XXV

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Antonio no sabía quién estaba más horrorizado; Fernando había palidecido de una forma enfermiza mientras que su madre tenía las manos cubriendo su boca, con los ojos abiertos de par en par y el desagrado teñido en todo su rostro. Él, por otra parte, se quedó quieto como estatua, no sabiendo qué hacer.

—¡¿Qué está pasando aquí?!— quiso saber la mujer, incapaz de seguir en la habitación y marchándose de regreso a la sala, dónde estaban los otros dos familiares del moreno.

Fernando le siguió sin dudar, tan rápido que casi se tropieza con sus propios pies. Antonio no se quedó atrás, pero optaba por mantenerse cerca del mexicano, a una distancia moderada, porque aquello era un problema familiar que, quizás, no le concernía.

—¿Qué te pasa, mujer?— inquirió el padre de Fernando, tomándole de los hombros y angustiandose por tan repentina actitud.

—¡Tu hijo...!— parecía que la mujer no tenía fuerza para hablar.

—¿Qué tiene?

—¡Virgen Santa! Lo encontré besándose con Antonio.

—¡¿Qué?!— los ojos del adulto, junto a los de su hija, se clavaron irremediablemente sobre su primogénito con asombro, quien se esforzaba por no temblar asustado como un niño a punto de ser vacunado—. ¡Explícame qué quiere decir esto, Fernando!

El aludido abría y cerraba la boca, incapaz de hablar. ¿Qué debería decir en una situación así? No sabía si debía mentir, dar una excusa barata para tratar de salir de la situación o decir la verdad. Estaba aterrado.

Vio que su padre se acercaba a él con mirada severa. Era claro pensar que no se encontraba ni remotamente feliz con tal noticia. Su madre, por otro lado, se negaba a mirarle aunque fuese por el rabillo del ojo, a diferencia de su hermana, que le observaba en silencio, con ojos atentos y la boca ligeramente abierta por la sorpresa.

Su padre le dio un leve empujón, esperando que así reaccionara, y se percató de que él como el rubio que estaba detrás suyo, se encontraban en ropa interior, cosa que logró alterarlo aun más. ¿Qué estaba sucediendo?

—¡¿Es por él?!— gritaba el mayor, señalando al rubio que con pánico dio un paso en reversa—. ¡¿Este bastardo tiene la culpa de esto?!

Fernando, molesto por las palabras de su progenitor, lo alejó con una mano y le observó con ojos llenos de enojo.

—A él no lo metas— decía el moreno de menor edad pero de mayor estatura, le llevaba algunos centímetros a su padre—. Y no te refieras a él de esa forma.

—¡Una mierda! ¡Explica ahora mismo qué es lo que sucede! ¿Por qué estabas besándote con ese cabrón?

—No quiero que le hables así— sentenció Fernando, incrédulo. Su reacción le parecía algo fuera de este mundo—. ¿A ti qué te importa lo que haga o no con él?

—¡No me contestes!— su mano se estampó sonoramente con la mejilla de su hijo, causando que su rostro se girase a un lado y que trastabillase un poco hacia atrás —. ¡Yo no te eduqué así!

—Tienes razón — dijo Fernando, tocándose el sitio golpeado y girándose a mirar a su padre—. Me educaste para odiar a la gente que se sintiese atraída por su mismo genero, que se cambiase de sexo, y me enseñaste a ser un "hombre". Pero, ¿sabes qué? ¡Eso ahora me vale madres! Tengo veinte años, soy un adulto y pudo hacer lo que se me pegue la puta gana.

—¿Y eso es ser un marica?

—¡Bisexual! Soy bisexual. Pero eso es algo que no vas a a entender y yo no perderé el tiempo con eso.

—Bendito Dios— susurró su madre, decepcionada, cubriéndose la cara con ambas manos y evitando llorar.

—¡Sí! Eso significa que me atraen los chicos. Y— tomó la mano del español, asustándolo y causando que su padre se pusiera más colérico —, estoy cansado de fingir que no siento nada. Me gusta Antonio. Le quiero como tú quieres a mi madre y eso no me hace menos macho.

—¡Yo no pienso tener un hijo joto!

—¡Entonces largo de mi departamento!— sentenció, rojo de irá, señalando la puerta principal y causando que el lugar se sumiese en un silencio pesado durante largos segundos—. Si tú no piensas aceptarme, yo no pienso considerarte mi padre tampoco. Fuera.

El hombre, frustrado, se acercó a su esposa, a quien abrazó fuertemente mientras ella sollozaba. Así, sin mirar una última vez a su hijo, se retiraron del apartamento. Fernando intercambió una mirada con su hermana; ella le sonrió tímidamente antes de ser llamada por sus padres, por lo que se vio obligada a seguirles en silencio, cerrando la puerta a sus espaldas y dejando en un ambiente sepulcral a los otros dos.

Antonio miró al moreno, pensando que todo era su culpa. El mexicano le soltó y regresó a la cocina, pues había dejado la estufa prendida y ya empezaba a oler a quemado, probablemente era el panqueque que había dejado en el sartén. El rubio le dirigió un rápido vistazo a la puerta antes de ir donde Fernando.

—Carajo— espetó el extranjero, tirando el panqueque quemado en el bote de basura y soltando estrepitosamente la sartén sobre la estufa.

Apagó el fogón. Se recargó, con ambas manos, del mueble de la cocina mientras miraba con el ceño fruncido la mezcla de panqueques que estaba en un bol azul. Quería llorar, debía admitirlo, pero no se lo iba a permitir. A pesar de todo, así lo habían criado; un hombre no llora bajo ninguna circunstancia. Tenía los ojos rojos y la nariz igual, pero ni una lágrima derramó. Aquello le era imposible, como si le hubiesen quitado los lagrimales.

—Fer...

El aludido suspiró pesadamente, tratando de destensar sus hombros y espalda, cerrando fuertemente los párpados para nuevamente abrirlos y mirar a un punto muerto de la habitación.

—¿Fue lo correcto?— preguntó el moreno, en voz bajita y ronca—. ¿Estuvo bien que fuera honesto con esto? Es decir, pude mentirles. El sexo y todo lo referente a él es un tabú en mi familia. Que yo dijera que me gustas, siendo un chico...

—No lo sé— confesó Antonio cuando el diálogo del contrario se había perdido en el silencio. Se acercó a Fernando y le tomó gentilmente del hombro—. Depende de cómo te sientas al respecto. ¿Hay una forma correcta de hacer las cosas si quiera?

El más bajo miró los ojos verdes del contrario.

—Me siento ligeramente bien— aceptó, haciendo algunas muecas pensativas—. Pero tambien me siento mal. ¡Que extraordinaria forma de salir del closet!

Soltó un gruñido y se refregó la cara con ambas manos de una forma bastante agresiva.

—Siempre es difícil — admitió el rubio, sobandole la espalda.

—Bueno— exhaló el moreno—. Supongo que ahora podemos salir sin problema.

—¿A qué te refieres?

—A que ya podemos ser pareja.

—Oh...— las esmeraldas de Antonio brillaron con esplendor y una sonrisa amenazaba con aparecer en su rostro pálido—. Si eso es lo que quieres.

—Eso quiero. ¿Tú no? O, ¿esperabas que te trajera serenata y miles de rosas para pedirtelo?

—No— agitó la cabeza—. Siento que ese no es tu estilo.

—No— dijo, se acercó a Antonio y le dejó un rápido beso en los labios—. No lo es.

Amor hispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora