, en otras circunstancias, le hubieran causado risa al moreno—. No lo besaste solo porque sí. ¿Crees que no me dí cuenta de como has estado mirando a Antonio desde hace unos meses? ¿De cómo le hablas y le miras? ¡Joder, ni con Diana te pusiste así!

—¡Eso es una puta mentira, Daniel!

—¡No lo es y lo sabes! Pero, no había dicho nada hasta hoy porque pensé que ya lo habías aceptado, o al menos eso esperaba, aunque me doy cuenta de que eres más gilipollas de lo que creía.

—No hay nada que deba aceptar.

—¿No?— inquirió irónico Daniel, casi riendose insipidamente—. Entonces, dejemos que Antonio regrese con Luis. ¿No suena bien?

El moreno apretó la mandíbula tan fuerte que el contrario lo notó sin reparo. Podía ver en los ojos cafés de su mejor amigo que estaba jodidamente celoso y que lo sola idea de pensar en Antonio con el idiota de su ex, le quemaba el alma más de lo que quería admitir.

—¿Y a mí que chingados me importa?— espetó el extranjero con ira, casi impregnando veneno en cada palabra que salía de su boca; Daniel había colmado su paciencia más rápido de lo que él mismo hubiese pensado—. Que él haga lo que quiera.

—¿En serio?

—Sí— ya estaba harto, por lo que hablaba más por hablar que por decir la verdad. Eso realmente no era lo que pensaba, pero tenía que mentir a toda costa—. A mi me importa un carajo lo que ese maricón de mierda haga. Sí, lo besé y, ¿qué? Eso no significa que yo le quiera de forma romántica. ¡Todo lo contrario! Simplemente quise experimentar, probar algo nuevo, porque lamer vergas no es mi estilo, pero si a él le gusta...

La puerta se abrió de un solo golpe, estruendoso y conciso, llamando la atención de los dos chicos que residían en la habitación, cuyos ojos se clavaron en el autor de su interrupción. Unos cuadernos fueron lanzados hacia la cara del moreno, impactandose fuertemente contra su mejilla, causando que se distrajera un segundo con el dolor que esto había ocasionado en su persona antes de voltearse a mirar a nadie más y nadie menos que Antonio, quien yacía plantado bajo el umbral de la puerta con Luis a sus espaldas, mirando atónito al rubio, al igual que Daniel.

Antonio se acercó a pasos agigantados hacia la cama donde Fernando se encontraba. Su rostro estaba teñido por la tristeza, la decepción y el enojo.

—No me vuelvas a hablar—decía, con voz más ronca de lo usual, señalando decididamente al moreno que le veía con los ojos abiertos de par en par—. Ni si quiera me vuelvas a mirar. Y escucha bien lo que te diré; vete a la mierda.

El rubio más alto se giró sobre sus tobillos y se retiró rápidamente de la habitación, siendo seguido, poco después, por su ex, quien le dirigió una mirada asesina al muchacho que se hallaba en la cama.

—¡Antonio, espera!— Fernando trató de detenerlo, pero lo único que consiguió fue que el catéter de su mano se moviese y le lastimase la piel, sacándole un poco de sangre—. Mierda...

Amor hispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora